El frigorífico de la cápsula del tiempo
El Svalbard de León
Conserva un tesoro que se hereda, que pasa de generación en generación, que es propiedad de una familia desde hace tanto tiempo que ya ni memoria hay para recordar quién fue el primero. Son las simientes de la tierra, auténticas, sin ingeniería transgénica. Están depositadas en el banco de semillas de la Fundación Cerezales. En un frigorífico. Como si fuera el pequeño Svalbard del Condado. Hasta el de Noruega llevarán una semilla autóctona del té de monte, para que no se pierda
Un pequeño frigorífico conserva desecada, a baja temperatura y en un polímero de silicagel una cápsula del tiempo. Un tesoro. Tanto, que se hereda. Pasa de generación en generación. Así es como se ha conservado vivo.
Antes de la pandemia, quizá todo esto sonaría a ciencia ficción. A exageración. A desmedida. Tan segura esta generación de que todo tiene remedio. Tan convencida de que nada hay que no pueda solventar la tecnología. Tal vez por eso, las grandes amenazas se han contemplado con la distancia de quien lo confía todo al desarrollo y olvida la naturaleza. Ahí está latente el cambio climático, más seguro que una guerra nuclear a escala global.
Eso fue antes. Antes del coronavirus que ha dado el salto a humanos, el Sars-Cov2, su enfermedad extendida por todo el planeta, Covid-19, y el confinamiento a nivel mundial.
Esa experiencia, y lo que ha mostrado, enseñado, ha girado la mirada hacia ese pequeño frigorífico en el que se conserva, discretamente, una solución. Semillas que garantizan la disponibilidad de alimentos si se produjera un cataclismo, que ahora ya sabemos que es posible, que puede pasar.
Todo empezó en el invierno de 2016. El 10 de enero. Reunidos en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC), un grupo de trabajo transcribía los documentos del Marqués de la Ensenada en busca de las variedades que se cultivaban en las tierras del Condado, en los pueblos de Cerezales, Villanueva, Castro y Villimer. Ahí nació el germen.
Recuperar semillas prácticamente desaparecidas, reproducir las variedades locales, reintroducir cultivos que dieran impulso a la comarca y, de paso, contribuir a la biodiversidad y, también, a la diversidad cultural. Dos bienes en peligro de extinción.
El primero en llegar fue Pablo Machín con una semilla de alubia fina, de las que se sembraban de toda la vida en la zona, antes del pantano y de la agricultura transgénica. Se la pasó un vecino. Llevaba en aquella casa desde siempre, ya ni recuerdan de cuánto tiempo antes de los abuelos. Así fue como se fue construyendo una red de cuidadores se semillas.
Después trajeron otras joyas Conchi, de Palazuelo, Estrella, de Devesa del Curueño, Begoña López y Manolo Sánchez, de Villanueva del Condado, Nila Gutiérrez, de Cerezales, Charo Vega y su marido Enrique González, de Cuevas del Sil...
Y el frigorífico, colocado en un lateral de una de las salas de la Fundación Cerezales, se fue llenando de tarros que custodian simientes de alubia, alubión, avellana de la tierra y de la grande, puerro, ricino, pipas de girasol, muelas, eneldo, frejolines de arroz que dieron Marucha y Agapito de Villanueva del Condado, perejil, alubias de fabada, chirivía, navicol naranja, gualda, stevia, cardo mariano, rúcula, lechuga, rábano, orégano, té de monte...
En Cerezales se traza Una especie de ‘historial médico’ en el que el nombre del donante queda unido para siempre a la semilla y el de quien replica esa simiente, al de donante. Y así una larga cadena para no perder la memoria más
Es como un pequeño Svalbard, una reproducción a escala local de la cámara global de semillas, del banco mundial que conserva miles de plantas de cultivo de todo el mundo, un enorme almacén subterráneo construido en una isla de Noruega a prueba de erupciones volcánicas, terremotos y radiación solar protegido por el permafrost, la capa de suelo que permanece siempre congelada y que hace de refrigerante natural en caso de fallo eléctrico, inaugurado en 2008 para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven de alimento a la humanidad.
Como en el Svalbard de Noruega, en Cerezales se traza el origen de las semillas. Una especie de ‘historial médico’ en el que se recoge el origen, las características y el año de almacenamiento, entre otros datos, y en el que el nombre del donante queda unido para siempre a la semilla y el de quien replica esa simiente, al de donante. Y así una larga cadena para no perder la memoria nunca más.
A este banco incorporó casi inmediatamente su conocimiento Estrella Alfaro Sáiz, conservadora del Herbario LEB Jaime Andrés Rodríguez de la Universidad de León. Bastó una llamada de la Fundación Cerezales para que se sumara al proyecto Herbarium y a la Hacendera Abierta de la FCAYC, que abarca todas las culturas del sembrar.
«Hay mucho conocimiento detrás de este proyecto», cuenta Alfaro desde su despacho en la ULE. «Y ciencia», añade.
«El banco de semillas de Cerezales es un pequeño proyecto en crecimiento», explica esta botánica especializada en el estudio y conservación de flora y vegetación.
Es un banco vivo, que hace préstamos y al que hay que devolver otra generación de semillas. Ese es su interés.
«Las semillas las han aportado los vecinos, que se han preocupado de depositar algunas de las especies que ellos cultivan y que se intercambian cada año en Devesa de Boñar, donde cambian semillas y degustan platos preparados con el nabicol, charlan y se documentan sobre soberanía alimentaria», dice Alfaro Sáiz.
Es un banco vivo, que hace préstamos y al que hay que devolver otra generación de semillas. Ese es su interés. De ahí irá una semilla del té de monte a Noruega
Otro concepto recuperado en la zona. Un movimiento mundial que respalda desde su cumbre de 1996 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, y que aboga por apoyar la capacidad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias con objetivos de desarrollo sostenible y seguridad alimentaria. Una práctica que protege el mercado doméstico contra los productos excedentarios que se venden más baratos en el mercado internacional, y que está en contra de la práctica de la venta por debajo de los costos de producción. Un movimiento que necesita la unión de productores y consumidores para que abandone el territorio de la utopía.
En Cerezales, casi todo es circular. En realidad, aunque parezca un sistema económico innovador, es lo que se practicaba en todos los pueblos. Más que una economía de subsistencia, es una economía de aprovechamiento. Todo se reutiliza. Casi todo es aprovechable. Los desperdicios se reducen al mínimo. Un conocimiento ancestral que la cultura de consumo ha arrasado.
Así se cultiva en la huerta comunitaria de Cerezales, en hacendera abierta, con las semillas locales que se conservan en el banco y arado con los bueyes Lindo y Rogante, que viven en la fundación.
Otra de las ramas de este granero de conocimiento que es la FCAYC es Herbarium.
«Los vecinos trabajan en este ciclo para conocer y preservar los usos, valores y los nombres locales de las plantas», explica Nadia Teixeira, responsable de Educación y Programas Públicos de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia. Y eso incluye variedades locales y también especies silvestres.
Es una de las apuestas más firmes de la fundación, que ha creado una red de guardianes, de cuidadores de este valioso patrimonio natural, rastreadores que buscan semillas antiguas, sin modificar transgénicamente, que conservan la genética que les permitió adaptarse al territorio.
En la huerta comunitaria de Cerezales se cultivan estas variedades y se analiza cuál es la mejor producción. Para evitar, por ejemplo, que la alubia se ‘anuble’, para combatir sin químicos los gorgojos, para administrar el riego.
La experiencia de esta cultura tiene también literatura. Está en las fichas. Así se sabe que Soledad Robles, de Villanueva del Condado, ha sembrado trébol con una semilla de hace 37 años, la que cultivaban ya sus abuelos. «Podías sembrar una emina y si era rentable, al año siguiente se cultivaba más. Era muy nutritiva para el ganado», ha dejado escrito Soledad.
Ganado ya casi no hay, pero el trifolium de los abuelos de Soledad les encanta a las abejas, que han acudido a su casa a polinizar y, de paso, el trébol se ha comido todo su césped.
En el frigorífico que contiene estas cápsulas del tiempo en la Fundación Cerezales hay auténticas joyas del pasado. Como el té de roca, una variedad muy apreciada, y otra aún más singular, el té de monte, que iba a servir de infusión en una de las sesiones de Hacendera y acabó germinado, que los vecinos de Vegas del Condado recogen en el camino que va a la cruz, en el alto de la Quebrantada, una especie silvestre amenazada que ya sólo se da residualmente en la provincia de León y en una pequeña parte de Palencia y que Conchi, de Palazuelo, y Begoña, de Villanueva, han depositado en el banco de semillas para preservar este cultivo local que tiene un gran interés etnobotánico. Tanto, que Estrella Alfaro se propone enviar simientes al depósito global de semillas de Svalbard, en Noruega, para preservarlas para siempre.
Más antiguas quizá son las plantas que se han usado desde la antigüedad para teñir y con las que la FCAYC ha elaborado un pantone. Colores naturales que son la base del trabajo de la hilandera y artesana Alba Rueda en su taller de Vegas del Condado.
En esta labor de preservar semillas, su cultura y su cultivo no está sola la Fundación Cerezales. Pionera ha sido la Universidad de León, con su Herbario LEB Jaime Andrés Rodríguez, que lleva ese nombre en memoria de quien impulsó en los años 60 su creación y fue el primer profesor de botánica de la ULE. El herbario, que preserva en miles de pliegos la flora del norte y noroeste de la Península Ibérica, forma parte de la red de datos del Nodo Nacional de Información en Biodiversidad (GBIF).
En una pequeña cabaña del Coto Escolar de León se almacena en el banco de germoplasma una colección de semillas locales en un proyecto nacido en el año 2010 con el objetivo de convertirse en referente de la conservación y preservación de especies leonesas y que contó con el apoyo del Jardín Botánico Atlántico.
Banco de semillas tiene también la Ciudad de la Energía, Ciuden, concebido para preservar semillas forestales y alimentar el Bosque del Carbonífero. Y la Reserva de la Biosfera de Omaña y Luna lidera un proyecto de etnobotánica para preservar de la desaparición las plantas y flora de una comarca protegida por la Unesco.
Cierra Nadia Teixeira la puerta del frigo de la Fundación Cerezales y devuelve a la oscuridad y el frío las semillas que alimentaron durante siglos a generaciones de la tierra del Condado. Un regreso al origen.