A la defensiva
Se da cuenta de que vivimos defendiéndonos de los demás como si esto fuera una guerra? Nos dicen algo, nos creemos que nos están atacando y saltamos, ¡vaya si saltamos! Y después, venga a darle vueltas a eso que hemos dicho. ¿O usted nunca se ha sentido mal después de haberle respondido a la defensiva a alguien? A casi todos en algún momento nos gustaría habernos tomado las cosas de otra manera, pero es como que nos salta algo dentro y no somos capaces de controlarlo.
De tanto miedo a que nos juzguen y nos critiquen nos lo tomamos todo demasiado en serio y hacemos montañas de arena de auténticas tonterías. ¿Por qué cree que nos pasa? ¿Por qué cree que unas personas son capaces de relativizar y otras saltan a la más mínima? Pues sepa que no depende de lo que nos dicen, sino de cómo nosotros lo interpretamos. Y esto significa que usted siempre tiene la posibilidad de elegir entre quedarse con la ofensa y hacerse el ofendido, o dejar que ésta vuelva como un boomerang al ofensor.
Pero para eso lo primero es que identifique por qué lo está haciendo. Puede ser que sea una de esas personas que viven a la defensiva, pensando que los demás quieren hacerle daño y percibiéndolo todo como un ataque del que hay que defenderse. O puede ser que crea que si se calla los demás le verán como a alguien débil y tonto. O tal vez sea que le han tocado un punto débil, algo que rechaza de sí mismo, porque cuando todo está bien en nosotros lo que digan los demás no puede hacer que nuestra paz interior se tambalee. Incluso puede ser que de tanto callarse las cosas, en vez de decirlas en el momento, acabe explotando de malas maneras.
Sea como sea, necesita saber tres cosas. La primera es que aunque el otro esté jugando a quedar por encima, sólo usted decide si cae en el juego y entra al trapo. La segunda es que si deja de sentirse atacado dejará de necesitar defenderse, y la decisión de sentirse atacado siempre es suya. Y la tercera es que (casi) nunca merece la pena alterarse por lo que otra persona le ha dicho.