Diario de León

Japón y el olvido

La despoblación de las zonas rurales es un mal que afecta a la mayoría de los países industrializados. En Japón, en la isla de Shikoku, una pequeña aldea lleva años trabajando en un proyecto que va dando resultados .

Muchos rincones de Japón ponen en marcha planes para hacer frente a la escasez de población.

Muchos rincones de Japón ponen en marcha planes para hacer frente a la escasez de población.

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nacho abad
León

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La despoblación de las zonas rurales es un mal que afecta a la mayoría de los países industrializados. En la provincia de León uno encuentra, sin alejarse demasiado de la capital, pueblos que han envejecido, otros en los que apenas queda algún vecino y también otros definitivamente deshabitados. Si nos detenemos en estos últimos y miramos al rededor, vemos casas en ruinas y tierra que la naturaleza le reconquista al hombre, pero intuimos que el alcance de este mal asociado al progreso es mucho más profundo: cuando muere un pueblo desaparece también parte de nuestra memoria y nuestro patrimonio cultural: parte de nuestra identidad.

En Japón, en la isla de Shikoku, una pequeña aldea lleva años trabajando en un proyecto que va dando resultados y cambiando el sentido de sus datos demográficos. Kamikatsu, en la provincia de Tokushima, es un pueblo de 1.600 habitantes donde el 80% de la población es mayor de 60 años. Ésta es una de las diez regiones más envejecidas de Japón, que a su vez es uno de los países más envejecidos del mundo.

Kamikatsu saltó a la fama mundial el año 2003 cuando anunció que en 2020 se convertirá en el primer pueblo que no desechará basura. Para ello, sus habitantes deben separar los residuos en más de 30 contenedores de reciclaje distintos. ¿Pero de qué vive esta pequeña aldea? Su principal industria es el comercio de hojas. Sus habitantes, en su mayoría ancianos, recolectan las hojas de sus bosques y las venden a restaurantes de todo Japón principalmente, pero también de Europa. En la alta cocina se utilizan estas hojas para decorar los platos.

Desde Tokio hasta Tokushima hay una hora de avión, aproximadamente. En el aeropuerto subimos a un taxi que ofrece a sus pasajeros abanicos donde se anuncia una agencia que ayuda a buscar vivienda y trabajo a quienes quieran instalarse en esta prefectura. Es otro plan de contingencia contra el envejecimiento de la población.

El taxi nos deja en un hotel en el centro donde hemos quedado con Yoshihiro Ikekita, anterior subdirector de la sede de Tokushima de la Cooperativa de Agricultura Japonesa (JA, por sus siglas en inglés). Yoshihiro se ha ofrecido amablemente a hacernos de guía. En su coche recorremos durante 30 minutos una carretera que atraviesa una extensa región de campos de arroz. Aquí la mayoría de la gente vive de la agricultura. Luego tomamos un desvío y seguimos por una vía de dos carriles estrechos que transcurre siguiendo el curso de un río.

Cada vez que nos cruzamos con un camión o una furgoneta, Yoshihiro se aparta al arcén para ceder el paso: tan estrecha es esta carretera. Nuestro primer destino es la sede de Tokushima Este de la cooperativa: una nave amplia y vieja que sirve de centro de distribución de las hojas. Allí nos atienden Naoyukio Takibana y Akihiro Nakanishi, trabajadores de este centro para explicarnos la mecánica que mueve esta empresa.

Mientras charlamos, van llegando los recolectores y dejan sobre el mostrador una pila de cajas de cartón llenas de hojas. Vienen directamente del bosque, donde han ido a primera hora de la mañana, tras recibir el pedido en sus ordenadores. Son en su mayoría ancianos, hombres y mujeres mayores que han aprendido a desenvolverse con la informática, que se han adaptado a los cambios. Este trabajo no sólo les ayuda a incrementar su pensión, también sube su autoestima en un país donde la gran mayoría de los jubilados buscan nuevas ocupaciones laborales o practica algún voluntariado. Comercializan más de 300 hojas distintas, me explican. Los mercados centrales de Japón mandan sus pedidos dependiendo de las necesidades de los restaurantes. Desde allí volvemos a subir al coche y vamos a la sede central de Irodori, la empresa que está detrás de este proyecto. La sede se encuentra en el mismo edificio que un “osnen”, balneario tradicional japonés. Aquí nos recibe Ohata Yuki, director de la empresa. Es la víspera de la inauguración del puente que han construido entre dos montaña para facilitar el acceso a los bosques que les surten de hojas. Yuki nos explica que la empresa fue fundada por Tomoji Yokoishi después de una crisis en la economía local.

La idea

El pueblo se dedicaba tradicionalmente a la exportación de madera y la cosecha de mandarinas, pero en el año 65 Japón comenzó a importar esta materia prima de países vecinos a precios más bajos, y a tener exceso de mandarinas de otras regiones. Los jóvenes comenzaron entonces a abandonar el pueblo para ir a trabajar a las fábricas de las grandes ciudades Tokio y Osaka.

En el año 81 tras una serie de heladas, la cosecha se perdió. Yokoishi trabajaba en ese momento como técnico de la JA. Recomendó a los campesinos cultivar productos de rápida recolección para superar la crisis. Pero los campesinos no estaban satisfechos, porque esa cosecha no les ocupaba más que medio año y el otro medio año se veían parados. En un restaurante de Sushi, en Osaka, Yokoishi vio cómo una chica sacó su pañuelo para guardar las hojas de árbol con las que le cocinero había decorado el plato. En aquella época, los propios cocineros iban al campo a buscar las hojas para decorar sus platos. Yokoishi pensó que los campesinos de su pueblo podían recolectarlas y venderlas. Pero era un negocio nuevo, así que tuvo que hacer frente a la desconfianza de los campesino y atraer a nuevos clientes. Hoy su empresa factura millones de euros y da trabajo a más de 300 personas.

Su historia está recogida en varios libros escritos por él mismo. En 2012 se estrenó una película basada en su historia, que es también la de toda su comunidad. En las oficinas de la sede central donde estamos hay 9 personas trabajando. Todas son jóvenes. Nos asomamos a la ventana, desde donde se ve el puente que inaugurarán al día siguiente. Me cuenta que allí cerca está la guardería municipal. Cada vez hay más niños en este pueblo.

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