Diario de León

Una vida de toros

Felipe Zapico ha llegado este año a sus Bodas de Platino. Una palabra que engloba sus múltiples facetas desde que se fue con su amigo Rafael Pedrosa de maletilla a Salamanca. Novillero, se hizo después banderillero, apoderó, fue empresario y hasta presentador de televisión, pero nada como acompañar a su hijo, que vio cumplido su sueño de ser matador de toros. Su historia es como el Toro de Osborne, al que también se subió para pedir que no se quitara de las carreteras..

Ponferrada

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Felipe Zapico tiene planta de buen torero. Es como un árbol, bien enraizado. Anda derecho y tiene un punto de soberbia, siempre a paso de banderillas y deja perdérsele la mirada hacia no se sabe qué palcos presidenciales, donde figura un Presidente cargado de pañuelos blancos, azules, rojos, que son los signos de la gloria. León, me sugiere, ha sido tierra de toreros. Lo que sucede es que hiela con ferocidad y nieva en los altos y los tendidos se coronan de espumas de frío en lugar de flores».

Así escribía Victoriano Crémer de Felipe Zapico en 1984, en las páginas de este decano. Zapico, santo y seña de esa generación de bohemios del toro de la que es el último representante vivo —Currito, Perelétegui, Román Balbuena, Clemente Gallo...— acaba de superar las Bodas de Platino desde que quiso ser torero.

Ni la última cornada le ha hecho mella. Vio cumplido su sueño de torear por primera vez en la plaza de León en un festival el 20 de abril de 1952 — «un mano a mano de noveles de la localidad» decía en cartel de aquella tarde— con el añorado Román Balbuena, él del barrio de Santa Marina; Balbuena, con b, del barrio de Las Ventas. «Estoy de muchos aniversarios afortunadamente, y el recuerdo de aquella primera tarde, como todo lo bonito de la vida, siempre está presente. Y la sigo recordando como si ahora mismo pisara la plaza», comenta Zapico. Torero, banderillero, empresario de pequeñas plazas, apoderado, presentador de televisión... su vida han sido y son los toros. ¡Y lo seguirán siendo!. Han sido junto con su familia lo «más cumbre» que ha podido vivir, y vive, porque Zapico sigue saliendo cada día a la plaza cuando abre la puerta de su casa del barrio de San Mamés. Lleva sus recuerdos en la cartera y los comenta en Facebook, donde tiene muchos seguidores. Va a ese rincón del bar Madrid, homenaje en fotos a toda una vida.

Aunque aquel primer cartel fue en 1952, todo empezó antes, cuando aún no había abierto la plaza de toros de León, con Rafael Pedrosa como compañero de fatigas. Fue en aquella década de los 40 de fatigas y sueños. «Con Rafael Pedrosa me escapé de casa a Salamanca y Andalucía como maletilla», recuerda Zapico que confiesa que, si volviera a nacer, volvería a ser torero.

Torero es un concepto muy amplio, porque el respeto se debe a todos los que intentan ser algo ante la cara del toro. Curiosamente, Zapico aún no está en la Wikipedia, y lo debería estar por toda una vida de torero ejerciendo de leonés, y también porque es de los pocos leoneses que tienen la Insignia de Oro de la Ciudad de la Legio VII.

Fue a Zapico al primero que confesó Gustavo Postigo, el empresario que vino de Segovia para sacar de la ruina el coso de Papalaguinda en los años 90 del siglo pasado, bohemio y taurino como él, que compraba aquella histórica plaza que no pudo inaugurar Manolete en 1948. Durante los años sin toros, Zapico clamó en medio del desierto para que volviera la Fiesta a San Juan. Casi sólo. Con los pocos del Club Taurino que fundó, algunos periodistas y los rescoldos de la Peña Taurina. Pero nunca desfalleció.

Ha sido siempre, como él dice, «su» plaza. «Echo la vista atrás y recuerdo a Pérez Herrero, José Luis Perelétegui, Gustavo Postigo o Currito. Sin su ayuda nada hubiese sido igual», rememora sobre su vida torera. Sus nombres, y el de alguno más, forman parte de su presente, porque siempre tiene un recuerdo para ellos, especialmente de Perelétegui, compañero de fatigas informativas, con quien puso en marcha un programa de toros en Televisión de León en compañía también de Julio Cayón. Con el tiempo sólo siguió él. Su programa fue líder de audiencia durante muchos años, no porque fuera de toros sino porque Zapico sólo ha habido uno. Y así, en una histórica tarde, subió al toro de Osborne de Villalobar para reclamar que no se derribara.

De la plaza de El Parque recuerda muchas tardes. Muchos momentos. Muchas fatigas. Su debut con picadores fue el 29 de junio de 1957, con «El Trianero» y Luis Segura compartiendo cartel. No tomó la alternativa, pero sí recibió la mejor bendición posible en su boda con Conchi, madre de sus hijos. Pasó sinsabores por plazas hechas de talanqueras y otras mejores, fue apoderado, montó festejos con una plaza portátil hecha con raíles de tren... Y llegó a ver cumplidos todos sus sueños con la alternativa de su hijo Luis Miguel, de Roberto Domínguez. También puso unas históricas banderillas cuando estuvo enfrentado a la empresa que no le dejaba vestirse de luces.

José Luis Perelétegui, su amigo del alma, le definió como el Juncal de León. Aquel Paco Rabal de la serie de Armiñán que en una de las escenas llora sólo mirando al toro y exclama, «¡Ole!». Ole que Zapico dice cada día. En el busto que Juan Carlos Uriarte hizo de él, y que cada San Juan preside la puerta de cuadrillas de la plaza de León, los versos de Pérez Herrero así lo resumen:

¡Un romance de toros

es Felipe Zapico!

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