El drama de la guerra en Siria
Las dos grandes ofensivas abiertas en Guta y Afrín entran en su momento decisivo y decenas de miles de civiles escapan en busca de un lugar seguro. El número de desplazados hace unos días rondaba los 200.000, tras las más de 150.000 personas que huyeron de los bombardeos turcos en Afrín y las más de 40.000 que escaparon de los combates entre las fuerzas del régimen y los grupos armados de la oposición en Guta, aunque Naciones Unidas señaló que es imposible conocer las cifras exactas.
La operación ‘Rama de Olivo’ lanzada por Turquía el 20 de enero contra el cantón kurdo de Afrín está en su recta final. El presidente, Recep Tayyip Erdogan, aseguró que sus tropas, que combaten junto al Ejército Sirio Libre, entrarán en la ciudad de Afrín, capital del cantón homónimo, «en cualquier momento». El Gobierno de Ankara quiere expulsar de la zona a las Unidades de Protección Popular (YPG), a las que considera «terroristas» por ser el brazo sirio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Las YPG son también el principal aliado de EE UU en la lucha contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI), pero los estadounidenses no han acudido a apoyarles. En la ciudad de Afrín vivían unas 350.000 personas y muchas de ellas no han podido escapar de los combates por culpa de los combatientes kurdos que, según denunció la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, no permiten la salida de todos los civiles. El éxodo registrado la semana pasada fue el más importante que se ha producido en tan corto espacio de tiempo en Siria desde el inicio de la guerra.
El Ejército sirio anunció que ya domina el 70% del último enclave opositor que queda a las afueras de Damasco. Las fuerzas del régimen han logrado dividir Guta en tres partes y, desde que lanzaran su ofensiva en febrero, ya han muerto al menos 1.400 personas.
Cientos de miles de muertos
Siria entró recientemente en su octavo año de guerra con una jornada marcada por el éxodo masivo de civiles de Guta y Afrín, los dos frentes más importantes de una guerra que deja cientos de miles de muertos —entre 350.000 y 500.000, según distintas fuentes— y millones de desplazados internos y refugiados. Un mes después del inicio de la ofensiva contra Guta, miles de civiles pudieron huir desde el corredor de Hamuriya. Salieron a pie, con lo puesto, con el terror en las caras y la esperanza de encontrar un lugar a salvo de los bombardeos que asolan el último bastión opositor que queda en el cinturón rural de Damasco.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) elevó esta semana a 12.500 el número de personas que lograron escapar de la localidad de Hamuriya, en manos de la facción islamista Legión de la Misericordia (Failaq al-Rahman), para dirigirse a los refugios habilitados en la zona bajo control del Gobierno. Esta primera salida masiva de civiles de Guta llegó acompañada de un nuevo envío de ayuda humanitaria, un convoy conjunto del Comité Internacional de la Cruz Roja, la Media Luna Roja siria y la ONU, compuesto por 25 camiones con 5.200 paquetes de alimentos y 5.220 sacos de harina.
En Afrín, cantón kurdo bajo la ofensiva de Turquía desde finales de enero, «más de 30.000 civiles» escaparon de los bombardeos turcos y se dirigieron a las localidades de Nobol y Zahra, según el OSDH, aunque otras fuentes rebajaron la cifra a 10.000. Ankara busca expulsar a las Unidades de Movilización Popular (YPG), milicia kurda a la que califica de «terrorista» pese a que se trata del mejor aliado de la coalición internacional en el combate contra el Estado Islámico (EI), y el presidente, Recep Tayyip Erdogan, adelantó que sus fuerzas no pensaban devolver en el futuro el control de Afrín al Gobierno de Damasco.
Difícil avance
Desde la entrada militar de Rusia en el conflicto, en 2015, el Ejército sirio no para de recuperar terreno y Guta se presenta como su próxima victoria, pero no será la última batalla. El asesor de la ONU para Siria, Jan Egeland, alertó de «los tremendos combates» que esperan en las provincias de Idlib y Deraa, dos bastiones opositores en el norte y sur del país. Después de siete años de guerra el presidente Bashar el-Asad sigue en su puesto y promete recuperar el control de «cada pulgada» de Siria, tarea muy complicada ya que supondría enfrentarse directamente con EE UU, presente en la zona noreste junto a los kurdos; con Turquía, cuyo Ejército está desplegado en Afrín, o con Israel, que aspira a imponer una zona de seguridad en su frontera norte para alejar lo máximo posible a la milicia libanesa de Hezbolá, aliada de Asad.
Lo que empezó como un levantamiento popular que pedía reformas y apertura en mitad de las ‘primaveras árabes’, que se extendieron a Túnez, Libia, Egipto y Yemen en 2011, pasó a ser guerra civil cuando los manifestantes se armaron para responder a la brutal represión del régimen. Ahora ya es una especie de mini guerra mundial con países como Rusia e Irán del lado del Gobierno, y Estados Unidos, Turquía, Catar o Arabia Saudí apoyando a los diferentes grupos de una oposición atomizada y con un marcado carácter islamista. Siria se ha convertido en un simple tablero para que las potencias mundiales y regionales diriman sus diferencias.
La primavera árabe
La ‘revolución del jazmín’ acabó con Ben Ali en Turquía y su ejemplo se extendió a Egipto, Libia, Yemen y Siria en una oleada de revueltas conocida como Primavera Arabe que acabó con todos los presidentes menos con Bashar Al Assad, que sigue en su puesto, aunque en una Siria destrozada por la guerra. Túnez es el único de estos países inmerso en una transición hacia la democracia, pero su noveno gobierno en siete años, formado por una coalición entre dos enemigos históricos como los islamistas (Ennahda) y los nacionalistas (Nida Tunis), se ha visto obligado a adoptar políticas extraordinarias de austeridad para intentar cumplir con las medidas requeridas por el Fondo Monetario Internacional, que en 2016 acudió al rescate del país con un préstamo de 2.400 millones de euros.
El final del califato no significa que la guerra esté acabada en Siria, donde Bashar Al Assad permanece en su puesto gracias al apoyo de Irán y Rusia. El país entra en el octavo año de un conflicto en el que más de 320.000 personas han perdido la vida, hay más de 7,5 millones de desplazados y otros 4,5 millones han tenido que buscar refugio fuera del país. El régimen no escuchó las peticiones de reformas que le llegaban de la calle y desde el primer momento acusó a los manifestantes de ser «terroristas». La revuelta se transformó en una guerra abierta en la que ahora quedan dos grandes frentes abiertos. El primero de ellos es el cinturón rural de Damasco, donde unas 400.000 personas viven cercadas en las ciudades que se mantienen bajo control de la oposición, lugares como Harasta o Saqba contra los que el Ejército ha endurecido los bombardeos en los últimos días. El segundo frente es Idlib, provincia del norte, fronteriza con Turquía, controlada por el brazo sirio de Al Qaeda.