La luz que entra en la mina
El Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León lleva cinco años poniendo en valor la iluminación en la mina, un recurso que hace más llevadero el principal problema a la hora de trabajar.
Tal vez el principal problema al que se enfrenta el minero es la oscuridad. A cientos de metros bajo tierra la ausencia de luz hace imposible cualquier actividad y por eso disponer de luz en la mina ha sido siempre requisito imprescindible para el trabajo minero.
Por eso, el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, con sede en Sabero, ha querido dedicar un espacio a la iluminación minera, un espacio peculiar ya que reúne a la vez las características de exposicion permanente y exposicion temporal.
«Rincón de Luz», como se denomina este lugar, alberga de forma permanente una colección de lámparas de mina, pero éstas van cambiando a lo largo de los meses, mostrando tres tipos de lámparas cada año, con piezas muy variadas y de diferentes épocas.
Así, desde su apertura al público en el año 2014, Rincón de Luz ha acogido diez exposiciones con una media de cincuenta lámparas cada una. Carburos, lámparas tempestad, lámparas de seguridad, lámparas eléctricas de mano, candiles, faroles y linternas, lámparas eléctricas de casco, lámparas de ferroviario, lámparas tipo Adaro y carburos españoles han formado parte de este peculiar rincón.
Fernando Cuevas, historiador y uno de los principales coleccionistas y estudiosos de la iluminación minera a nivel nacional es el propietario de estas piezas que cede al museo para su exposicion. Rincón de Luz también ha albergado una selección de la colección propia del MSM, integrada por más de setenta lámparas de diversos tipos y momentos históricos.
El objetivo de éste área del museo, explican desde el centro, es poner en valor el importante papel que la iluminación ha tenido a lo largo de la historia en el trabajo del minero, mostrando los diferentes sistemas que se han ido implantando con el paso del tiempo. «El minero está siempre pegado a su lámpara, en ello le va en parte la vida y por eso es parte imprescindible de su tarea y merece ser reconocida. Además, estéticamente, son objetos de un gran atractivo, lo que también nos sirve para que el visitante se acerque a ellas y acabe descubriendo su historia y su funcionamiento», añaden.
En la actualidad una interesante y variada colección de carburos españoles ocupa este rincón, que da luz al museo.
LA ILUMINACIÓN EN LAS MINAS
Desde los orígenes de la minería subterránea, los mineros, privados de la luz solar, en un ambiente de absoluta oscuridad, precisaron de iluminación artificial para desarrollar su trabajo. Durante muchos siglos aplicaron los mismos sistemas que utilizaban para alumbrarse por la noche, como antorchas o teas. Los romanos introdujeron en sus minas las lucernas y los árabes candiles de arcilla, que con los años se sustituyeron por otros de hierro, mucho más resistentes. Estos últimos fueron evolucionando dando lugar a nuevos modelos con formas características, como el candil de copa o el de estribo también llamado sapo, con forma de lenteja.
Los sistemas de iluminación mineros continuaron mejorando, todos los avances en el sector tenían un único propósito aumentar la potencia lumínica en el interior y crear así un ambiente de trabajo más propicio. Pero con el auge de la minería del carbón, auspiciado por la revolución industrial, un nuevo factor entra en juego: la seguridad. Durante esta época el carbón se convirtió en la principal fuente de energía y en estas explotaciones fue donde empezaron a comprobarse los nefastos resultados del contacto entre las lámparas de llama viva y el grisú. Los orígenes de la primera lámpara de seguridad se remontan al 1 de enero de 1816, cuando el ingeniero inglés, Humphrey Davy, experimentó con una tela metálica de hierro que rodeaba la llama, evitando así que el gas enfriado entrase en explosión al contacto con esta. Los primeros prototipos mostraron varios inconvenientes y apenas iluminaban lo suficiente, pero los mejores ingenieros fueron perfeccionándolos, haciéndolos más seguros, resistentes y luminosos. Así surgen las lámparas Clanny, Dubrulle, Mueseler., Marsaut o Wolf, que extenderán su uso por las minas de todo el mundo.
A finales del siglo XIX aparecen las primeras patentes del carburo o lámpara de acetileno, un nuevo sistema de iluminación de llama directa, que durante la primera mitad del siglo XX se extenderá por las minas exentas de atmósferas peligrosas, debido a su bajo coste y a su gran poder lumínico. Durante los primeros años de implantación de los carburos, los candiles y los sapos, convivieron con estas y con las cada vez más modernas lámparas de seguridad. Las investigaciones en este campo no se redujeron solo a las lámparas de llama directa, un nuevo sistema, que llevaba experimentándose desde el sigo XIX, comienza a difundirse en las minas, en la década de los veinte; la lámpara eléctrica de mano. Aunque eran más pesadas y no alertaban de la presencia del grisú, su gran potencia lumínica provocó que las principales explotaciones adoptaran su uso, manteniendo las antiguas lámparas de seguridad para señalizar la aparición del gas.
Los modernos sistemas de detención de grisú convirtieron en obsoletas a las viejas lámparas de seguridad, mientras que la iluminación eléctrica dio un paso más con la aparición de las lámparas de casco, mucho más cómodas que las anteriores. El proceso evolutivo de la iluminación en las minas nos permitirá asistir en breve a nuevos avances.