Diario de León

Derroteros de la memoria

El autor, periodista y divulgador leonés Alfonso García reúne en un libro algunas de las anécdotas de su vida que, acompañadas por varias imágenes de su archivo personal, muestran cómo se vivía en aquel León de hace años. Un interesante documento que ve la luz de la mano del proyecto cultural ‘Camparredonda’

Imagen de varios niños junto a un burro y un vagón para el carbón en una imagen de los años 60.

Imagen de varios niños junto a un burro y un vagón para el carbón en una imagen de los años 60.

Publicado por
A. Gil
León

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Una serie de escenas, de experiencias y acontecimientos sentidos y vividos en un escenario preciso de montaña y mina que marcaron una época felizmente superada, aunque fue intensa y hermosa, llena de vitalidad y cercanía con el entorno y quienes lo conformaban». Esa es la esencia de Los límites de la memoria, el libro del veterano autor, periodista y divulgador leonés Alfonso García que ha sido presentado esta misma semana.

ALFONSO GARCÍA / OTERO PERANDONES

En él, se hace un repaso por la infancia de García, que deja un testimonio que permite regresar a aquel León de hace años y recordar algunas costumbres de la vida de Santa Lucía de Gordón, el pueblo en el que nació.

De hecho, la minería leonesa es uno de los recuerdos más nítidos que tiene de aquellos años de su vida. Y, además, es el primero. «Absolutamente nítido y consciente, doloroso» de aquel accidente del Socavón en el que murieron, en mayo de 1952, nueve mineros. «Me recuerdo agarrado a los barrotes de un portón de hierro que daba acceso al grupo minero, observando todos los movimientos, la gente que llegaba y corría, los nombres de quienes habían muerto, padres o familiares de mis compañeros y amigos», recuerda. De aquello han pasado décadas, pero el recuerdo persiste y ahora queda plasmado en estas páginas que ven la luz gracias al empeño del escritor Gregorio Fernández Castañón, alma del proyecto cultural Camparredonda y la entrega del premio La Armonía de las Letras a Miguel Fuertes, en cuya labor se incluye la revista del mismo nombre.

Asegura García que siempre quiso escribir determinadas escenas de su infancia, que transcurrió en Santa Lucía. Aquellos años se pasaron «entre carbón, nieve y agua» y de entonces fue plasmando sobre papel escenas sueltas durante años y alguna nueva que ha ido reconstruyendo. Juntas, dan forma a este libro plagado de memoria que casi se puede palpar en la casa donde transcurrieron los veranos de la infancia de García. Aquella lombarda de Nochebuena custodiada por la tradición familiar que enriquecía y apuntalaba sus raíces; el economato de los años 50 que alimentaba un poco las mermadas despensas de los hombres del carbón, aquellas meriendas de rebanada de pan regada de aceite a granel salpicado con azúcar o la fiesta más importante de su vida: un Santa Bárbara que hacía que cada 4 de diciembre amaneciese con olor a dinamita.

Palabras, olores y escenas que ya nunca se borrarán y que son sólo una muestra más de lo importante que es la memoria para que el pasado se mantenga vivo. El pasado que merece la pena recordar.

«Sigo pensando que buena parte de la literatura es un viaje a los territorios personales, a veces solo para mirarnos tierna, casi compasivamente, en el espejo o para observar, posiblemente diluida, nuestra propia historia», explica Alfonso García.

Los límites de la memoria pasa así a formar parte de la nómina de la colección Los libros de Camparredonda, que García califica como «lleno de honestidad intelectual y humana. «Ejemplar», porque Fernández Castañón, su alta máter, lo hace «por amor al arte y lo hace muy bien». Un proyecto, según García, «alejado de lo efímero y la ostentación, virtudes poco apreciadas en nuestro tiempo y, sin embargo, tan necesarias».

Fernández Castañón, por su parte, recuerda que, a través de estas páginas, el paisaje de Santa Lucía revive a través de compañeros de travesuras, amigos que todavía perduran, familia, vecinos o el maestro. «Personajes que vuelven con fuerza al mundo actual y con el que muchos se sentirán identificados». Bendita memoria.

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