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CANTO RODADO

Tarjeta roja al maltratador

Cuando iba a aquella escuela con pupitres de madera, estufa de carbón y tarima para la maestra también teníamos una hucha para recoger dinero para los ‘negritos’ que bautizaban en las misiones..

León

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La moneda se deslizaba por la ranura que el ‘negrito’ tenía abierta en la cabeza. Ahí depositábamos nuestra compasión por aquellos niños y aquellas niñas que no sabíamos muy bien dónde estaban, aunque suponíamos que muy lejos. Algo así hacemos ahora con las víctimas de violencia de género. Depositamos sobre sus cabezas imaginarias nuestra compasión mientras desde las instituciones se las anima a tener coraje y denunciar.

¿Y qué pasa con ellos, los maltratadores, los futuros asesinos? Están disueltos en la masa de hombres de cualquier edad, formación, profesión o posición social. Nadie les señala. Nadie les dice: ¡Basta ya! Solo las mujeres que, denuncia o no de por medio, deciden cambiar el rumbo de su vida.

Pero, tú, maltratador, vives agazapados en la normalidad de las conductas machistas, de los privilegios que te otorga el patriarcado y el encubrimiento de una sociedad que ve hombres normales o incluso ‘bonachones’ y hasta ‘un rey del cachopo’ cuando se desayuna con la noticia de un nuevo crimen.

Los asesinatos son la punta del iceberg de la violencia de género. Por debajo hay una mole machismo más duro que el hielo y que se sufre cada día, en cada casa, en cada centro de trabajo, en las escuelas, en las instituciones y en las calles.

Ese gigante flotante tiende a disculpar a los maltradores, protegerlos o reír con ellos los chistes sobre las mujeres y sus cuerpos. En este ambiente, los hombres maltratadores sienten que el problema de la violencia de género no va con ellos. No se sienten interpelados.

La campaña que más se acercó a poner un cerco a los maltratadores fue aquella que inició el Ministerio de Igualdad el 18 de marzo de 2010. «Saca la tarjeta roja al maltratador» involucró a artistas, periodistas, deportistas, políticas y políticos... un amplio espectro de la sociedad.

Duró tan poco como la alegría en la casa del pobre. A los pocos meses el Ministerio de Igualdad quedó reducido a Secretaría de Estado de Igualdad en una remodelación ministerial que pretendía lanzar el mensaje de la austeridad. La igualdad, por tanto, era un lujo que no nos podíamos permitir en tiempos de crisis ni siquiera con un Gobierno socialista.

Luego vino el PP y redujo hasta la extenuación la actividad de las unidades de violencia de género. En Castilla y León decidieron que los Ceas, que ya estaban saturados con la Ley de la Dependencia, se convirteran en la puerta de entrada de los casos de violencia de género, en la mayoría de los casos sin una preparación específica del personal. Como si no hubiera víctimas de violencia de género que nunca han entrado en un Ceas, ni lo harán. Porque las hay de todas las edades, profesiones, formación y nivel económico.

La sociedad tiene que señalar y sacar la tarjeta roja a los maltratadores. Como el PP debería, de una vez por todas, renegar y condenar el franquismo. Mientras no lo hagan, unos y otro, tendremos la sospecha de que lo aprueban y de que son cómplices de que el machismo siga matando y el fascismo siga creciendo. Y apaleando a las Femen,

Los hombres son los primeros que han de sacar esa tarjeta roja. Como Pablo Casado debería condenar el régimen franquista y sacar la tarjeta roja a los fascistas que quieren enterrar a Franco en La Almudena. Es obsceno que ponga como condición prohibir el comunismo.

Con los maltratadores, hay un trabajo que no podemos hacer las mujeres, ni siquiera el feminismo. Como dijo Soledad Murillo en Valladolid, en el V Encuentro sobre Violencia Sexual de Amnistía Internacional en Castilla y León: «A los hombres les podemos poner las gafas de género o violeta, pero lo que no podemos hacer es graduárselas». Graduénse, señores y señoros. Graduése en democracia, señor Casado.

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