Diario de León
Publicado por
Manuel Vilas
León

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Ningún gobierno desde que tengo uso de razón ha abordado con aplomo uno de los problemas más oscuros, atávicos y terribles que tiene España. Ese problema tiene varios nombres, todos muy sonoros o elocuentes. Se llama Burgos. Se puede llamar Ciudad Real. También Cuenca. O Zamora. O Teruel. O Soria. O Badajoz. Se llama de muchas formas. Todos esos nombres convergen en uno solo: injusticia. Es la infraespaña, la subespaña, el territorio sin nadie, la nada hecha espacio. El interior de España es un lugar en donde no hay nada. Sergio del Molino, en un ensayo importante, le puso un nombre que ya ha hecho fortuna, llamó a todos estos territorios ‘La España vacía’. Los Estados Unidos también padecieron algo similar. Pero hay una salvedad importante. Los estadounidenses se pusieron manos a la obra. Y edificaron en medio del desierto una de las ciudades más fascinantes, delirantes y mágicas del mundo: Las Vegas.

Cuando estuve en Las Vegas tuve una revelación. Me di cuenta de que lo mismo se podía hacer en España. No necesariamente la misma solución, ese tipo de ciudad o esa estrategia. Pero sí el mismo esfuerzo de la voluntad por levantar algo en donde no hay nada. La diferencia entre la América profunda y la España profunda es que la primera es rica y la segunda es pobre. Aunque no es una cuestión de dinero, ni de exigir grandes inversiones del Estado. No, no es eso. Es una cuestión de imaginación, de voluntad y de reconocimiento del problema.

Primero, urge darse cuenta de que allí hay una gravísima injusticia secular, una tragedia llamada desigualdad territorial. Luego, hay que buscar iniciativas privadas, que son las más útiles en este tipo de problemas. Pues es evidente que el Estado y las autonomías no han sabido encontrar una salida. Tal vez habría que imponer un servicio obligatorio de contribución al equilibrio territorial, basado en que los ministros de los gobiernos de España fijaran su residencia en la España rural. O mejor aún: que todo ciudadano residente en las grandes capitales, como Madrid y Barcelona, tuviera la obligación de residir durante un año de su vida en algún pueblo de Soria o de Lleida. Hace unos días estuve en Calatayud. Nada más bajar de la estación de tren me encontré con una casa de 1906 completamente abandonada. Era una casa espléndida. En cualquier país europeo esa casa hubiera sido rehabilitada. El problema de España se llama desidia. Tal vez los presidentes de Gobierno tendrían que vivir en Teruel. Solo así lo entenderían.

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