'O Demín' de Parajís
El pueblo del demonio
El demonio vive en León. Y se le venera. Está santificado y colocado en el altar de una ermita de una aldea berciana, donde las fronteras se desdibujan y el paisaje conduce a algún lugar del fin del mundo. Dicen que lo sacaron una noche para pasearlo por el pueblo y que todo empezó ahí. La maldición también. Es el ángel caído de Parajís, ‘O Demín’
El demonio está santificado y colocado en un lateral del altar mayor de la ermita, el único que hay. Encerrado.
La capilla está cerrada a cal y canto. Nadie puede entrar ya. Hasta cuesta que te abran. No como antes, cuando un gancho sujetaba la puerta y cualquiera podía hacer una ofrenda. Al demonio, también. Y sobre esto se extiende un manto de silencio. Porque de lo que pasó allí aquel día ni contar. Mejor dejarlo en el olvido. Para la eternidad. Ni hablar de ello, no vaya a ser. Ni una palabra tampoco del culto a Satán. De las ofrendas y las velas encendidas, de la flores que se marchitan a su lado, de invocaciones, de súplicas y oraciones susurradas en voz baja.
En Parajís —Paraxís, prefieren ellos— no quieren ni oír hablar de dichos que vinculan maldiciones con una noche de juerga en la que se invocó a ‘O Demín’, fue sacado contra su voluntad de la iglesina y paseado a mano por el pueblo, un jolgorio irreverente en el que al final se mezclaron la sugestión, el terror y la superstición. Ni mentar visiones demoniacas que tal vez se debieran a efluvios etílicos. Y menos aún mencionar estigmas de mala suerte, muertes extrañas, desgracias que cayeron sobre aquellos que pasearon al ‘demo’ por la aldea... Nada de maldiciones del más allá en el más acá. El caso es que, pasara lo que pasara, al demonio nunca más lo volvieron a sacar. Por si acaso.
La ermita de Parajís.
La carretera serpentea para llegar a Parajís. Se va complicando cada vez más. A un lado, barrancos en los que se precipita ladera abajo un bosque profundo salpicado de cerezos bravos, de castaños que invaden el paisaje y grandes helechos. Al otro, montes escarpados en los que el praderío verde, fresco, trepa ‘pinado’ hasta la cumbre. En el cartel de la carretera, bien visible la j tachada, cruzada con una x porque aquí, en esta sucesión de caminos que terminan en esta pedanía perdida, los límites se desdibujan y las fronteras se desvanecen. Es el Bierzo pero podría ser Galicia o el mismísimo fin del mundo. Un viaje a otra realidad.
En Parajís tienen más miedo a lo que se pregona de él que al maligno mismo. El caso es que los apenas 50 centímetros de demonio están en la ermita del pueblo, bien custodiado por dos vecinos, los únicos que quedan en la aldea. Los demás se han desvanecido, forman parte de la España vacía que han vaciado, pero la leyenda sigue ahí, bien viva.
‘O Demín’ es un demonio en toda regla. Orejas puntiagudas, grandes dientes que en su día estuvieron teñidos de rojo, cuerpo negro informe, ojos desorbitados. Nada del Ángel Caído. Es un monstruo, un engendro deforme que sobrecoge.
La cerradura de la iglesia.
Será por el influjo gallego, por las fábulas que cuentan que sucedieron o por aprensión pero allí todo el mundo guarda un respetuoso miramiento al demonio, que observa de cara a la puerta de la ermita, a la derecha del vano principal del altar.
Si hubo quien se planteó sacar a ‘O Demín’ otra vez y convertir en tradición esa romería apócrifa se le quitó pronto de la cabeza. «Anda, que lo saquen ellos», dice José Manuel Gutiérrez Monteserín, histórico exalcalde de Balboa.
El Ángel de la Guarda con el niño.
Él le pone nombre, apellidos, motes y gentilicios a la pandilla de hombres que en los años 50, de noche, desafiando todas las supersticiones, se llevaron al demonio a dar una vuelta. «Pobrín demín, que nadie lo saca», cuentan que decían. Luego, sabe dios lo que pasó, pero dicen que se les escapó y que cuando lograron coger otra vez al diablo y ponerlo en la ermita, escucharon con claridad la sentencia: ninguno de ellos moriría de muerte natural. «Y eso es lo que sucedió», dice Monteserín.
Conocía a Manuel ‘el Vielo’, amigo suyo de Chan de Villar. Fue él quien le contó lo que sucedió aquella noche con ‘O Demín’. Sólo dos veces habló de ello, cuando habían dado ya las tantas en la tasca. «Era reacio, no te creas», dice Gutiérrez Monteserín.
Con el domingo más próximo a cada 2 de octubre, la ermita revive. Antes no hacía falta esperar a que fuera domingo, daba igual en qué cayera el 2 de octubre, la capilla se llenaba de parroquianos. Celebraban el día del Ángel de la Guarda, la advocación a la que está dedicada el templo. Iban las gentes de la comarca y los ofrecidos, niños que habían sobrevivido a una enfermedad o una desgracia, a los que sus familias llevaban como ofrenda al ángel al que Dios dio la misión de proteger, guardar y guiarlos en la tierra, el ángel custodio, que está en Parajís. Hubo de siempre romería, comida en la campa que hay bajo la iglesia, bailes y risas. Ahora, sólo una misa.
El camino de acceso a la aldea.
La oficia hoy, a las 12 en punto, el cura párroco, Antonio Ferrer Soto, 26 años, dos ordenado ya sacerdote, el párroco más joven del Bierzo. Lleva 30 parroquias, 65 pueblos, cuatro ayuntamientos: Balboa, Vega de Valcarce, Trabadelo y Barjas. Está acostumbrado a esas carreteras y a la soledad de estos pueblos. Mira a través de los barrotes del ventanuco y da con su vista sobre el demonio. «Ahí está», anuncia. Y será por el lugar, pero suena como si hubiera sospecha de que se hubiera marchado. Escalofrío.
Hay flores y velas. Al Ángel de la Guarda y al ‘Demín’, dice Juan José López Peña, alcalde de Balboa desde 2015.
«Es que está ahí, en el altar y bueno... pues le dejan también ofrendas», añade López Peña. Flores, velas y monedas, «no vaya a ser que se enfade».
Desde mucho antes de los franceses ya consta la devoción en la ermita de Parajís aunque no se conserven documentos oficiales porque las tropas de Napoleón se tomaron al parecer la molestia de arrasar con todo, papeles incluidos.
Es tierra vieja esta de Parajís, donde cuentan que el conde Gatón replegó a sus tropas ante la superioridad musulmana para lanzar luego la Reconquista del Bierzo y León. De la importancia estratégica de la aldea, que fue zona de paso obligado a Galicia, da fe la existencia a la entrada de un palomar, cuyos derechos en el medievo correspondían sólo a los nobles, importa poco que no tuviera más allá de un puñado de vecinos, 42 en 1910 según el censo oficial de población del INE, una de las épocas de mayor esplendor.
Salvando la fatídica noche de los años 50, ‘O Demín’ no ha salido nunca más de la ermita salvo a casa del escultor Domingo González, de Cantejeira, que restauró la talla y la salvó milagrosamente de la carcoma. Dicen que él también se tomó sus precauciones.
Y si el Ángel de la Guarda es el protector de la vida y suerte de los niños, ‘O Demín’ debe serlo de la ermita pues han robado, como en tantas otras iglesias, pero a él ni tocarlo. Y a los 20 euros que había bajo la talla, tampoco.
Es la única imagen de Satán que existe en España fuera de un retablo. Nadie sabe desde cuándo ni por qué el ‘demo’ está apartado, aunque hubo un tiempo en el que no estuvo solo. En realidad, hay poco misterio en la presencia de ‘O Demín’ en Parajís. Todo es muy terrenal. La explicación canónica la tiene el párroco Ferrer.
«Yo voy a enviar un ángel delante de ti para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado» (Libro del Éxodo 23,20). «Dios puso a nuestros lado un ángel para cuidarnos. Si uno de nosotros creyera poder caminar solo, estaría muy equivocado, caería en ese error que es la soberbia: creer ser grande» (papa Francisco).
La Iglesia católica, que hasta tiene un tratado de angeología —‘De coelesti hierarchia’, del teólogo y místico bizantino Pseudo Dionisio Areopagita (siglo V)—, ha representado siempre al Ángel de la Guarda de la mano de un niño, al que ampara y protege con una espada del maligno, que acecha al niño, el espíritu protector que separa el Bien del Mal, un gran símbolo.
‘O Demín’ formaba parte del grupo escultórico que preside la ermita de Parajís, eran un trío, el del Ángel de la Guarda, el niño y el demonio, la talla que veneraban las parturientas, especialmente en la postguerra, la imagen a la que ofrecían a sus hijos aún no nacidos con la esperanza de que sobrevivieran y sus nombres no figuraran en las partidas de defunción, llenas de pequeños que apenas llegaron a cumplir dos años. Esos supervivientes alimentaron durante décadas la procesión y la romería, pues era promesa también que regresarían allí todos los años.
«No me importaría retirarme aquí», dice Antonio Ferrer. «Incluso con el ‘demo’», añade el párroco. Comprueba que la ermita queda cerrada, se ajusta el alzacuellos y apuramos el paso.
Queda la aldea sola. En silencio sepulcral. Con ‘O Demín’ a la espalda. Nadie se da la vuelta. Por si acaso.