El ‘APARTHEID’ DE LOS ROHINYÁS
Esta minoría apátrida vive todavía encerrada en campos de desplazados o incomunicados en aldeas en Birmania (Myanmar) un año después de la campaña militar que provocó el éxodo a Bangladesh de unas 700.000 personas y que dejó perpleja a la comunidad internacional.
Los musulmanes rohinyás viven encerrados en campos de desplazados o incomunicados en aldeas en Birmania (Myanmar), un año después de la campaña militar que provocó el éxodo a Bangladesh de unas 700.000 personas de esta minoría apátrida.
En una visita de periodistas organizada finales de agosto por las autoridades, varios aldeanos musulmanes, budistas e hindúes afirman sumisos que no tienen problemas de convivencia entre ellos en una aldea del distrito de Maungdaw, en el estado Rakáin (antiguo Arakan, oeste).
En este mismo estado se produjo el ataque del 25 de agosto de 2017 de unos militantes rohinyás contra puestos policiales, al que el Ejército respondió con una operación contra esta minoría que provocó una huida masiva calificada de «limpieza étnica» por la ONU.
Ahora, en una cabaña de bambú presidida por una foto de Buda, los vecinos de la aldea Shwe Zar responden a las preguntas de los periodistas ante la atenta mirada de varios funcionarios locales y del Gobierno central. Ninguno se atreve a pronunciar la palabra ‘rohinyá’, un término tabú en este país donde la mayoría budista considera a esta comunidad de mayoría musulmana como inmigrantes de Bangladesh y rechaza que sean ciudadanos del país.
La mayoría de los rohinyás en Birmania carecen de documentos de identidad válidos y han sufrido persecución y discriminación durante décadas a través de la dictadura militar y bajo el actual Gobierno de la nobel de la paz Aung San Suu Kyi.
Un profesor rohinyá de inglés de 27 años afirma en Shwe Zar que está recolectando todos los documentos necesarios para solicitar la ciudadanía, pero la realidad es que muy pocos miembros de su etnia la han obtenido.
El joven, quien prefiere no dar su nombre, asegura que desconoce los detalles de lo ocurrido en agosto del año pasado, ya que no salió de su casa durante aquellos días en los que los soldados fueron acusados por los refugiados de cometer asesinatos y violaciones, y quemar hogares de musulmanes.
Respecto a Suu Kyi, que ha sido criticada por no defender a los rohinyás, el maestro afirma con fe que es una «líder buena» que resolverá los problemas de su comunidad.
«Quiero pedir por mis derechos, nuestra ciudadanía y todos los derechos básicos», agrega a continuación el rohinyá.
Campos de arroz
Una carretera sinuosa que a veces se convierte en camino de barro discurre por el paraje tropical desde poco después de abandonar la capital, Sittwe, hasta Maungdaw, localidad situada en el norte del estado donde vive la mayoría de los rohinyás. Algunas parcelas continúan con restos de los incendios que los refugiados atribuyen a los soldados y las milicias budistas en medio de los campos de arroz flanqueados en el este por el sistema montañoso May Yu y al oeste por el golfo de Bengala que baña la franja costera de Rakáin.
Las autoridades birmanas han construido algunas aldeas para acoger a desplazados, así como dos centros en Maungdaw para acoger y verificar el estatus de los rohinyás que, entre el grupo de 700.000 que huyó a Bangladesh, decidan regresar.
De momento, solo seis rohinyás han vuelto voluntariamente, mientras que otros 92, que viajaban en un barco en dirección a Tailandia o Malasia, encallaron por accidente en las costas birmanas.
Los rakáin, la etnia budista del estado, temen otro ataque de los militantes del Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan (ARSA), como el ocurrido hace un año, e incluso aseguran que muchos de estos rebeldes a los que califican de «terroristas» acechan en las colinas May Yu.
U Ye Htoo, jefe adjunto del distrito Maungdaw, indicó en una conferencia de prensa que están dispuestos a recibir a los refugiados rohinyás y que deberían denunciar en los tribunales cualquier acusación de supuestas violaciones o asesinatos contra los soldados.
Esta buena disposición contrasta con la falta de libertad de los rohinyás en Rakáin, sobre todo, los que continúan hacinados en campos de desplazados desde la violencia sectaria de 2012.
«No puedo ir a la universidad porque soy musulmán», explica a Efe un rohinyá de 22 años que se identifica como Ronurteen y que vive desde hace seis años en el campo de Thak Kay Pyin en Sittwe.
Perímetro custodiado
Con limitado acceso a alimentos, sanidad y educación, familias de hasta nueve miembros viven en angostos chamizos de caña y techos de palmera sin libertad para abandonar el perímetro custodiado por soldados y policías.
Como otros muchos rohinyás, el deseo de Ronurteen es poder obtener una ciudadanía que las autoridades birmanas les niegan desde hace décadas y poder volver a su hogar, del que fue expulsado por atacantes budistas.
En un centro médico situado en el mayor campamento de refugiados de Bangladesh, Hossain Ali rompe en un llanto al recordar todo lo que perdió tras el inicio de la ofensiva militar hace un año en Birmania (Myanmar), una herida invisible que golpea las cabezas de miles de rohinyás traumatizados.
Ali, de 55 años, forma parte de los más de 700.000 rohinyás que se vieron obligados a huir a Bangladesh después de que los militares iniciaran una ofensiva en el estado occidental birmano de Rakáin que dejó miles de muertos, mujeres violadas y aldeas destruidas.
Desde entonces, lejos de su casa, sus campos de cultivo y sus animales, Ali no es capaz de imaginar un futuro «normal» para él y sus ocho hijos. «Si no puedo regresar a Myanmar, no sé si alguna vez podré superar esto. Sin volver a mi hogar será muy difícil criar a mis hijos con normalidad», afirma Ali en el centro médico mientras sostiene en su regazo a la menor de sus hijas.
En ese centro del campamento de refugiados de Kutupalong, en el sureste de Bangladesh, la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF) proporciona atención psicológica de manera periódica a rohinyás que cargan con el peso del trauma.
«Lo que hemos visto es que se enfrentan a muchos síntomas de ansiedad, como miedo, preocupación, estrés y tristeza», dice a Efe la coordinadora del departamento de salud mental de MSF en Kutupalong, la mexicana Claudia Aranda.
En la mayoría de los casos, los refugiados «son conscientes de que están aquí en el campamento, pero otras veces también piensan y recuerdan todas las cosas que vivieron en el pasado, la situación de violencia, y también piensan sobre el futuro», explica.
Los campamentos de Bangladesh están repletos de rohinyás con similares daños emocionales, pero muchos de ellos no ven como una prioridad atender estos problemas en medio de las precarias condiciones de los asentamientos.
Rahima Khatun asegura recordar el momento en que un familiar fue asesinado y arrastrado por militares birmanos antes de que su familia abandonara su hogar.
Pero para la joven rohinyá, de 27 años y madre de tres hijos, los traumas de su pasado no son un problema más importante que la salud de uno de sus niños extremadamente desnutrido y recluido en la unidad pediátrica del centro médico de MSF.
«No pienso mucho en lo que ocurrió. Si mi familia regresa, yo también regresaré, pero hasta entonces tengo otras cosas en qué pensar», dice.