Una ventana de ponferrada a gijón
El poeta leonés Abel Aparicio relata su recorrido en bicicleta desde la capital berciana hasta la ciudad asturiana para mostrar los encantos de algunos de los rincones con más tradición e historia del trazado.
Cuando alguien decide hacer un viaje, siempre tiene un porqué, ya sea buscando descanso, diversión, aventura, conocimiento, etc. En mi caso, coincidieron tres razones, a saber: el centenario de la concesión del tren que unía Ponferrada con Villablino/ Vil.lablinu, el libro Caballeros de la muerte de Alejandro M. Gallo y una fotografía. Como ya contó Carlos Fidalgo en este periódico, el 24 de julio de 1918 se publicó en La Gaceta de Madrid la concesión de la línea, conocida popularmente como Ponfeblino, para el transporte de mercancías y personas. El proyecto indicaba que el plazo de ejecución era de 14 meses, aunque finalmente se realizó en 10. Las condiciones laborales de los casi cinco mil obreros fueron muy duras, sumándose a esto la gripe que asoló el planeta, cuyo pánico provocó que la plantilla quedase reducida a casi mil doscientos obreros. Finalmente, el tren entró en servicio el 23 de julio de 1919.
Con esta idea, una mañana nublada de jueves y con ocho grados de temperatura, comencé la aventura en el Museo del Ferrocarril de Ponferrada, antigua estación del Ponfeblino, a lomos de una bicicleta. Durante las primeras pedaladas pude comprobar que de aquel mundial de ciclismo celebrado en 2014, poco se impregnó la capital berciana —al margen de una importante deuda y un largo proceso judicial—, ya que el carril bici se resume en una línea difusa en alguna calle o avenida. A los pocos minutos tenía ante mí la Ciuden, un proyecto que nació como revulsivo de esta comarca y que, a día de hoy, poco se parece a la idea original. A su lado, ‘el Sil que baxaba de la nieve’, según nos contó Roberto González-Quevedo en su libro, y que no nos abandonaría hasta despedirnos de Laciana/ L.laciana.
Ciuden
Con un suave pedaleo, llegué hasta la central térmica de Compostilla, cuyas
cuatro torres son una estampa típica en días de niebla, ya que es lo único que
asoma por encima de ésta en la hoya berciana. Una vez observada, llegaba
el momento de cruzar tres de los túneles que tiene esta línea férrea (siendo
el más largo de unos mil doscientos metros) y el puente sobre el pantano
de Bárcena. Después vendrían Santa Marina y Toreno/ Torenu, una de
las capitales mineras de la cuenca del Sil. Aquí reside Alejandro Campillo,
uno de los mayores defensores del tren turístico y antiguo presidente del
Consorcio Ponfeblino. Alejandro asegura que existen varios estudios «que
demuestran que un tren turístico genera diez veces más dinero que una vía
verde y que, como está demostrado en Francia, un tren multiplica las visitas
por cinco sobre la vía verde». A parte de esto, «se puede destinar a otros
usos como homologación de material fuera de la RFIG (Red Ferroviaria de
Interés General), a una escuela de prácticas de maquinistas u opciones industriales
del taller de Villablino», añade Campillo.
Desde Toreno hasta Palacios, pasando por pueblos como Matarrosa,
L’Escobiu o Corbón, encontramos a un lado y a otro de la carretera un museo
minero al aire libre en total decadencia. Instalaciones abandonadas, casas
cerradas, pabellones en desuso, minas a cielo abierto y la sensación de que
la reindustrialización que se prometió con los fondos Miner aquí no fue tal.
En Palacios me detuve a descansar y a recordar alguno de los poemas de
Eva González, una de las escritoras en leonés más ilustres y autora de poemas
como Xeitus:
¡Quién me diera a mi axeitare
sus costumes ya vezus!
Prestaría-me nel alma
na nuesa tsingua faé-lu.
Antes de llegar a la capital de Laciana / L.laciana, un cartel en sentido contrario
que indicaba la entrada en el Bierzo estaba tachado con las palabras
«eso nunca», poniendo de manifiesto la polémica suscitada por incluir a Palacios
(en la comarca tradicional del Alto Sil) en el Consejo Comarcal del Bierzo,
como luego así me comentaron varias personas en Villablino/ Vil.lablinu.
A la entrada de esta localidad me recibió José Manuel Sabugo, buen anfitrión
y un gran músico. En su casa hablamos largo y tendido sobre su proyecto
D’Urria, que comparte con Moisés Suárez, y de su nuevo disco En ca
Pla. Quién sabe si algún día Sabu será como Vítor, un paisano de Rabanal
d’Arriba al que canta.
Sentáu no payal cono cayáu na mano,
cuntando las horas pa recochere,
nun sei si d’alguién xube polos Artaños,
ya’l cielu está llimpiu cumo ayere.
De aquí fuimos a comer a La Tintorería, que tiene a buen recaudo un tablón
con los horarios y paradas del Ponfeblino y, donde hace un par de años, tuve
la suerte de poder participar en un acto poético musical con Cuatro Llobos.
Durante la comida hablamos mucho de música y de la situación de la
comarca, del proyecto perdido de los talleres de la villa, en los que se iban a
reparar coches de viajeros para un tren turístico francés, como primera piedra
de un gran proyecto que traería puestos de trabajo y una gran inversión.
También hablamos de una idea que comienza a dar sus primeros pasos, la
fábrica de cerveza 12.70, instalada en una vieja mina de Lumajo/ L.lumaxu
y que promete ser un revulsivo para la zona. Terminada la comida, me despedí
de Sabugo a las puertas de la Fundación Sierra-Pambley hablando de
películas relacionadas con la minería como Germinal, Billy Elliot, Tocando
el viento, Cielo de octubre, ¡Qué verde era mi valle! o La sal de la tierra.
Vagón Ponfeblino y Tablón Ponfeblino
Pedaleando por la senda verde que une Villablino con Villaseca, llegué a esta localidad, en la que mis tíos Elvira y Dionisio trabajaron como maestros. Una fotografía del año 1987, en la que aparecen mi padre, mi tío y mi hermana, fue la otra gran culpable de que realizara este viaje. Fue mi tía Elvira la primera que
me habló del Ponfeblino, que cogió un día de enero de 1978 —dos años antes de su cierre para pasajeros—, de la vida en un pueblo minero, con sus cosas buenas y malas, sobre todo del miedo a que los que estaban dentro del pozo no volvieran a salir, del encanto de Laciana o de la dureza de los inviernos. A los pocos kilómetros encontramos el Puente de las Palomas, línea divisoria entre las comarcas de Laciana y Babia. Observando el puente me vino a la cabeza este cantar:
Diendu caminu de Vabia,
sentí cantar ya cantéi,
sentí cantar a un babianu,
ya col son you m’ animéi.
A unos trescientos metros de Piedrafita me detuve a observar el terreno donde fueron exhumados siete cuerpos de una fosa común en el año 2002 por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Por desgracia, este no es el único lugar del recorrido donde se exhumaron restos de republicanos, también en Villager/ Vil.laxer (1), Toreno (2) o Ponferrada (2). Como canta Evaristo
Páramos: «En una cuneta, agujereada, nació la democracia». Babia es conocida por varios factores, uno de ellos, la trashumancia, como bien se refleja en el libro de Manuel Rodríguez y Fernando Fernández, De Babia a Sierra Morena, Un viaje ancestral por la cañada real de la Vizana o de la Plata y otras vías pecuarias, pero sobre todo, recorriéndola. Atravesados los pueblos de Cabrillanes/ Cabrichanes y Huergas/ Güergas, llegué a Riolago/ Ruil.láu, donde se encuentra la Casa del Parque de Babia y Luna, un lugar que bien merece la pena ser visitado. Una vez visto, atravesé el río Luna/ L.luna para llegar a San Emiliano/ Santu Michanu y de aquí a Candemuela y Torrebarrio/ Torrebarriu, en cuyo albergue —que lleva una persona nacida en el pueblo y que está poniendo todo de su parte para poder vivir en este paraíso—, di por finalizada la etapa.
Peña Ubiña
Al día siguiente, previo desayuno delante Peña Ubiña (2.417 m), comencé la ascensión al Puertu Ventana
(1.587 metros), línea divisoria entre Asturias y León, lugar en el que unos pocos turistas y algún ciclista disfrutaba de este paraje. La bajada desde aquí hasta Samartín es espectacular, con una fuerte pendiente y en la que podemos detenernos a visitar Cueva Güerta, en pleno desfiladero conocido como la Foz de la Estrechura. El plato fuerte de esta etapa fue la Ruta del Oso, una vía verde inaugurada en 1995, después de que en 1963 dejaran de circular por sus raíles trenes llenos de carbón. En esa ruta coincidí con unas trescientas personas, algo que contrasta con las menos de treinta que encontré al sur del cordal. Desde aquí a Trubia, localidad en la que comí. Después de una pequeña siesta, por un recorrido que discurre prácticamente en su totalidad por una vieja vía de tren hoy asfaltada, llegué a Oviedo/ Uviéu.
Senda del oso
En Uviéu estaba esperándome Nacho, otro gran anfitrión natural de la comarca
leonesa de Ordás, con el que fui a cenar junto a dos amigas suyas a la calle Gascona.
El ambiente de un viernes en la capital asturiana crece constantemente, ya no
se queda la ciudad vacía en verano como ocurría antaño, según me explicó Nacho,
y pude comprobar al ritmo que marcaban las mágicas palabras del camarero:
«¿Qué, otro culín?» Durante esa cena les expliqué la idea de mi viaje y, lamentablemente,
salió en la conversación el maltrato que está sufriendo el otro tren con
origen minero de León, el de La Robla (León-Bilbao), que entre unos y otros lo están
dejando morir, igual que a los pueblos que comunica.
Oviedo/ Uviéu
El sábado amaneció con un día muy soleado y la playa de Gijón/ Xixón me estaba esperando. El recorrido
de esta última jornada transcurrió por carreteras secundarias y por poblaciones muy pequeñas, como Tabladiello, que me recordó al Tabladillo que hay en tierra de maragatos. La entrada en Xixón me devolvió de nuevo a la realidad del peligro de la bicicleta en una gran ciudad, pero a partir de la playa de Poniente, un buen carril bici me acompañó hasta la de San Lorenzo, en la que aproveché para bañarme, previo paso por Cimadevilla, lugar en el que aproveché para hacer las fotos de rigor.
Xixón
Un gran recorrido que me sirvió, entre otras cosas, para apreciar de nuevo la diversidad paisajística que tenemos a uno y otro lado del cordal, las diferentes formas para enfocar el fin de la minería del carbón y sobre todo, para pedalear tranquilamente, «que las prisas y las agujas del reloj cada vez nos hacen más esclavos y más débiles», como bien me dijo ese pastor que conocí en Babia.