Diario de León
Publicado por
Antonio Papell
León

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Rajoy repitió incesantemente que deseaba que se modificase el actual sistema electoral de la LOREG porque «lo democrático es que gobierne la lista más votada». La tesis ha sido defendida por el PP desde hace mucho tiempo, y actualmente vuelve a insistir en ella Pablo Casado, quien ya ha planteado en el Congreso que pueda gobernar con mayoría absoluta una lista que gane las elecciones municipales con tan sólo el 35% de los votos válidos, siempre que saque una ventaja de cinco puntos al siguiente. Incluso, con el 30% de los votos si la ventaja con el segundo es de diez puntos. De no darse el caso, los populares abogan por una segunda vuelta en la que concurran las formaciones que hubieran superado en la primera el 15% de los sufragios y en la que se otorgaría la mitad más uno de concejales a la candidatura que lograse al menos el 40% de los votos válidos. Las listas de partido o las coaliciones estarían prohibidas.

La propuesta es muy controvertible porque la premisa de partida es falsa: en un sistema parlamentario en que los gobiernos se forman mediante elecciones de segundo grado, lo más democrático, en los ayuntamientos o en cualquier otra institución electiva, es que gobierne quien más adhesiones consiga.

Manuel Conthe lo explicó hace ya algún tiempo en un artículo: cuando hay que elegir entre 3 o más alternativas, el sistema de mayoría relativa (a una sola vuelta) o de primacía de la «alternativa más votada» -lo que los anglosajones llaman plurality voting- ignora las segundas y posteriores preferencias de los votantes y puede tener graves inconvenientes, como los siguientes: - Que no salga elegido, si existe, el «ganador de Condorcet» (es decir, el candidato que gana a todos los demás en todos los posibles enfrentamientos bilaterales).

- Que salga elegido un candidato apoyado por la minoría más fuerte, pero rechazado por la mayoría.

Con toda evidencia, si se quiere obtener directamente una mayoría de gobierno en una institución parlamentaria, hay que optar por un sistema electoral mayoritario con circunscripciones uninominales como el británico o bien por un sistema proporcional a dos vueltas, como el francés. Pero si se apuesta por la proporcionalidad, lo democrático es pactar la mayoría «en los despachos». Lo cual no es un desdoro ni un baldón ni una traición a los electores sino al contrario: es más bien una prueba de magnanimidad en aras del interés general.

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