Ecología
Un bosque de cinco continentes
Es un refugio de árboles en peligro crítico. Desde un pino de Wollemi, un fósil viviente, a un ciprés que crece en el Sáhara. Es el Arboreto de Lugán. Una reserva natural para proteger los bosques del mundo
Está al final de una pradera. En Lugán. Un fósil viviente. En 1994, un guarda forestal de ruta con sus amigos por las montañas del Parque Nacional de Wollemi, en Nueva Gales del Sur, Australia, se tropezó con un árbol insólito, una especie que jamás había visto.
Ni él, ni los innumerables científicos que trataron de descifrar qué tenían entre sus manos. David Noble había encontrado una especie que se creía extinguida hace dos millones de años. Pero no.
Para protegerla, los científicos decidieron mantener en secreto el lugar exacto donde estaba ese ejemplar y apenas un puñado más. Nadie podía llegar hasta allí a no ser en helicóptero, cuentan que con los ojos vendados y trajes anticontaminación, una especie de epis botánicos.
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Uno de esos árboles dinosaurio crece lentamente en Lugán, a un paso de León, antes de llegar a Boñar. Si caminas hasta el final de una finca prodigiosa, atravesando un paisaje que te lleva por una arboleda de cinco continentes, llegas hasta un ejemplar del pino de Wollemia, un superviviente de esta especie en peligro crítico que está en la Tierra mucho antes que los hombres, hace 200 millones de años.
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En 1492, el mismo año en que Colón da con las tierras de ultramar que llamaron América, la poderosa familia Gozze manda construir un acueducto para regar su jardín del Edén en Dubrovnik, Croacia. Es el primer arboreto del que se tiene conocimiento. El acueducto de 14 kilómetros, que trae agua desde el monte Srd, una inagotable fuente de agua dulce, está todavía en uso. Del jardín quedan en pie dos ‘Platanus orientalis’, resistentes y longevos que sombrean todavía el territorio que ocupó aquella huerta de vieja estirpe.
José María Fernández de la Varga es heredero de esa vieja tradición, reservada sólo a unos pocos, que ha entretenido a reyes y nobles y que ahora ocupa a protectores de la Tierra. A guardianes de las especies vegetales.
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Hace un puñado de años, pujó por una finca de su padre y se la ganó al otro comprador. Por un camino de tierra que se abre entre los dos bosques autóctonos que encajonan Lugán en el tajo abierto en la tierra por el Porma, hayas mirando al norte, robles luchando por el sur, se llega a este otro bosque que es del mundo.
Savia de cinco continentes. Mucho más que 1.500 especies y variedades plantadas con sabiduría por Chema Fernández, sin más ayuda que sus ahorros porque su arboreto, que es una joya viviente, ha sobrevivido sin apoyo institucional.
Ha viajado mucho. Y algunos de sus árboles, también. De Nueva Caledonia a Hawai, Los Ángeles, escala en Nueva York, Madrid y luego por carretera hasta Lugán. Con pasaporte fitosanitario, control de aduanas, todos los papeles en regla.
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En la arboleda de mil nacionalidades crecen y se reproducen ejemplares de Birmania, Zimbabue, Bermudas, China, Japón, Australia, Chile, Canadá, el Sáhara, Vietnam, Alaska, Noruega, Siberia, Kamchrtka... De norte a sur, de climas templados y lluvioso a fríos heladores, de estepas a selvas, de montañas rocosas a vergeles.
Es mucho más que un museo de árboles vivos. Es una reserva natural. Un lugar de protección. Una parcela del planeta en la que están a salvo especies en riesgo de desaparición, en peligro crítico de extinción. Es un reservorio vegetal que forma parte de la red mundial ArbNet, impulsada por The Morton Arboretum, y del BGCI (Botanic Gardens Conservation International) con sede en Londres, máxima autoridad internacional. Lugán es un lugar donde se conservan a salvo ‘ex situ’ ejemplares de árboles y arbustos para garantizar su supervivencia. De este paraíso verde, Chema Fernández cedería sus ejemplares, como ocurriría con los arboretos diseminados por el planeta, para replantar en sus hábitat naturales una especie que, por cualquier catástrofe, hubiera desaparecido en estado salvaje.
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El Arboreto de Lugán es probablemente la mejor colección privada de árboles y arbustos de España y uno de los mejor conservados del continente. Por su riqueza y su biodiversidad. Tiene plantadas muchas de las especies amenazadas.
El ‘Wollemia nobilis’, un auténtico fósil viviente, un ‘Pherosphaera fitzgeraldii’ de las Montañas Azules de Australia, desde Katoomba hasta Wentworth Falls, casi exclusivamente de las zonas de salpicaduras de cascadas, el ‘Cupressus dupreziana’, un extraño ciprés que crece en el Sáhara, el ‘Torreya taxifolia’, una rara especie en peligro que habita en la región fronteriza entre Florida y Georgia, el ‘Xanthocyparis vietnamensis’, el ciprés dorado vietnamita descubierto por primera vez por científicos occidentales en octubre de 1999 y descrita como una nueva especie dentro de un nuevo género, el ‘Athrotaxis laxifolia’, el cedro de Tasmania que se da sólo a 1.200 metros de altitud prácticamente inexistente en su forma silvestre, el ‘Franklinia alatamaha’, desde 1803 extinto en la naturaleza, los ‘Athrotaxis cupressoides’, cedros lisos amenazados por los voraces incendios de Australia, el ‘Betula megrelica’ y el ‘chichibuensis’, árboles caducifolios en peligro de desaparición, o el vulnerable ‘Eucalyptus parvula’.
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Ha perdido ya la cuenta de lo que ha invertido y dice que ya no echa cuentas. En cambio, recuerda con nitidez el primer árbol que trajo a la finca de 7.400 metros cuadrados para poner en marcha este proyecto de investigación, conservación y divulgación de flora mundial en el que se ha volcado desde 1987.
Fue una secuoya, la conífera más alta que se conoce, que puede llegar a medir 115 metros de altura, un árbol gigante por cuyos troncos pasan hasta carreteras, un coloso que puede vivir entre 2.000 y 3.000 años y que lleva su nombre en honor a un jefe cheroqui.
Es su próximo proyecto, ya en marcha. Plantar en Lugán un bosque de secuoyas, el ser vivo más grande del planeta después de la ‘Armillaria ostoyae’, una colonia de hongos que vive en el Bosque Nacional de Malheur, en Oregón, que ocupa más de 800 hectáreas y se alimenta de árboles, que literalmente devora.
Chema Fernández navega por la red y por el mundo en busca de ejemplares que están en la lista roja mundial para protegerlos. Hace crecer, con paciencia y mucho conocimiento, su galería de árboles vivos.
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Su pasión comenzó subido a un coche de línea, cuando pasaba por los jardines de La Condesa, el lugar donde Victoria Esperanza Dolores Mateo-Sagasta y Vidal, la condesa de Sagasta, acostumbraba a llegar cada tarde, desde su casa de la calle Sierra Pambley a esta arboleda urbana, entonces extramuros de la ciudad, para leer.
Un mundo apasionante a través de la ventanilla de un autobús. Tal vez ahí comenzó a diseñar un futuro ligado al cuidado de la naturaleza, a su protección.
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Chema Fernández es un ‘manos verdes’, una especie de chamán al que casi no se le resiste ninguna planta. Todas tienen una historia de vida, documentada, una especie de partida de nacimiento y defunción. Es su particular ‘registro civil’ de árboles, que le permite conocerlos mejor.
Al final del arboreto, impregnado de savia de cinco continentes, junto al acceso que da paso al bosque autóctono de Lugán, por donde entran decenas de animales salvajes que se alimentan en la finca, está el fósil viviente, el futuro plantado, el adn para que nunca exista un mundo sin árboles. Es el Arboreto de Lugán. Un lugar por descubrir. Tierra para proteger la Tierra.
Lugán Arboretum. Visitas 680 729 304. Facebook e Instagram