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Cuando la mina volvió a llorar

La II Marcha Negra fue otro intento de no dejar morir el carbón

Los mineros de la II Marcha negra en Madrid. Fue un recibimiento apoteósico. JESÚS F. SALVADORES

León

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Juntos, o en la mayor de las soledades, 200 hombres recorrieron a pie en septiembre de 2010 los 195 kilómetros que separan Villablino de León en un recorrido por las cuencas.

Al atravesar estos pueblos plomizos se retrataron imágenes como sacadas de una estampa de otro siglo, con gente muy mayor saliendo a las ventanas para despedir a héroes con una misión: salvar el carbón.

Las crónicas del Casco 201, nombre con el que apodaron al periodista que firma, dibujaron durante nueve días relatos con sus desasosiegos, sus turbaciones y anhelos.

Nueve días en los que ha quedado marcada a fuego en la retina del periodista que acompañó a los mineros durante toda su gesta la imagen de pueblos abandonados pero en lucha, de gente agotada pero incombustible.

No se puede dejar de mencionar aquel momento en Corbón del Sil, en la primera etapa. Una mujer muy muy anciana, enlutecida, esperaba a los mineros sentada en el porche de su casa, una vivienda alejada del paso de la carretera. No podía articular palabra, pero la fortaleza de su mano alzada y las lágrimas en su rostro expresaban más que cualquier frase, que cualquier silencio.

También se vio salir a todo un pueblo para aplaudir el paso de los mineros. Niños y viejos. Como aquellos centenarios encerrados en una residencia que se levantaron en un esfuerzo sobrehumano para ellos con el único objetivo de soltar un «viva los minerines».

Desde luego, el paso de los mineros se vivió en las cuencas como una auténtica heroicidad. Sólo Santa Bárbara les puso de rodillas.

Los mineros de la II Marcha Negra toman Madrid en otra imagen que quedó para la historia. JESÚS F. SALVADORES

En lo humano aparentaban ser broncos, rudos. Pero llevaban impregnada una disciplina de hombres de bien, sentidos, muy unidos a sus guajes, porque si algo sorprendió en esta marcha es la cantidad de mujeres que acompañaron al cortejo con sus hijos, día a día. 

Casi todos -contaban en la ruta- eligieron la mina por tradición o necesidad; es revelador el respeto a los viejos mineros, admirable.

No en vano, los gestos que más les ayudaron a no perder el aliento fueron los de aquellos viejos mineros que habían participado en la primera Marcha Minera, la del 92. 

La aventura humana culminó en León con un desencuentro con las federaciones sindicales, que se quisieron apropiar de su llegada. Pero no lo consiguieron. Llegaron a León, cruzaron sus bastones y volvieron a prometer lucha. Al día siguiente ya había encerrados en la Catedral de León y en la Diputación.

La experiencia no consiguió su reto, que era dilatar el cierre de las minas más allá de lo que pretendía Europa. Ellos no lo consiguieron. Otros países sí, sin salir a la calle. Aquel día, León supo que la minería volvería a llorar.