Diario de León

CANTO RODADO

Atrévete

Atrévete, dice ese cartel de luces de neón. Podría ser un eslogan para invitar a la juventud a quedarse en León o a cruzar el Esla a nado en busca del rastro de la barca de Argimira... Pero no.

León

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Transitar por la León-Benavente no es un deporte de riesgo. Pero podría serlo. Con ese rosario de baches que te hacen botar en el coche como si en vez de un trayecto por autovía hubieras contratado un viaje en una atracción de feria de esas que te ‘trequiñan’ hasta marearte las tripas.

Con lo que costó que la mortal León-Benavente, la carretera de toda la vida, antaño flanqueada de chopos y hoy con los carteles comidos por la vegetación, fuera desatascada por una infraestructura moderna, resulta que no nos alcanza para mantener su uso y anda el Gobierno soltando la panoja a golpe de titular porque, ahora que Cascos ya no es del PP, no se acuerdan dónde se encuentra el vial.

A decir verdad, el Gobierno no sabe si León existe o es una entelequia que se inventó Zapatero, que un día soñó con un plan para el oeste, este territorio peninsular al que el país del crecimiento económico dio la espalda hace muchos años como España da la espalda a Portugal.

A mí me recuerda a aquel tren que hacía llorar al poeta José Hierro: «...el tren que partía hacia el norte / y el que partía hacia el oeste / y jamás volverían a encontrarse».

No es victimismo. Es desaliento. Al ver las cifras de población del INE, nuestro certificado anual de despoblación, y al hablar con la gente joven que te dice que no, que se pongan como se pongan, aquí no encuentran oportunidades. Y se van. Botando por los baches de la León-Benavente o en el tren veloz.

Atrévete. Dice ese cartel que relumbra con luces de neón al pasar por Villalobar por la vieja carretera, tan olvidada como la autovía en los Presupuestos Generales del Estado. Podría ser un eslogan para animara a la gente joven a quedarse en su tierra o a cruzar el Esla a nado en busca del rastro de la barcaza de Argimira, que hace más de medio siglo evacuó a los últimos habitantes de Lagüelles cuando las aguas del pantano ya les llegaban a los pies. Pero bien sabemos que no. Y bien sabemos de qué se trata.

Atrévete no es una invitación a las mujeres a tomar la calle y salir, libres, seguras y confiadas, a tomar cañas o lo que les plazca. Atrévete es el cartel de un burdel que incita a la testosterona a vaciar sus líquidos a cambio de unos euros en el cuerpo de una mujer.

Dicen que la crisis ha mermado la afluencia a los eufemísticamente llamados clubes de alterne, que han florecido los pisos dedicados a la prostitución y ha obligado a bajar las tarifas. Y sin embargo, el de la prostitución, tantas veces unido a la trata de seres humanos, es uno de los negocios más florecientes de Europa. Y ahí mismo, en Villalobar, los hombres compiten en hombría por atreverse a flanquear las puertas laureadas de neones.

Yo les invito a los hombres. A los hombres, a hombres, a atraverse a dar un paso al frente. De una vez. Un paso adelante para condenar las agresiones sexuales, los abusos, las violaciones... Más allá de las sentencias, más allá de las manadas, en las que por cierto nunca un lobo, por muy alfa que sea, es el líder. La manada la gobiernan un lobo y una loba.

Yo interpelo a los hombres, hombres, a que afeen a sus congéneres, a su pandilla y a su cuadrilla, el consumo de prostitución y de pornografía. Incito a los hombres, a los hombres, hombres, a que dejen de transitar por lo políticamente correcto y entierren los chistes fáciles y esa camaradería de vestuario basada en la cosificación de las mujeres.

Atrévete, sí. A ser Quijote en el mar del patriarcado. Y a romper con unas reglas basadas en la humillación y la pérdida de dignidad de la mitad de la humanidad. Y si no te atreves, si eres un cobarde, entonces no te quejes porque las mujeres salimos a la calle, a poner en la picota a jueces, legisladores y ejecturores.

Ha llegado el tiempo en que las mujeres se atreven. A ser brujas, locas y personas.

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