Diario de León

CANTO RODADO

Hombres, puños y puñetas

No las creen. La mayoría de los hombres, y también muchas mujeres, no creen a las víctimas de violencia de género. El juez que llamó bicho a una de ellas es el espejo de esta realidad..

León

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Alguien dijo que una imagen vale más que mil palabras. Depende. Recuerdo una que me prestaron en mi pueblo, Villaornate, cuando el Diario de León hizo aquella magnífica colección de Todos los pueblos y sus gentes.

Un grupo de mujeres posaban a la puerta de la iglesia con sus mandiles, calderos y trapos. Habían limpiado el templo y alguien que estrenaba cámara quiso retratar a las mozas como recuerdo. Un mozo que pasaba por allí se puso para la foto. Y quedó retratado como si formara parte de la cuadrilla femenina.

A veces las fotos también engañan. Lo mismo que el discurso de lo políticamente correcto y los ‘jueces ejemplares’ en la lucha contra la violencia machista que llaman bicho a las víctimas sotto voce.

En la violencia de género, más allá de las apariencias están los puños. Y las puñetas. Hay muchas clases de violencia de los hombres hacia las mujeres. Los asesinatos son la punta del iceberg. Cruenta cima de las violencias. Por debajo están otros golpes que no siempre son tortazos, palizas o puñaladas. El ataque psicológico, a la autoestima y a la dignidad de las mujeres, incluida la amenaza, más o menos velada, hacia los hijos e hijas, abundan como arma de aniquilación.

Que la sociedad reconozca estas violencias ha llevado siglos, milenios. Violar a las mujeres, en tiempos de guerra y también de paz, ha sido moneda tan corriente que siempre se han encontrado argumentos para culpabilizarlas. Muchas llegaron a quitarse la vida, como hizo Lucrecia, en tiempos de la monarquía romana. Fue violada por el hijo del rey y se suicidó para salvar su honor.

El juez que esta semana fue cazado in fraganti por la cámara del juzgado de violencia de género, del que era titular, llamando bicho a una víctima cuyo caso vio en vista oral es una prueba de lo poco que los hombres creen a las mujeres.

Y también dice bastante la complicidad de muchas mujeres con el discurso de que «algo habrá hecho para que este pobre hombre esté así». Que sea una letrada de la administración pública la interlocutora de la conversación dice mucho de en manos de quien está atajar las violencias de los hombres hacia las mujeres, las niñas y los niños.

Hay mucho que limpiar en los templos del patriarcado. Son cloacas inmundas. Los hombres están esperando a que lo hagamos, nosotras, las mujeres, porque piensan que la violencia que producen sus congéneres es cosa nuestra. Muy pocos son los que, por ahora, se sienten concernidos. Y, por tanto, son muy pocos los que realmente hablan con sinceridad. Más allá de las frases hechas de que «hay que acabar con esta lacra» o «tenemos que proteger a las mujeres» —¡qué paternalista suena, por Dios!— que se sueltan cuando se producen asesinatos, son muy pocos los que han decidido dar un paso al frente para señalar a los violentos. A los otros hombres que no son ellos, los hombres buenos.

El caso del juez bicho no es un hecho aislado ni infrecuente. Lo único que le diferencia de muchos otros —como sucede con la corrupción— es que a él le grabaron y otros muchos hablan de las brujas, bichos y perras de las mujeres con total impunidad en la barra del bar, en los despachos o en la sauna.

Así que, señores (y señoros) es su turno de limpieza. Cojan el caldero y frieguen. Limpien, fijen y den esplendor a su género en lugar de hacer de guardianes de la lengua para que la existencia (digna) de las mujeres no se cuele en el Diccionario de la Real Academia. Manden a hacer puñetas a los violentos y maltratadores (de todo tipo). Señálenles con su puño y sean verdaderos hombres.

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