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CANTO RODADO

Flores en la ciénaga

Se acuesta una con las andanzas de la policía patriótica en busca de pruebas para evitar que Pablo Iglesias gobierne y amanece, que no es poco, con la gente que hace crecer las flores en la ciénaga..

León

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La hermana de una amiga, devastada por un cáncer de pulmón, pidió ayuda para poner fin a aquel sufrimiento que no era solamente físico. Le ayudaron a morir clandestinamente. Han pasado muchos años y todavía tienen que inmolarse personas como Ángel Hernández para reclamar el derecho a la eutanasia.

Al PSOE le acusan, PP y Ciudadanos, de utilizar la eutanasia como arma electoral. Me pregunto cómo tenemos que llamar a Albert Rivera, que hace unos meses se opuso a regular la eutanasia y ahora, después del sufrimiento infligido a María José Carrasco y a su marido, Ángel, se quiere poner la medalla para convencer al PP de que rectifique.

También han salido en tropel los adalides de los cuidados paliativos, con los obispos a la cabeza, como si las personas y organizaciones que reclaman el derecho a morir dignamente no fueran partidarias de los cuidados paliativos que, por cierto, ni son universales ni llegan aún a tiempo en muchos casos.

La cuestión es que a veces ya no se trata de cuidados paliativos. María José Carrasco llevaba mucho tiempo con cuidados paliativos y no quería prolongar más esa situación.

Salvapatrias, chaqueteros y voceros han creado una realidad paralela mientras golpeaban a la democracia con la peor de las armas. Y, mientras tanto, la gente hacía cola en Cáritas o en el Banco de Alimentos. Como si el bienestar fuera un lujo que esta sociedad, ‘bien’ enseñada a callar.

El pasado 1 de abril se cumplían 80 años del fin de la Guerra Civil: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo...» La célebre frase del último parte de guerra se grabó a fuego en el imaginario colectivo. Un pavoroso silencio cubrió los casi cuarenta años de dictadura. Sólo se oía el estertor de los tiros que durante años mancharon de sangre las cárcavas de Puente Castro en León o el campo de la Bota en Barcelona.

En cada ciudad había un paredón, o más, para recordar que había que callar o morir. Así, generación tras generación, se puso un cerrojo a la memoria que, en cuarenta años de democracia, el Estado ha sido incapaz de descerrajar. Sólo empujado por la sociedad civil y los nietos y nietas de las víctimas ha rescatado retazos de aquella ignominia.

Pero no se trata sólo de la memoria, también de la falta de una cultura democrática que ha inundado sus principios con el fango de las cloacas. Parece que no fue suficiente con la guerra sucia a ETA, con los GAL y sus brazos armados con fondos reservados al margen de la legalidad. Aquello acabó en juicio y en varias condenas, aunque, como sucede con el caso Carrasco, el asesinato de la presidenta de la Diputación, quedaron muchas sombras por aclarar.

Ahora se sabe que mientras a la población se le apretaba el cinturón de la crisis con recortes sociales, en la ciénaga alimentaron otro monstruo llamado policía patriótica para dejar «cautivo y desarmado» al partido que emergía sobre los escombros del bipartidismo.

El tándem de la policía y los voceros parece salidos del guión de un cómic o de una novela negra. Pero. desgraciadamente, la imaginación tiene muy poco que hacer al lado de la realidad. Los policías (exjefes) encausados tienen hasta apodos. No hay margen para la ficción.

Por suerte, en la ciénaga también crecen las flores y las utopías. Si a Albert Rivera se le ha iluminado la cabeza con un halo de compasión en las vísperas electorales se debe a que respuesta de la sociedad ante la ignominia, una más, a la que ha sido sometida María José Carrasco, que no quería vivir sufriendo, y su esposo, que tuvo que asumir la dura tarea de ayudarle a morir.

Mientras el de Ciudadanos dice que él hubiera hecho lo mismo —después de haberse negado a aprobar la ley de la eutanasia hace unos meses en el Parlamento— sobre Ángel Hernández pesa una acusación de homicidio. Ojo.