Escenas de cine mudo
Las horas que sentenciaron al León monárquico
Parece que fue otro mundo y, sin embargo, aún somos parte del siglo XX, uno de los que más tribulaciones tuvo para España. El final de la restauración, la monarquía de Alfonso XIII, la II República y la Guerra Civil aún marcan el paso en nuestra historia. El libro ‘Manuel Fanjul. Vida y Memoria de Oviedo a León’ da muchas claves desconocidas hasta ahora.
Aquella noche, cuando yo llegué, Recalde me comunicó que Iglesias me había telefoneado repetidas veces y me había dejado el aviso para que le llamase. Sin hacerlo y pensando que tendría que comunicarme alguna cosa interesante, me dirigí a la central en donde Iglesias e Ichaso me estaban esperando con impaciencia. Me introdujeron en la sala de máquinas y me cedieron un auricular para que escuchase. Durante poco tiempo tuve que hacerlo. Una autoridad gallega, creo recordar que el gobernador de La Coruña, hablaba con su mujer que se encontraba en Madrid. La conversación poco más o menos era la siguiente:
—La gente se ha echado a la calle, dando vivas a la República y mueras al Rey, decía la señora.
—Pero ¿Qué hace la policía y la Guardia Civil? inquiría el gobernador.
—No hacen absolutamente nada. Como si no existiesen...
—¿Y el Ejército? ¿Y los generales?
—El Ejército se encuentra en sus cuarteles tranquilamente. En cuanto a los generales, son un montón de cobardes. Están agazapados, esperando a ver quién gana. No hay orden. No hay nada que hacer. La plebe ya se ha hecho dueña de la calle. No se sabe lo que va a pasar. —¿Y el rey?
—Al rey lo han vendido los políticos y los generales.
No trate de escuchar más- Colgué el auricular y bajé de nuevo al café Central. Se me aproximó Recalde, a quien comuniqué en voz baja lo que había estado escuchando por teléfono.
Inmediatamente Recalde se subió encima de una mesa y se dirigió a todos los concurrentes, con unas palabras entusiastas y apasionadas, asegurando que en Madrid ya se había proclamado la República...»
La proclamación de la II República tuvo poco de épica y mucho de cómico y caballeresco en la ciudad
Uno de los capítulos más valiosos del libro es la película de cómo se proclamó la República en León, una secuencia hasta ahora desconocida y que sale a la luz por primera vez en la obra publicada por Memoria del Norte Manuel Fanjul. Vida y memoria de Oviedo a León. Mi abuelo comenzó a escribir sus memorias poco antes de morir. No pudo, por lo tanto, finalizarlas. Viajó a México para despedirse de su hermano Luis, uno de los miles de españoles que tras la guerra huyeron en el Sinaia al país azteca, y un ataque cardiaco decidió que no regresara más. Dejó pues sus escritos incompletos y a su familia, huérfana. La única razón por la que hoy los recuerdos de Manuel Fanjul Álvarez se han recuperado es gracias a su sobrino Urbano González Santos, que pasó a limpio sus escritos e impidió con ello que desaparecieran, y, ahora, a los historiadores Wenceslao Álvarez Oblanca y Víctor del Reguero, que han estructurado e investigado cada detalle para convertir los recuerdos en fuente de la historia de la ciudad.
Tenía que ser ahora, cuando los retratos y paisajes que aparecen en el libro casi han desaparecido, pasado un siglo desde que cada una de las vivencias que se rememoran ocurrieran, que la editorial Memoria del Norte publicara el libro. Personajes y paisajes desaparecidos vuelven a cobrar vida para que un León que ya no existe regrese a la retina con una pátina de nostalgia y modernidad. Entonces se cerraba un siglo caracterizado por el final del sueño imperial y se abría uno que, en principio, parecía lleno de promesas y fue devorado por varias guerras que desembocaron en la contienda civil. León era una ciudad de provincias que contaba con alrededor de 25.000 habitantes. Sin embargo, y como el libro refleja, el espíritu liberal y abierto de la ciudad nunca dependió de sus dimensiones demográficas y León ocupaba un lugar fundamental en el desarrollo de la política nacional, cuyo cambio de ciclo estaba a punto de tener lugar de manera irremediable.
De hecho, una de las características de las memorias, según destaca Wenceslao Álvarez Oblanca, es la capacidad del autor de mostrar que el sistema estaba agotado, que los estertores de la Monarquía de Alfonso XIII estaban a punto de detenerse, que una nueva era aguardaba de manera obstinada que el régimen muriera.
Gregorio Mayoral Sandino actuó como verdugo en León en numerosas ocasiones. Fue uno de los personajes más odiados de la ciudad.
La proclamación de la II República tuvo poco de épica y mucho de cómico y caballeresco en la ciudad. Sus protagonistas fueron el propio Manuel Fanjul y José Recalde. Ellos, junto a Publio Suárez, acudieron a los gobiernos civil y militar para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII. Una de las escenas más curiosas es la conversación con el gobernador civil, Emilio Díaz-Moreu, para convencerle de que dimitiera:
«La primera autoridad de la provincia se encontraba de pie, por detrás de su mesa. parecía como si estuviese esperándonos, tranquilo (...) Amablemente me preguntó las razones por las que nos habíamos introducido en su despacho y lo que nos proponíamos hacer.
—Hemos venido con la intención de proclamar la República —respondió don Publio con la suavidad que le caracterizaba, pero con un tono de voz vacilante.
—Lo siento mucho —contestó el último representante de Su majestad, también con suavidad— Aún no tengo ninguna orden de entregarles el poder. Espero que ustedes han de hacerse cargo de mi desagradable situación, Por lo tanto, les ruego que se disuelvan pacíficamente y se retiren de aquí»...
Detalle de la Fuente en Puerta Castillo hacia 1905, donde la tía Menda tenía su puesto ambulante.
Manuel Fanjul. Vida y memoria de Oviedo a León da muchas más claves sobre la vida política, social y cultural de los primeros treinta años del siglo XX. Uno de ellos es el asesinato del que fuera gobernador civil de Bilbao, Fernando Regueral, cuya autoría, ya se material o intelectual, siempre se ha achacado a Buenaventura Durruti. Sin embargo, Manuel Fanjul añade personajes y un giro de guión a este capítulo sangriento de la historia con revelaciones a tener en cuenta.
Marcha de los exploradores por un Ordoño II a medio construir.
Protagonistas, figurantes e invisibles —esos que son los que en realidad cuentan la historia con mayor exactitud— pasean por las páginas del libro en un relato poco conocido de la belle epoque leonesa. Personalidades de la vida de la ciudad, como el obispo Álvarez Miranda, el conde de Sagasta o Francisco Sierra Pambley aparecen en las memorias junto a los que han pasado a la historia de España, como Miguel de Unamuno, Ramón del Valle Inclán, Miguel Primo de Rivera o Federico García Lorca. Pero es que, además, la edición saca del olvido a decenas de leoneses de cuyo nombre no se acuerda nadie ya y sin los que la ciudad hubiera sido diferente.
Es el caso de José Morán del Río, Gonzalo de Paz, Alfredo Barthe o Antonio Pérez Merino. El libro desentierra también a mujeres como Juliana Gómez Fernández, directora de la Beneficiencia municipal, religiosa que tuvo un papel protagonista en la vida de la ciudad y que se ocupó de la Beneficiencia Municipal hasta el comienzo de la guerra, momento en el que fue depurada. La propia sociedad, como si de un ser vivo se tratase, es en sí mismo un personaje central. El pulso cultural y social del enjambre leonés queda reflejado de manera magistral por el autor, cuyas desscripciones permiten al lector sentir, respirar el ambiente de principios de siglo: «A continuación del rancho, se repartían las sobras entre los pobres de la localidad, que formaban una cola ante las puertas del recinto militar. Después de comer sus raciones, los mendigos se alojaban en un refugio que existía en la Beneficiencia Municipal, instalada en un edificio muy viejo al lado de las escuelas que más tarde sirvió para alojamiento de la Escuela Normal del magisterio y por último fue demolido para construir en su solar el palacio de Justicia. Aquel refugio de pobres era una verdadera pocilga. No creo que se hubiese limpiado jamás. Tenía unos camastros de madera sin mullidos de ninguna clase, como los que existían en los cuerpos de guardia de los cuarteles. Allí se tumbaban en tropel, con el espacio justo para su cuerpo, numerosos pordioseros y vagabundos, sin ninguna manta para taparse, intercambiando piojos y adquiriendo las chinches que abundaban en aquella sala»...
Imagen de la plaza de toros de la carretera de Nava en 1914.
Otros más luctuosos y temibles como Gregorio Mayoral Sandino, verdugo de la ciudad, el asesino del tren Correo, José Alonso Gómez, apodado el Feo de Veguellina, o héroes cuyas hazañas se han perdido como siempre, como los militares de la guerra de Marruecos Modesto Vargas de la Infiesta también salen a relucir en la obra.
De hecho, este capítulo de la historia, la derrota de Annual que provocó el golpe de Miguel Primo de Rivera y la investigación del general Picasso —al que se concedió una calle en León— está en las memorias.
El entierro civil de Jesúcristo
Las historias de la Semana Santa, como la de Falampos que terminó con el titular en La Democracia ‘Anoche a Jesucristo le organizaron un entierro civil’ o la que protagonizó la cantante Haicha, apodada la Hebrea, dan cuenta del tipo de moralidad que se estilaba en aquellos días. En el caso de esta última, la pelea entre el obispo y los papones del Dulce Nombre de Jesús a punto estuvieron de poner fin a la procesión sin recoger las imágenes.: «Cuando la solemne comitiva recorría la estrecha calle de La Rúa, de pronto la banda de música dejó de tocar.
Se hizo un silencio impresionante. Los papones que portaban la imagen sobre sus hombros hicieron alto y colocaron las horquetas debajo de las andas, para sostener el paso. De uno de los balcones del edificio contiguo salió un rayo de luz muy intenso, que se detuvo sobre la cara angustiada y llena de lágrimas de La Virgen. Y en ese momento, del mismo balcón, una voz femenina potente y armoniosa, entonó entre sollozos angustiados una canción bellísima que expresaba la tristeza andaluza por los sufrimientos de la madre de Jesucristo. Inmediatamente (el obispo) dio las órdenes necesarias para que los coros de los clérigos entonasen los cantos litúrgicos apropiados al caso. Entonces, se organizó un maremagnum coral. Cantaban los curas, con sus voces ya desafinadas por la edad, cantaba la Hebrea al mismo tiempo...»
Las historias de la Semana Santa como la de Falampos o la de Haicha 'La Hebrea' dan cuenta del tipo de moralidad de la época en León
Las memorias terminan con un gran silencio, el mismo que se instauró en dos días de julio en la ciudad y, tres años después, en el resto de España. Comienza entonces, como destacan Víctor del Reguero y Wenceslao Álvarez Oblanca, la historia de los nombres que forman parte del legado del olvido y desmemoria; «miles de españoles asesinados, expatriados y proscritos que, a través de la voz de uno de sus protagonistas, intenta recuperar este libro».