REVISTA
Una pizca de gracejo
El periodista y escritor leonés Eduardo Aguirre reflexiona acerca del humor y el columnismo, con motivo de cumplir 60 años y más de 30 como firma de Diario de León
Sancho Panza no recordaba haberse muerto ninguna vez en todos los días de su vida. No es extraña tal amnesia, tampoco quien esto escribe recuerda haber cumplido antes 60 años… hasta el pasado 16 de octubre. Recuerdo que al cumplir mis primeros 30 otoños conté en la columna el chasco que me había llevado, pues estaba convencido de que esa mañana despertaría con barba a lo Valle Inclán. El pasado martes no amanecí barbudo, ni con moño a lo doña Emilia Pardo Bazán o con coleta podemita. Tras darme vuelta y vuelta ante el espejo concluí que era el de siempre, más o menos.
Llevar más años escribiendo columnas que sin escribirlas no me convierte en autoridad en la materia, pero me permite decir algo sobre tal género periodístico que — para mí— consiste en opinar con criterio. En esto también ha de haber escalafones. Si alguien asegura que El bimbó es mejor que Let it be lo suyo no es una opinión sino un «Huston, tenemos un problema». A veces me dicen: «Después de tantos años te costará ya mucho encontrar temas…» No, nunca. Preocuparse porque se carece de tema es de novatos. La gran dificultad del columnista no es esa, sino ser justo en las opiniones —o al menos, intentarlo— una vez percibes lo fácil que es convertirte en un Darth Vader del teclado, pues no son los temas los que te definen sino cómo escribes sobre ellos.
Cuando la noticia lo permite, me gusta analizarla con gracejo, pero ojalá fuese tan sencillo como echarle sal al texto soso. Nunca hago bromas con emigrantes y razas, ni con las minusvalías psíquicas o físicas, tampoco con el maltrato machista o el terrorismo. Y pese a ello… el río de las ocurrencias suele bajar caudaloso. Ahora bien, que sepas dónde pescar no conlleva que el gag pique. Sí, el gran reto radica en ser justo.
Recelo del columnismo que proclama que dos y dos son cinco «porque a contar no me gana nadie». ¿Y si son seis? Incluso, cuatro. Doy mamporros verbales a quien se los merece, pero no considero imprescindible meterle también el dedo en el ojo tras habérselo metido en la llaga. La ironía permite expresar lo que deseas sin por ello salpicarlo todo de vísceras. Para ello, a mi entender, ha de incluir cuatro elementos: verdad, compromiso, medida y autoparodia. Y a ser posible, cierta comprensión hacia las debilidades que no generan dolor.
Torquemada nunca escribió columnas. Y pese a ello creó escuela en mi gremio, a derecha e izquierda. El peligro de convertirte en columnista tiranuelo siempre está ahí. Por ello, uno de los cuatros elementos que he citado es la autoparodia. ¿Conocen a algún dictador que se ría de sí mismo? O dictadora, claro.
Con los años no se escribe ni mejor ni peor. Ya lo advirtió Cervantes en el prólogo a su Quijote de 1615: «no se escribe con las canas, sino con el entendimiento». Me gusta el columnismo ideológico, que no es lo mismo que militante. La rabia contra la injusticia pierde eficacia cuando se vuelve narcisista. También el humor, claro. En fin, nada es fácil. Pero lo difícil no es escribir, sino hacerlo que parezca como si no te costase, ardua tarea donde las haya. Todo esto, claro, son milongas comparado con infiltrarte en la mafia rusa o investigar al comisario Villarejo.
Si lo cómico conlleva sentencia ha de ser proporcional. O sea, justa. No estoy abogando por una comicidad descafeinada de crítica, sino con humanidad. Opinar no debe ejercerse como un poder absoluto para el escarnio. ¡Tiembla mundo, que hoy tengo gripe! Tampoco lo humorístico ha de ser ajeno a la compasión. Ante este reto de conciencia, encontrar tema resulta nimio.
¿60 años? Continúo siendo aquel chico de barrio, el hijo mediano de mis padres, el amigo con gafas que tuviste en el colegio, un católico que escribe columnas, que son el grafiti del periodismo. Y sí, quien va de verdugo se acaba cortando con su propio hacha. No hay humor sin verdad. Cervantes, Chaplin, Mihura, Groucho, Forges no mintieron con tal de hacernos reír. Woody Allen y El Roto tampoco lo hacen. La ironía es la verdad desde otro ángulo, pero nunca debe ser su reverso. Por ello vengo recalcando que el gran reto es ser justo, ?incluso con aquello que más desdeñas
Si llego a saber que tener 60 años era así de grato los hubiese cumplido mucho antes. Los 70 serán ya la repanocha… siempre que me quede aún una pizca de gracejo. O mejor, dos. Gracias, lector, por estar ahí. ¿Lo está?
Aguirre, junto a la máquina de detectar falsos lectores del Quijote, engendro de su invención que nunca ha funcionado ni funcionará. MARTA ROA