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CANTO RODADO

Las niñas de rosa...

Las tres ‘b’, bala, buey y biblia, son los poderes en la sombra de Bolsonaro. No es extraño que tenga una ministra, que es pastora evangelista, que dice que los niños visten de azul y las niñas de rosa.

León

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Una amiga, que ni va de feminista ni nadie tacharía de radical, regaló a mi hija su primer libro. Rosa Caramelo, un cuento de Adela Turin que Esther Tusquets editó en España en una colección de coeduación e igualdad en los años 70. Es la historia de unas elefantitas obligadas a comer peonías en un campo cercado para tener la piel rosa y sedosa. Era su pasaporte para el matrimonio. Pero Margarita ni quería casarse ni quería ser rosa. Solo pensaba en saltar la valla y jugar con los niños elefantes en libertad.

La elefanta se quedó gris y logró su sueño. Y, lo ‘malo’ (para el patriarcado) es que las demás elefantas la imitaron y todas saltaron el cercado. Este cuento sobre la lucha por la igualdad, contra viento y marea, termina bien, pero sabemos que la llegada de las elefantas al otro lado del cercado no ha sido tan bien vista en la realidad. La reacción del patriarcado ha sido, y es, violenta y feroz.

Que las niñas vistieran de rosa era algo tan natural como que no votaran o tuvieran que dejar de trabajar para dedicarse al hogar cuando se casaban. Tan aceptado (e impuesto) como que las mujeres fueran mayores de edad dos años después que los hombres y que en realidad nunca salieran de la tutela del marido o el padre. Todo esto, que pasaba durante la dictadura de Franco, se empezó a desmontar con la democracia empujada por el movimiento feminista. Porque hay que recordar que la sacrosanta Constitución de 1978 no menciona apenas a las mujeres y mantiene desigualdades a pesar del artículo 14.

Ahora resulta que a la igualdad la quieren desprestigiar, y lo que es peor, desterrar, con la etiqueta de ideología de género. Y la ultraderecha, allí donde triunfa, como en Brasil, o muerde cuota de poder, como en España tras las elecciones andaluzas, es el ariete contra los derechos de las mujeres y las personas migrantes.

Los innombrables sueltan soflamas del estilo de la ministra brasileña que ha llegado a ser pastora y política no por la gracia divina, sino por la lucha del feminismo. «En Brasil las niñas visten de rosa y los niños de azul», ha dicho. Mi querido y admirado Caetano Veloso se vistió de rosa en señal de protesta. El rosa es un color tan masculino como femenino.

En España, las maniobras de la ultraderecha siguen la misma estrategia de provocación e intoxicación con fakes news, avaladas por falsos perfiles de la Guardia Civil y libelos que nadie secuestra como los falsos datos de malvadas mujeres que matan a pobres hombres. Las 793 mujeres asesinadas desde el 2003 a manos de sus parejas o exparejas, más otras muchas víctimas de feminicidios, no les hacen mover una ceja. La bola de mentiras y barbaridades irrepetibles se agranda hasta el paroxismo. Corremos el peligro de que nos aplaste, a hombres y a mujeres.

El problema no es la ultraderecha, que siempre ha estado ahí, sino quienes aprovechan el río revuelto para animar el cotarro. Quienes cuestionan, ya en voz alta y negro sobre blanco, que la lucha por la igualdad beneficia a hombres y a mujeres y propagan que las ‘feminazis’, así nos llaman, sólo quieren aplastar a los hombres. Y cosas peores. Es una pena que nuestros potenciales aliados para alcanzar la igualdad hagan el caldo gordo a la ultraderecha.

En Brasil, los poderes en la sombra de Bolsonaro son la bala, el buey y la biblia. En España son los que negocian con la ultraderecha los derechos de las mujeres y se pasan la democracia por el forro. Los cachorros de la nueva derecha que se suben al carro como Casado o los que se agazapan detrás de una sebe, como Rivera.

Quizá el problema, también, es que vivimos en una sociedad hipócrita de lacitos rosas y azules, juguetes rosas y azules, conductas rosas y azules y tareas rosas y azules. Una sociedad en la que los varones no quieren soltar el poder ni los privilegios y culpa a las mujeres, esas brujas peligrosas, por reclamar lo que les pertenece. #NiUnPasoAtrás