Diario de León

Publicado por
Manuel Vilas
León

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Fue el político francés Jean-Luc Mélenchon quien recordó en una rueda de prensa que la obligación de hablar inglés llevaba dentro un componente imperialista, y tenía razón. Y se negó a contestar en inglés a un periodista. Veo turistas extranjeros en Madrid que no saben decir ni «gracias». Si viajo a Polonia, me aprendo dos o tres expresiones en polaco, o si viajo a Alemania en alemán, si a China en chino. Es mera cortesía. La imposición del inglés como lengua única empobrece el mundo y está en la base de eso que se conoce como «pensamiento único».

Me parece irónico que la lengua oficial más empleada por la Unión Europea sea la de un país que no quiere formar parte de dicha Unión y se marcha del club con un sonoro portazo. Una de las cosas que servía para identificar a Mariano Rajoy como hijo de la clase media española de finales de los años 50 del siglo pasado es que no hablaba inglés. En la España de la posguerra, y hasta la década de los 80, el inglés solo lo hablaba la aristocracia española, que enviaba a sus hijos a cursar el bachillerato en colegios ingleses. La clase media de mi generación (nacidos en los sesenta) estudiamos francés, un francés penoso, un francés escrito y no hablado. La educación en el franquismo despreciaba el aprendizaje de idiomas. Fuimos hijos no solo de la autarquía económica y política, sino también lingüística. Ahora la gente que no habla inglés vive acomplejada y es desdeñada en todas partes.

No me parece bien que se desacredite intelectual o políticamente a nadie porque no hable inglés. Fue el político francés Mélenchon quien lo dijo en público: esa obsesión por el inglés tiene mucho de dictadura. Todos los organismos internacionales se expresan en inglés y, al hacerlo en esa lengua, transmiten valores culturales, políticos y económicos que son propios del mundo anglosajón, y al final acabamos colonizados y uniformados. Tras una lengua siempre hay una identidad y unos valores. No me gusta que me colonicen. No me gusta tanta reducción de la complejidad lingüística del mundo. Viva, pues, Jean-Luc Mélenchon. Ojalá su ejemplo cunda, y los políticos en las ruedas de prensa internacionales elijan, por ejemplo, el sueco, el rumano o el japonés. Sería hermoso.

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