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Publicado por
Rosa Villacastín
León

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Me había propuesto no escribir sobre el tema catalán, no contestar a quienes a través de whatsapp o twitter me envían mensajes en los que me instan a no comprar productos catalanes o a sacar mi dinero de Caixa Bank. A todos les contesto lo mismo: estáis utilizando el mismo método que los independentistas: discriminar, señalar con el dedo al que no piensa o siente como ellos, al que no se enrolla la bandera rojigualda alrededor del cuello o la exhibe en el balcón de su casa, disparates a los que me niego a dar publicidad porque solo consiguen extender el miedo, el odio y el resentimiento

Lo más triste es que quienes los envían es gente conocida, algunos amigos, articulistas, gente leída, que en su afán por sumar adictos a sus redes sociales son capaces de hacerse eco de cualquier cosa.

Es doloroso comprobar cómo después de 40 años de disfrutar de todas las ventajas que tiene la democracia, que son muchas, gracias a las cuales hemos vivido en paz y armonía, siendo envidiados por todos aquellos países donde fue necesaria una revolución para conseguir lo que nosotros conseguimos a base de diálogo, renuncias mutuas, y una visión generosa de la política, todo puede saltar por los aires sin que nadie haga nada por evitarlo.

Estos días he podido constatar cómo en algunas sucursales se anima a los clientes del Sabadell o de Caixabank a sacar su dinero porque no tienen el suficiente «pedigree» de españolistas. Supongo que la utilización de estas malas prácticas nada tienen que ver con la libre competencia, tan legítima, y sí con el afán de llevar el agua a su molino pero también porque muchos de esos empleados o jefes siente verdaderamente lo que dicen. Y es ahí donde radica el grave problema que estamos padeciendo y que si no se evita puede desencadenar en algo peor. Todos hemos visto estos días cómo grupos de extrema derecha salían a las calles no para reivindicar su nacionalidad española sino para acabar con quienes consideran sus enemigos, y digo bien, acabar. Lo sorprendente es que la mayoría de ellos han nacido y crecido en democracia. Malo es que nos enroquemos en las banderas, de uno y otro lado, pero mucho peor, que ya no puedas mantener una conversación tranquila con quienes han sido tus amigos de toda la vida, o gente con la que te cruzas a diario en el supermercado, en la cafetería, o en el cine.