Videntes cotidianos
Se ha dado cuenta de que vamos de videntes por la vida? Adivinamos lo que piensan los demás, lo que sienten, porqué hacen lo que hacen… Por ejemplo, «fulanito piensa que soy un incompetente» o «menganita ha hecho eso para hacerme daño». ¿Le suena?
Suponemos algo y creemos que eso que hemos supuesto es cierto, simplemente porque nosotros lo estamos pensando. ¡Como si tuviéramos una bola de cristal! Y así es como, sacando conclusiones precipitadas, terminamos provocando un conflicto o un malentendido.
«Pepa ha hecho esto porque quiere fastidiarme, ¡se va a enterar!». ¡Y ya está el lío armado! ¿Comprende que terminamos asumiendo como verdad algo que no tiene por qué serlo? Y lo más perjudicial es que actuamos en respuesta a eso que hemos pensado, en vez de hacerlo por lo que objetivamente ha pasado. Incluso es posible que, de tanto usar nuestra bola de cristal, acabemos creando nuestra propia profecía autocumplida y confirmando nuestros temores. Por ejemplo, si después actúo a la defensiva con Pepa y ella responde alejándose de mí.
Y todo esto, ¿por qué? En primer lugar, porque a las personas nos cuesta mucho no saber lo que está pasando. Necesitamos tener una explicación para todo y suponer nos da seguridad.
Pero también porque muchas veces creemos que todo lo que pasa a nuestro alrededor, lo que hacen los demás o cómo se comportan, tiene algo que ver con nosotros, cuando no siempre es así. No somos el centro del universo, aunque a veces creamos que sí.
Entonces, ¿cómo dejar de suponer y de adivinar lo que está pasando? Lo primero es que se dé cuenta de cuándo está usando su bola de cristal. Pregúntese, ¿cómo sé esto que estoy pensando? ¿Qué pruebas tengo?
Después pregúntele al otro, porque las cosas no se dan por hecho, las cosas se hablan. Eso es lo más efectivo que hay, darle a la otra persona la oportunidad de explicarse.
Y por último, comprenda que su diccionario de vida no es universal y que cada persona hace las cosas de una forma diferente y por un millón de motivos de usted desconoce.