Diez años de desmemoria
Reconstruir la vida, tras la "paz"
Se cumplen diez años del anuncio que puso fin al terrorismo etarra. Sin embargo, el epílogo no ha sido igual para todos. Mientras los asesinos —ninguno de ellos arrepentido— regresan a sus pueblos recibidos como héroes, el silencio y la desmemoria violenta a unas víctimas que siguen en el olvido
No le tocaba morir ese día. Ni a él ni a ninguno de cuantos iban con él en la furgoneta, nueve jefes y oficiales de la Armada, y tres civiles. Todos ellos resultaron heridos por la explosión de un coche bomba de ETA aparcado en el centro de Madrid. Fue el 9 de junio de 1992 y el leonés Francisco Pérez García se llevó la peor parte. Aún hoy, 30 años después, sigue con secuelas de un atentado que no ha podido ser esclarecido. Ninguno de sus responsables ha sido juzgado por este crimen, que pudo sembrar Madrid de muertos 17 días después del realizado contra un furgón policial junto al estadio Vicente Calderón. Francisco Pérez conducía aquel día el furgón cuando un terrorista accionó la bomba, sembrando la zona de trozos de hierro, tornillos y cabezas de martillo empleados como metralla. Tenía 19 años y cumplía el servicio militar. Aquel día perdió un ojo y su incumplida juventud, que se quedó en la calle madrileña Madre de Dios. «Para nosotros, estos diez años no son un motivo de celebración porque ETA nunca debería haber existido», afirma Beatriz, la mujer de Francisco, que relata que cada 9 de junio —fecha en la que tuvo lugar el atentado— su marido revive el dolor de aquel día de 1992. «Sabemos que siempre hubo negociación con ellos, con todos los gobiernos pero ¿qué necesidad hay de que sigan chantajeando a día de hoy? se pregunta con motivo de las últimas declaraciones de Arnaldo Otegi. «Todo lo que continúa pasando es una vergüenza, como los homenajes a los etarras», lamenta Beatriz, que ya era novia de Francisco cuando se convirtió en víctima de la banda terrorista. «Mis hijos siempre han visto a su padre con secuelas, pero la primera vez que le preguntaron qué le había pasado fue con cuatro años», recuerda. Ahora, mayores de edad, nunca han sentido odio ni sed de venganza. «Su padre, tampoco —asegura Beatriz sobre su marido— que he tenido que ser yo la que le diga que hay que decir algo, que nos tienen olvidados, que ya está bien de tanto silencio».
Beatriz reivindica la responsabilidad social de que la voz de las víctimas no se silencie para siempre. «Aún este año conocí a la madre de una víctima del Bierzo que nunca tuvo pensión. Me da mucha pena la cantidad de gente que ha llegado tarde a todo», lamenta convencida de que la administración siempre se ha preocupado más por los verdugos. «Estás solo y tienes que reconstruir tu vida como puedes porque dicen que están sacando a los que se arrepienten, pero no es cierto», advierte. El atentado de Francisco Pérez García intentó reabrirse en 2011. «Aparecieron nuevas pruebas, pero los presos etarras no colaboraron y se cerró de nuevo. Ese es su arrepentimiento», zanja Beatriz.
Dicen que ETA acabó con la vida de 23 leoneses, pero en realidad fueron 24 los asesinados de la provincia que deben constar como muescas en el historial de las pistoleros de la banda terrorista vasca. Ese número 24 lo ocupa Begoña Álvarez Velasco —tercera víctima del independentismo vasco— que murió en el atentado del hotel Corona de Aragón de Zaragoza, un crimen en el que fallecieron al menos ochenta personas —la cifra exacta se desconoce— a los que se denegó el estatus de víctimas durante años. Las prisas de la Transición por estabilizar el país tras la muerte del dictador las dejaron en el marasmo de la nada y no fue hasta tres décadas después que el Tribunal Supremo decretó que el incendio en el hotel de Zaragoza fue en realidad un atentado terrorista. Hace cuatro años, la hermana de Begoña, Carmen Álvarez Velasco, recordaba cómo fue aquella jornada, aquel 12 de julio de 1979. «Tardó cuatro días en morir. Tuvo la mala suerte de que el atentado tuviera lugar en plena Transición, cuando todo era maravilloso, con lo que durante muchos años fuimos invisibles para todos. Ni siquiera existíamos y no lo hicimos hasta 2001, año en el que Aznar aprobó la ley de solidaridad con las víctimas del terrorismo», explicaba Carmen con amargura, y añadía que hasta entonces no hubo resolución ni se indemnizó a las víctimas del atentado. Todo ello a pesar de que, como ella misma subraya, había un montón de pruebas. «Encontraron Goma 2 en el hotel, el explosivo que utilizaba ETA, pero nunca se reconoció su autoría...
Aparecieron más pruebas, pero los etarras no colaboraron y el caso se cerró de nuevo. Ese es su arrepentimiento
Víctimas leonesas de la banda ETA
Gráfico ampliable
El miércoles se cumplían die z años del final de los asesinatos de ETA, una efeméride que se ha celebrado envuelta en la polémica por las declaraciones realizadas por Arnaldo Otegi sobre la salida de los presos de las cárceles y su apoyo a los presupuestos del Gobierno.
Diez años han pasado demasiado deprisa para unas víctimas que no creen en las promesas de los políticos y, mucho menos, en el supuesto perdón de los que durante casi medio siglo fueron los portavoces de la banda asesina.
La memoria en el País Vasco, donde aún hoy se celebran homenajes a los etarras, no existe. Ni siquiera en España. Son muchos los que creen que la herida se cerró en falso para no interferir en la negociación política, que las víctimas siguen a día de hoy invisibilizadas por el silencio.
Mari Carmen Villar es la viuda del guardia civil José Rodríguez de Lama, asesinado por la banda el 11 de noviembre de 1978 junto al agente Lucio Revilla Alonso con un coche bomba cargado con veinte kilos de Goma 2. «El tiempo ha enfriado todo... La gente se cansa de convivir con el sufrimiento, pero el dolor no acaba nunca y, además, acaba con los recuerdos», sostiene Mari Carmen, que tenía apenas 30 años, dos hijos y un embarazo a término cuando se quedó viuda. «Nadie sabe lo duro que resulta aún hoy contemplar las imágenes de un atentado y, sin embargo, a pesar de la cantidad de muertos, la historia de las víctimas se acabó, a nadie le interesa ya», lamenta para dejar clara la importancia de no olvidar. «Lo que ha ocurrido en España debería estudiarse en los colegios para que siempre se recuerde»...
Para no perder la memoria
Sin embargo, la generación que nació con la llegada del nuevo milenio no ha crecido con los informativos abriendo con atentados y funerales de Estado. Su memoria es demasiado breve aún como para cargar con los más de 800 asesinados y miles de heridos que causó la banda terrorista ETA.
El profesor de Historia del colegio Maristas San José, Víctor Otero Blanco, explica que en el currículo de 2º de Bachillerato se afronta el trabajo sobre la organización terrorista ETA. «A los alumnos se les explican las circunstancias político-sociales que existían en España en el momento de la creación de la organización en 1958, cuando ésta surge como una escisión del PNV reivindicando los valores del nacionalismo vasco, para posteriormente identificar el momento en que la banda terrorista comete el que está considerado su primer asesinato, el del agente de la Guardia Civil José Pardines el 7 de junio de 1968, hecho que queda perfectamente recreado en la miniserie La Línea Invisible», destaca.
Otero Blanco subraya que la asignatura avanza a lo largo de la trayectoria de la organización terrorista para centrarse en otros momentos clave en la
historia de ETA, como el proceso de Burgos de 1970, el atentado de Hipercor en 1987, el secuestro de Ortega Lara o el asesinato de Carrero Blanco en 1973 y cómo este hecho desestabiliza al franquismo y se convierte en un duro golpe para la continuidad del régimen. «Recurrimos en las explicaciones a imágenes reales y fragmentos de ficción para explicar estos hechos, como la miniserie El asesinato de Carrero Blanco, o imágenes de archivo donde se cubren las noticias de estos acontecimientos», asegura.
El profesor hace hincapié en la importancia de que el alumno reflexione sobre el impacto del terrorismo etarra en España a nivel global, y en la sociedad vasca en particular. Para lograrlo, explica a los alumnos el paso de una sociedad que guarda silencio, tal y como se muestra en la serie Patria o en el cortometraje 27 minutos sobre los novios de Cádiz, a una sociedad que pierde el miedo con el conocido espíritu de Ermua tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1996. «Finalmente, hacemos un breve repaso a los años de plomo, mencionando a otros grupos terroristas como los Grapo o el Frap, hasta el cese de la acción armada de ETA en 2011 y su disolución definitiva en 2018».
El final de la dispersión
Con el final de los asesinatos comenzó también el punto final a la política de dispersión de presos que puso en marcha José María Múgica como paso previo a su salida de la cárcel. En Villahierro hay ahora mismo diez criminales de la banda ETA, una cifra que ha ido creciendo en los últimos años debido al acercamiento de los etarras al País Vasco. Así, en 2017, la prisión de Mansilla de las Mulas tan sólo acogía a dos terroristas — Juan Carlos Subijana Izquierdo y Olga Comes Arranbillet—.
El 20 de octubre de 2011 un total de 595 etarras estaban en prisión en España, otros 140 en Francia. Diez años después del cese de la violencia y con la política de dispersión en liquidación, la radiografía es bien distinta: Hay 185 presos de ETA recluidos en 19 cárceles ubicadas desde Madrid al País Vasco, donde ya cumplen sus penas 66 reclusos.
Los datos de Instituciones Penitenciarias confirman que las cárceles comienzan a vaciarse de etarras. Solo en esta década han dejado de estar entre rejas 373 reclusos de la organización terrorista.
El ritmo de descenso ha sido paulatino desde 2012, año el que los que salían empezaban a superar a los que ingresaban. Sin olvidar el efecto de la derogación de la doctrina Parot, que supuso en poco más de dos meses la excarcelación de 63 etarras.
Según las previsiones de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), en otros diez años tendrán liquidada su condena otro centenar, de forma que en 2031 quedarán en prisión 83. A más corto plazo, en un periodo de cinco años, los cálculos de la asociación sitúan a 47 presos en la calle.