Reportaje
En tren a Kiev
Un equipo de La 8 León se desplaza a Kiev para conocer, cinco meses después de la invasión rusa en Ucrania, cómo viven los habitantes que aún permanecen en su país y padecen la guerra desatada en Europa. Los periodistas relatan en exclusiva para DIARIO DE LEÓN su experiencia vital.
Es la una y cuarto de la madrugada. El tren destino Kiev se detiene cerca de la zona de Dorohusk, próximo al río que divide Polonia y Ucrania.
El tren con doce vagones va lleno. Llaman la atención sus cristales, enfundados en cinta adhesiva por si la onda expansiva de una explosión los revienta, para que los pedazos no afecten a los pasajeros.
En el viaje hemos coincidido con una chica embarazada, una madre y su hijo, tres mujeres jóvenes, un matrimonio de avanzada edad y una pareja con un chaval. Regresan a su casa, después de casi 200 días de destierro, todos ellos en diferentes compartimentos en nuestro vagón. Sus historias muestran el drama en el que su vida se ha convertido, retornar y arriesgar para seguir viviendo, dilemas que cada día sufren más de un millón de refugiados.
La tensión y la adrenalina se activan, entramos en territorio en guerra. El control de acceso al país nos lleva horas y soldados ucranianos suben a controlar el tren y a quienes vamos en él. Se nota la tensión en la mirada y el cansancio en los cuerpos de chavales de poco más de 20 años, estamos viendo a los auténticos protagonistas de esta historia: soldados, muchos de ellos voluntarios, que defienden su país a costa de su vida, portan armas, granadas y kalasnikov listos para ser usados. Al mismo tiempo que recogen el pasaporte los operarios desmontan el tren para cambiar la tracción y adaptarlo al ancho de vía soviético.
Pasan casi tres horas y nos ponemos en marcha. La noche activa todas las sensaciones. Quedan 800 kilómetros de recorrido por la zona norte del país, atravesamos algunos lugares que muestran las cicatrices de la guerra, algunas poblaciones con apenas un par de luces muestran paisajes fantasmagóricos. Son lugares sin alma, como parados.
La marcha es lenta pero constante. De repente nos detenemos en la nada. Apenas se ve por la ventana, crece la tensión pero no oímos nada, solo el rugir del tren. La gente va durmiendo y no hay nadie por los pasillos.
Nuestra cabina es cómoda, el tren desprende los aromas más soviéticos, madera, sobriedad y cierta identidad que nos recuerda a las películas de los zares, pero eso sí, el exterior muestra orgulloso los colores de Ucrania. Volvemos a arrancar, los ruidos de la vía nos centran la atención y ya empieza a clarear, los primeros rayos de luz ofrecen paisajes inmensos, pequeñas ciudades en la distancia y una pasmosa inactividad, aunque esta tranquilidad no impide recordar aquellos primeros días de la guerra donde esta zona era territorio de dominio de la aviación rusa.
Miramos el mapa y vemos que estamos atravesando el país de oeste a este en línea recta y dejando a nuestros costados ciudades como Leopolis o Yitomir, protagonistas de batallas sangrientas que dejaron muertos y refugiados por miles.
Poco a poco nos acercamos al destino. El escenario empieza a cambiar, estamos llegando a la ciudad de Bucha. Esta ciudad ya es conocida en el mundo porque fue el primer lugar que mostró las atrocidades de esta guerra. Los cadáveres tirados en la calle, maniatados y con tiros en la cabeza recorrieron los medios de casi todo el mundo, y nosotros estamos a un paso de la calle del horror.
Ahora sí, el escenario ha cambiado, edificios impactados, puentes destrozados, carreteras deterioradas, estamos en el enclave estratégico del inicio de la invasión. Bucha e Irpin se convirtieron en los primeros escenarios de batalla. Situados estratégicamente, servirían para el avance de los rusos a Kiev, pero en este lugar los combates fueron a muerte y la defensa Ucraniana resistió. Nosotros estamos viéndolo desde la ventana del tren, como cuando visitas un parque temático, aunque aquí el drama te encoje el corazón. Aquí murieron miles de personas.
Entre Bucha e Irpin apenas hay unos kilómetros, el tren va lento, ya divisamos Kiev. Ahora se entiende la frustración de los rusos por no poder acceder a la capital teniéndola tan cerca. Irpin está devastada. En enero de este año vivían 60.000 personas aquí, hoy apenas quedan 4.000. Muchos murieron y otros muchos marcharon. Irpin es como San Andres del Rabanedo o Villaquilambre en León, casi podría confundirse con la misma ciudad.
El tren sigue camino a Kiev, lento, como sin prisa. Ahora sí vemos actividad, hay gente, coches y una sensación forzada de normalidad. Nuestra llegada coincide con día festivo en Ucrania, por eso el ejército ruso ha lanzado más de veinte proyectiles sobre la capital.
Cerca están el río Dniéper y sus puentes caídos, esos que sirvieron de defensa estratégica para que el ejercito ruso no pudiera pasar, pero que al mismo tiempo impidió a los ciudadanos de Kiev escapar del horror y los dejo atrapados.
Mirar es imaginar y, si nos situamos en las fechas de finales de febrero, este lugar sería lo más parecido a la descripción de los infiernos apocalípticos al que leyendas y novelas nos han acercado en multitud de escenarios literarios o bíblicos, qué horror imaginarlo viéndolo como lo estamos viendo.
Llegamos a la estación. Se atisba aun más esa normalidad forzada, hace calor y el cielo esta claro. Nos esperan Vlad y Yuri, ellos nos enseñarán mucho más de esta guerra.
Así ha sido nuestro viaje a Kiev, para contar cómo es y vivirlo, pero también para cumplir con una responsabilidad: vinimos a Eslovaquia y pasamos la frontera, llegamos a Úzhgorod y mostramos como fue aquel convoy que llevó casi ochenta toneladas de solidaridad al corazón de Ucrania. Creamos el proyecto ‘Ucrania, Una historia real’ y pudimos traer una delegación de Kiev a León. Y ahora estamos aquí. Necesitan ayuda, necesitan enseñar como está su país, necesitan altavoces para gritar al mundo que esto no ha parado y, sobre todo, necesitan agradecer lo que muchos hacen. Y entre esos que hacen están los leoneses y las leonesas. Kiev y León han creado un puente que queremos que sea indestructible, porque tener como objetivo Kiev no es invadirlo. Los medios de comunicación también tenemos nuestros objetivos, contar historias, y no está reñida esa responsabilidad con ayudar. Porque los medios de comunicación también están hechos por personas, y personas son las que mueren en todas las guerras.