Diario de León

CANTO RODADO

La diáspora

Cuando estudiaba en Madrid y leía a Pío Baroja en el autobús o el metro descubrí a la diáspora leonesa en la calle del Pez. Julio Llamazares me regaló una entrevista que nunca publiqué

León

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Aquella entrevista se perdió en el cajón de algún redactor jefe. El titular lo tengo grabado en la memoria: «Creo más en el paisaje que en la gente». Julio Llamazares estaba a punto de publicar Luna de lobos, su primera novela. Yo había leído algo de El entierro de Genarín, el santo pagano que tan buenos réditos da ahora al turismo de Semana Santa con la procesión más iconoclasta de la ciudad.

Repasé La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, sus poemarios casi olvidados hoy, que aparte de meditar sobre el paso del tiempo y la muerte, son un canto a la memoria ancestral del norte y a su épico pasado. No eran sus protagonistas reyes ni mucho menos griales sino «una raza de pastores que perdió su libertad cuando perdió sus ganados y sus pastos». Nuestro auténtico origen.

El escritor me atendió en un café de Chueca, donde vivía cuando ni él ni el barrio eran tan famosos como ahora. Le agradecí la sinceridad y que me atendiera, siendo una simple estudiante de segundo de periodismo.

Ahora que paseo por la calle del Pez del barrio de Malasaña, donde resiste ‘La embajada’, recuerdo aquellos años en los que la diáspora leonesa era para mí sinónimo de escritores y de maragatos que vendían el mejor pescado de Madrid.

Con el tiempo entendí que León es una provincia ‘emigrada’ y desmemoriada. Las guerras, la miseria, las ganas de aventura y de emprender en un mundo que prometía más y más progreso fueron los acicates de aquellos viajes a alguna parte. Unos volvían, como mi abuelo, que probó suerte en Cuba y regresó con unas plantas de tabaco y poco más. Otros no retornaron jamás.

Siguen marchando sin parar. No hay torniquete político que corte la sangría que expulsa al talento joven a la diáspora. Buscan oportunidades y un pago justo. No es un camino fácil por más bonitas que parezcan las despedidas en la estación o sus rostros llenos de futuro paseando por los aeropuertos.

La tradición de contar y de leer, de educar y enseñar, ha dado sus buenos frutos al saldo migratorio de León. Todo tiene su cara y su cruz. Como las monedas de las chapas. La educación también es responsable, sin duda, de que tierra tan áspera haya parido tantos y tan buenos escritores. Las escritoras desputan ahora con brío, sin olvidar a dos grandes consagradas como Elena Santiago y Josefina Aldecoa.

No es extraño que León tenga varios académicos de la Lengua (en la vetusta (y sexista) Real Academia de la Lengua las mujeres lo tienen más difícil, aún hoy) y que sus escritores reciban honores como el Cervantes de Gamoneda o el Premio de las Letras de Castilla y León, que acaban de conceder a Juan Carlos Mestre.

El escritor villafranquino es otro leonés de la diáspora, aunque con el corazón anclado a la tierra y a los humildes. Un poeta, y Premio Nacional de Poesía, indignado que no ha dejado de clamar por las víctimas olvidadas, las que permanecen enterradas en las cunetas de esta España nuestra en la que ondean las banderas a media asta por la muerte de Cristo y se ignora a sus hijos e hijas asesinados impunemente durante y después de la Guerra Civil.

Ahora recuerdo que el vicepresidente De Santiago Juárez se horrorizó en unas declaraciones no muy lejanas por las cunetas. Pero la Junta aún no ha movido una piedra para reparar la injusticia. Me temo que hizo postureo con la memoria.

El compromiso de la imaginación y la escritura puesta al servicio de la verdad, que reivindica y practica Mestre, está del lado de los desahuciados, de los refugiados repudiados a las puertas de Europa —España está aún lejos de cumplir sus compromisos de acogida— y de los inmigrantes que arriesgan la vida por cruzar una frontera o perseguidos por la policía en Lavapiés.

Les llamamos ilegales mientras el Tribunal de Estrasburgo sanciona a España por las devoluciones en caliente y la ONU enmienda la plana a la política de desahucios sin piedad. También son diáspora. Humanidad errante y desahuciada.

Mestre, un escritor polifacético y un hombre tan generoso que cuando dedica sus libros también los pinta, representa, desde la diáspora leonesa, el compromiso de la imaginación con la verdad y la justicia. La diáspora nos recuerda el olvido de nuestra gente y de la humanidad. Y desde su lejanía aún alimenta nuestro futuro.

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