Entrevista
«En los abedulares de Laciana hemos encontrado nuevas especies»
La comarca de Laciana es uno de los máximos exponentes de abedular junto con Omaña. Ocupan aproximadamente 800 hectáreas que se desarrollan de manera intermitente entre los 1350 y los 1.700 metros de altitud y son los bosques que dan paso a los matorrales y pastizales de alta montaña. La mayoría de los municipios principales de laciana tienen algún abedular maduro. Algunos de los más representativos son los de Sosas, Caboalles de Arriba, Villager, Villablino, Rabanal del camino, Rioscuro y Villar de Santiago.
—¿Qué aportan los abedulares al ecosistema del norte de España?
—El bosque de abedul puede tener diferentes tipologías. El abedul es un árbol con una plasticidad ecológica muy grande, que le permite desde pasar de épocas de sequía en verano, a soportar varios días de heladas en invierno. Sin embargo, suele requerir precipitaciones elevadas. Esto le permite formar bosques secundarios como sustitución de otros bosques caducifolios (por ejemplo, en las riberas de los ríos, cunetas húmedas). Pero también pueden formar bosques primarios en situaciones ecológicas especiales (zonas de alta montaña, donde otros tipos de bosques ya no se pueden desarrollar por las condiciones de frio, viento y cantidad de precipitaciones). En Europa las comunidades de abedules son muy abundantes, pero a medida que descendemos en latitud, van siendo menos frecuente, hasta ser poco abundantes en la Península Ibérica. Por tanto, estos bosques primarios son poco frecuentes, presentando manchas aisladas, y elevando la riqueza de biodiversidad en nuestro territorio.
—¿Por qué son tan especiales los abedulares de Laciana?
—En la Península Ibérica, la extensión de estos bosques primarios es escasa. Son frecuentes en los Pirineos y en la Cordillera Cantábrica, llegando hasta los Montes Galaicos. Sin embargo, hacia el centro y sur de la Península se hacen escasísimos. Hay que diferencias bien entre esos pequeños bosquetes que encontramos en orillas de ríos, cunetas, canales de aludes, arroyos de montaña, y los que forman grandes extensiones de árboles maduros, de zonas altas, donde otros bosques ya no se pueden desarrollar. Probablemente es en esta región de León donde encontramos manchas mejor conservadas y de mayor extensión, junto con algunos de las comarcas cercanas de Omaña. En concreto, en Laciana la extensión de estos bosques supera las 800 hectáreas.
—¿En qué situación se encuentran?
—En general, la situación de los abedulares de Laciana es bastante buena. Es cierto que hemos podido diferenciar varias tipologías, desde aquellos ligados a zonas encharcadas, con abundancia de turberas (estas últimas es un tipo de vegetación protegido por las diferentes legislaciones y directrices de la Unión Europea), hasta los que colonizan laderas con pendientes imposibles. Y según estas tipologías, el aspecto del abedular cambia, pudiendo observar en laderas suaves un bosque adehesado y muy sombrío, con árboles vetustos con gruesos troncos y copas se tocan, o bien en laderas de fuertes pendientes bosques con árboles más bajos, de troncos finos y juntos.
—¿Fueron afectados por la explotación minera?
—En general no, ya que estos bosques se encuentran habitualmente en posiciones culminícolas, habitualmente entre los 1400-1800 metros, en laderas de pendientes notables, y son zonas de alta montaña donde no ha sido frecuente la explotación minera. Sin embargo, si que hay que destacar que, por su enorme plasticidad ecológica, los abedules han ayudado a estabilizar, por ejemplo, las escombreras de las minas y los taludes artificiales que se generan en las realización de algunas infraestructuras como caminos o carreteras.
«Los abedulares han ayudado a estabilizar as escombreras de las minas y los taludes artificiales que se generan en las carreteras»
—¿Cómo comenzó la investigación y por qué en Laciana?
—Nuestro equipo de investigación desarrolla estudios de vegetación en numerosas partes, tanto de la Península Ibérica y Norte de África, como en Sudamérica. Nos interesa conocer la vegetación, su origen, las comunidades vegetales que presentan los diferentes territorios, el uso que ha hecho el hombre de esas comunidades, que recursos ha obtenido de ellas, y como cambian y han cambiado por el uso antrópico. Y desde luego Picos de Europa, y en especial la vertiente sur leonesa son extremadamente interesantes. En un momento se requirió de nuestro equipo que colaboráramos en la identificación y cartografía de estos bosques en la comarca de Laciana, lo que además nos llevó a encontrar alguna especie nueva de diente de león para la ciencia, o al estudio de las comunidades de zarzas, que son otras de nuestras líneas secundarias de investigación.
—En el libro dedican un capítulo a las plantas medicinales que el ecosistema de los abedulares proporcionan.
—Nosotros pertenecemos a una Facultad de Farmacia, y nos interesa mucho saber el uso que el hombre hace de las plantas. Evidentemente algo muy interesante es conocer desde un punto de vista medicinal qué plantas han sido usadas, o incluso siguen usándose. La etnobotánica trata de ello, y es una parte de nuestra investigación. A veces se piensa erróneamente que el hombre puede esquilmar las poblaciones de plantas que usa, y desgraciadamente en algunos casos así ha sido. Pero en general le interesa conservarlas, incluso cultivarlas, para tener acceso a ellas. Evidentemente no estamos hablando a un nivel industrial, sino de un uso más familiar y sostenible.
—¿Cómo proteger los abedulares?
—Creo que el primer paso es darlos a conocer. Habitualmente cuando hablamos de un pinar, de un robledal, de un encinar, más o menos todo el mundo lo entiende y lo conoce. Igualmente, con algunas formaciones de matorrales (piornales, brezales), y luego ya pasamos al nivel de pastos (un gran cajón de sastre para la gran diversidad de comunidades existentes). Sin embargo, un abedular…un abedul…mucho más complicado. Habría que hacer una labor de educación para que este nombre empiece a sonar. El abedul es un árbol muy utilizado para hacer puentes, vallados, cuerdas, madreñas, utensilios de labranza y de cocina. Y también tiene su interés medicinal. Pero eso se escapa al conocimiento general. Y luego está conocer su singularidad y la riqueza que albergan. Algunos abedulares están recogidos en las directivas europeas para su conservación. Sin embargo, estas que están al sur y son más singulares y con una distribución más restringida, prácticamente no figuran dentro de ninguna legislación ni directiva de conservación.
«Algunos abedulares están recogidos en las directivas europeas. Sin embargo, estos que son más singulares, no»
— ¿Y el ecosistema propio de la cordillera cantábrica?
—En general la biodiversidad que alberga la Cordillera Cantábrica está bien conservada. Hay varias figuras importantes de protección de espacios y de especies, que amparan a un sinfín mayor de especies menos conocidas. Un ejemplo clásico es la protección de especies emblemáticas, como el oso o el urogallo cantábrico, y de los hábitats en los que viven. Protegemos especies que son un símbolo, hacemos todo lo posible para que puedan sobrevivir, y al amparo de éstas protegemos a otras. Pero evidentemente para proteger, hay que conocer. Y proteger tampoco es meter en una urna. Hay que gestionar, y esto a veces implica tocar y manejar.
—¿Influyen los incendios de Zamora y el Bierzo en este delicado equilibrio?
—Evidentemente un incendio siempre es un desequilibrio. A veces ocurren de manera natural, y otras desgraciadamente, no. Hay que recordar que estamos en la región Mediterránea, con sequía en verano, con tormentas eléctricas, y el incendio es algo muy probable. Pero también se da el caso que cada vez se trabaja menos el campo, hay un abandono de las actividades agrícolas y ganaderas, y eso viene bien para la regeneración de las masas forestales, pero también implica una mayor carga de leña que puede arder. Y hay que estar ahí para poder contribuir a ese equilibrio. Tenemos que ser partícipes de ese manejo y de una conservación efectiva.
—¿Pueden las especies como el oso y el urogallo vivir sin los abedulares?
—En general si, aunque de distinta manera. El oso es una especie itinerante a lo largo del año, se mueve a lo largo de su territorio continuamente. El abedular le da protección y alimento, como el resto de las formaciones boscosas que transita. Sin embargo, el urogallo es mucho más estable. En los abedulares, va a encontrar alimento suficiente en las épocas de verano y de otoño. En los abedulares de Laciana se localizan muchos cantaderos, muy conocidos a nivel local, lo que demuestra que es un bosque que ofrece todos los recursos que necesita. No olvidemos que en el interior del abedular podemos encontrar otras comunidades interesantes para el urogallo, como son las avellanedas y las acebedas. Y además están acompañados de arandaneras y serbales.
—¿Considera que en Castilla y León se cuida el medio ambiente de manera correcta?
—Difícil respuesta sin que se ofenda nadie. Creo que, si podemos observar especies emblemáticas y bosque singulares, es porque algo se ha hecho bien. Y no me refiero exclusivamente a nivel de la administración. Todos debemos ser partícipes en la conservación. El paisaje que vemos no es una foto actual, sino una pintura a lo largo del tiempo, donde de un a manera u otra, a veces acertadamente y otras menos, todos hemos contribuido a su estado actual. Y si los indicadores de diversidad muestran unos niveles altos, es que algunas cosas buenas se habrán hecho. Debemos aprender de los errores para no poner en peligro esa diversidad, y evitar problemas que ya hemos tenido anteriormente. El medio rural (con su sabiduría popular) y las administraciones (con sus herramientas de gestión) tienen que ir de la mano. Y de esto depende que las futuras generaciones puedan conocer y disfrutar de este cuadro.