Diario de León

QUÉ VER EN LEÓN / JIMÉNEZ DE JAMUZ

La laguna prodigiosa

Una isla de agua da vida a aves únicas en el pueblo del barro La Tabla, la represa del río en Jiménez de Jamuz construida en los años 50, es la última oportunidad

León

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Una pequeña mancha de agua da vida a aves únicas en el pueblo del barro. La Tabla se llama. Una represa en el río Jamuz construida en los años 50. En ese espejo se refleja la valla de El Capricho, en Jiménez de Jamuz, como si de un cercado de un rancho del Lejano Oeste se tratara, grandes postes de madera para retener a los bueyes gigantes y, también, para marcar el poderío de un negocio pujante que nació en una bodega a la que la gente del contorno iba a comer tortilla, beber una jarra y compartir una buena chuleta. Nada parecido a los precios de la carta actual.

El vallado, circundado por un sendero de tierra que el viento levanta sin dificultad y deja una estela de polvo, se ha convertido en una ruta turística que rodea en parte, y solapa también con su fama, un prodigio natural. A un lado los bueyes viviendo en semilibertad, al otro la naturaleza libre. La laguna navegable, al menos en piragua y kayak, es refugio de aves. 82 especies se pueden avistar en Jiménez de Jamuz. Y otras que el cambio climático está acercando, aunque de momento sean una rareza para las que científicos, estudiosos y aficionados buscan explicación.

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO (2)

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO (2)

Garza real, garceta, somormujo, cigüeñas, ánades, milano negro, aguilucho cenizo, azor, gavilán, ratonero, águila calzada, cernícalo, perdiz roja, alcaraván, mochuelo, vencejo, martín pescador, abubilla, ruiseñor, mirlo, avión, jilguero, pito real... y así un largo listado. Basta tener unos prismáticos y un poco de paciencia. Pero incluso sin esos dos instrumentos, la laguna se revela como un lugar único, de gran belleza. No hace falta ni entrar en las cabañas de observación para avistar aves porque La Tabla es su abrevadero. Basta con estar allí, ellas siempre llegan.

Para los especialistas en aves, este pantano en miniatura es una oportunidad de estudiar el sisón, una especie amenazada que tiene aquí su lugar de parada nupcial y anidamiento. Sobrevive pese a todo. En realidad, pese a los humanos y sus acciones, los responsables de que su población esté mermada. Nada juega a su favor, la desaparición del barbecho, los plaguicidas y pesticidas, la invasión de especies vegetales no autóctonas, los cambios en los cultivos, los nuevos tiempos, intensificación y sistemas agrícolas y la destrucción de su hábitat. Pero ahí siguen en La Tabla, navegando contra viento y marea de tierra adentro, haciendo sus nidos a ras de suelo, luchando contra rastrillos y segadoras que se llevan la vida de sus polluelos.

Observatorio de aves en la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

Observatorio de aves en la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

Al pie de la laguna, los abejarucos desplegaban sus 25 centímetros de belleza y su colorido plumaje, pecho azul, verdoso en el vientre, cabeza canela, cuello amarillo y la lista negra que adorna su ojo. Se conserva aún en La Tabla el talud en el que anidaban, agujereado por decenas de pequeñas cámaras donde sus crías esperaban el momento de echar a volar. Ya no están. La tierra está endurecida y no anidan. Bastaría una pequeña acción, remover el talud, para que volvieran.

Nadie hace caso del sisón, ni tampoco del abejaruco, que, sin embargo, serían una fuente de riqueza para el municipio si se pusiera en marcha una iniciativa de turismo ornitológico, una afición en toda Europa que atrae a España cada vez a más personas, aquí desaprovechada. Jamuz es zona Zepa, una zona de especial protección para las aves. Sin esa declaración, no sólo el sisón habría desaparecido, también el aguilucho pálido, el cenizo y el alcaraván. Por la ruta trazada en el municipio —lineal, 10 kilómetros, dos horas y media, desde la Plaza Mayor de Santa Elena de Jamuz hasta la Casa de Cultura de Jiménez, en silencio— se pueden observar desde finales de marzo hasta finales de septiembre, antes de que partan para pasar el invierno en los territorios del sur.

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

Desde La Tabla, a simple vista, se contemplan los cuatro ecosistemas que hacen de este lugar un espacio único. El agua de la laguna, los humedales y la ribera del río, el paisaje pseudo estepario de grandes espacios abiertos sin apenas arbolado para el cultivo del cereal y el pastoreo, los bosques mixtos de encina y roble en la sierra de las Casas Viejas, y los pueblos, en los que habitan también —y de los que dependen— gorriones, cigüeñas, mirlos, petirrojos, vencejos, golondrinas, aviones, colirrojos y jilgueros. 

Aves. Están aquí hace 150 millones de años. Pueblan la tierra mucho antes de que los hombres la colonizaran. 

Al caer la tarde, mientras el sol lucha con el horizonte por seguir dejándose ver y la tiniebla gana espacio, La Tabla se convierte en una lámina de vida que pide más cuidado para salvarse. La última oportunidad.

La Garza Real, el observatorio de aves en la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

La Garza Real, el observatorio de aves en la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO (3)

La Tabla, la laguna de Jiménez de Jamuz. DANIEL PISABARRO (3)

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