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QUÉ HACER EN LEÓN

La rebelión de las Cantaderas

Nunca se doblegaron ni se convirtieron al Islam. Esa fue su rebelión. Y ellas, las auténticas Cantaderas  No las que se celebran este domingo, el primero antes de San Froilán,  en el claustro de la Catedral sino mujeres que fueron entregadas siglo y medio después de la leyenda para satisfacer a Almanzor Fueron dadas como oferta por sus propias familias para apaciguar al temido califa  Eran plebeyas, hijas de reyes, novicias o  monjas. Del Reino de León las llevaron a pie hasta Córdoba, como esclavas, para integrar el harén y ser ‘esposas secundarias’, concubinas del califa Ni su padre ni sus hermanos negociaron para ellas un estatus superior. Fueron oferta, el tributo cumplido de las Cien Doncellas Algunas no olvidaron nunca León. Casi ancianas, regresaron al viejo Reino, donde fueron repudiadas por sus familias y sus conventos. Entonces, pidieron justicia, que no clemencia, al rey

Cantaderas. Jóvenes leonesas fueron entregadas a Almanzor

León

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Volvió de Córdoba como había ido: a pie. Atrás quedaron sus años como cautiva en el harén del califa. Fue parte del botín de treinta años de campañas de Almanzor en los reinos cristianos del norte, sembrando la destrucción y, sobre todo, el pavor. En una de esas razzias, Flora, que había hecho votos en uno de los monasterios leoneses, acabó prisionera del tributo al caudillo musulmán. Y nada se supo de ella hasta que de regreso, sola y desamparada, manda una carta al rey de León pidiendo justicia.

Flora, como cientos de Cantaderas, fue víctima de una cruel costumbre que ya había sido recogida como leyenda en todos los territorios de la corona Astur-leonesa desde Mauregato, el rey que habría pactado la ayuda de Abderramán I, emir de Córdoba, y de sus ejércitos para hacerse proclamar soberano de Asturias. Él mismo era hijo de una esclava mora y del monarca Alfonso I, yerno de don Pelayo.

Y ahí arranca la leyenda del Tributo de las Cien Doncellas , cincuenta nobles y cincuenta plebeyas, que el reino cristiano tenía que entregar al sarraceno cada año en recompensa.

Se convirtieron en esposas secundarias. Su nueva vida, que en la leyenda les enseña la Sotadera, se resumía en ser esclavas sexuales, concubinas del califa. Ni su padre ni sus hermanos negociaron para ellas un estatus 

De esas mujeres se sabe lo que cuenta la leyenda, forjada en la Edad Media y transmitida de generación en generación. Elegidas entre las parroquias de la ciudad y de otros territorios del reino, una mujer al servicio del emir, la Sotadera, se encargaba de aleccionarlas en lo que iba a ser su nueva vida, básicamente resumida en ser esclavas sexuales.

Las Cantaderas bailan al son de la Sotadera en el claustro de la Catedral de León durante la celebración de la liberación del Tributo de las Cien Doncellas. RAMIRO

Siguiendo ese relato popular, el tributo se rindió hasta la gran victoria de la batalla de Clavijo —que es en realidad la mitificación de la segunda batalla de Albelda— un combate legendario de la Reconquista que ganó Ramiro I para las tropas cristianas oficialmente el 23 de mayo del año 844 con la intervención divina de un apóstol, Santiago, que tomó ahí el apelativo de Matamoros, aunque en realidad esa contienda sea también un mito, una especie de mezcla de combates victoriosos y decisivos para los reinos cristianos.

La leyenda creó la figura de Leonor Garabito, de la que se comienza a hablar —y a construir su historia— en el siglo XVI y en el XVII —incluidos los relatos de la Pícara Justina (la primera edición es de 1605)—, la heroína que en algún año entre el 783 y el 844 amputó —o amenazó con hacerlo— a todas las Cantaderas y después se cortó ella misma la mano derecha.

Niñas de 9 años

La historia de Leonor Garabito que recrea la leyenda tiene sin embargo un poso de verdad, aunque ella quizá no existió.

Y no sólo porque por una tregua firmada en el 759 con Abderramán I hubiera que pagar «diez mil onzas de oro, diez mil libras de plata, diez mil caballos y otros tantos mulos, mil lorigas, (una armadura formada por pequeñas láminas de acero dispuestas en forma de escamas), mil espadas y mil lanzas cada año durante cinco», como sostiene la investigadora Ana Isabel Arias Fernández en la revista ‘Argutorio’, donde deja también constancia de que en las crónicas árabes no se menciona la obligación de entregar a cien doncellas.

Las auténticas Cantaderas no son las que se conmemoran en el claustro de la Catedral sino leonesas que fueron entregadas siglo y medio después de la leyenda para satisfacer a Almanzor

Ganado, hombres, mujeres y niños eran botín de guerra. Históricamente, la entrega de doncellas como tributo al vencedor era una costumbre habitual. Y algunas de estas jóvenes preferían mutilarse, normalmente marcándose la cara, la única parte del cuerpo que iba a quedar a la vista. Todo con tal de no caer en manos del moro. 

Flora cayó. De verdad. Sin mitos ni leyendas. Se convirtió en esposa secundaria. A diferencia de Leonor Garabito, de la monja Flora hay constancia documental. Está recogida en la que es probablemente la mayor recopilación que existe de la Historia medieval, la Colección Documental del Archivo de la Catedral de León 775-1230, en el tomo III de José Manuel Ruiz Asencio, que aborda el periodo entre 986 y 1031. 

La joven corrió la misma suerte que otras mujeres leonesas, no sólo campesinas, también hijas de reyes  y de familias con títulos y escudos blasonados en sus palacios.

Almanzor, el temido caudillo que construyó su harén con miles de jóvenes entregadas o capturadas durante treinta años de campaña contra los reinos cristianos del norte

La familia real leonesa y los grandes nobles sucumbieron al terror de Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, al-Manur, ‘el Victorioso’, y recuperaron la infausta tradición. Así que le entregaron a sus hijas, algunas de apenas 9 años, a cambio de que Almanzor y sus huestes se apiadaran de ellos. Y de sus propiedades.

De Flora no se compadeció nadie. Ni siquiera cuando, tras su cautiverio de años, regresó a su tierra para descubrir que sus padres habían muerto y su familia vendido su herencia. Y, sin ella, no era admitida de nuevo en el convento.

Fue entonces cuando escribió la carta a Alfonso V ‘el Noble’, el de los ‘Buenos Fueros’,  rey de León desde 999 hasta su muerte, que transformó el derecho universal en 1017 con el Fuero de León, un conjunto de disposiciones legales que cambiaron la historia del mundo.

La infanta de León casada con Almanzor

No debió resultarle al rey Alfonso V ajena la historia de Flora pues, atendiendo a la historia, su hermana pequeña, Teresa Bermúdez, corrió la misma suerte.

El padre de ambos, Bermudo II, «envió a su hija para Almanzor, quien la hizo su esclava y después la emancipó y se casó con ella», según el relato de Ibn Jaldún, historiador, sociólogo, filósofo, economista, geógrafo, demógrafo y estadista musulmán de origen andalusí, considerado uno de los fundadores de la historiografía moderna.

Tras la muerte de su ya esposo Almanzor, Teresa Bermúdez, infanta de León, fue liberada y regresó al reino, su casa, pero no encontró cobijo en su familia y tuvo que refugiarse en el monasterio de San Pelayo de Oviedo, donde profesó y fue sepultada a su muerte, el 25 de abril de 1039. De nada le sirvió ser hija de rey y hermana de rey.

La familia real leonesa y los grandes nobles sucumbieron al terror de Almanzor y recuperaron la infausta tradición. Así que le entregaron a sus hijas, algunas de apenas 9 años, a cambio de que el temido caudillo musulmán se apiadara de ellos. Y de sus propiedades

Almanzor castigó salvajemente a León. En la última de sus incursiones sólo dejó en pie una torre de la muralla para que la posteridad pudiera admirar su poder al contemplar cómo había destruido la capital del reino cristiano más poderoso.

En realidad, quería sembrar el terror, ser el azote, generar un estado de inseguridad permanente que impidiera a los cristianos llevar una vida organizada, porque Almanzor rara vez ocupaba los territorios que saqueaba.

En su táctica política, Almanzor sostenía a las familias nobles opuestas al monarca. Así fue como aprovechó las desavenencias leonesas para su beneficio.

Bermudo II, como Mauregato, antecesor en la dinastía Astur-leonesa, debía su reinado al apoyo de un caudillo musulmán. Y, por lo tanto, un vasallaje.

Tras su proclamación, a Bermudo II no le quedó más remedio que ponerse bajo la protección del califato de Córdoba, y aunque recuperó Zamora, el ejército de Almanzor se quedó en el reino de León, de donde no fue expulsado hasta 987.

En la corte del califa se encontró con su hija, que para entonces le había dado a Almanzor un hijo, Abd al-Rahman Sanchuelo

Tampoco se libraron los otros reinos cristianos. Sancho Garcés II rey de Pamplona y conde de Aragón entregó a Almanzor en 982 a su hija Urraca, convertida al Islam bajo el nombre de Abda.

Cuentan las crónicas que como por las armas no pudo con Almanzor, el 4 de septiembre de 992, Sancho Garcés viajó a Córdoba como embajador de su propio reino llevando un gran tesoro como ofrenda al que era su yerno.

En la corte del califa se encontró con su hija, que para entonces le había dado a Almanzor un hijo, Abd al-Rahman Sanchuelo, llamado así por el gran parecido con su abuelo, aspirante a heredero al califato de Córdoba. Dicen que Sancho se postró a los pies del niño-visir.

 

Las Cantaderas y la Sotadera se dirigen a la Catedral de León para conmemorar la liberación del Tributo de las Cien Doncellas, una celebración ancestral en León de la que ya hay noticia en 1503. JESÚS F. SALVADORES

El harén de Almanzor se nutría mayoritariamente de las esclavas cautivadas en sus treinta años de campañas en los reinos cristianos. Entorno a 15.000 esclavas sostiene Joaquín Vallvé, catedrático y miembro de la Real Academia de la Historia.

De las otras Cantaderas leonesas de Almanzor, las más pobres, hay constancia en los registros documentales de los monasterios de Otero de las Dueñas, San Pedro de Montes o Gradefes. De la vida como prisioneros y esclavas hay relato en ‘Cautivos y cautiverio en los documentos medievales leoneses’ de la historiadora medievalista Margarita Torres Sevilla.

Ordoño y Urraca, Los nombres leoneses de la mezcla

Que la costumbre de tomar como esposas a princesas de los reinos cristianos venía de antiguo lo demostrarían incluso los rasgos físicos de los emires del Califato.

El académico de número de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura Jesús Sánchez Adalid sostiene que los grandes califas de Córdoba «apenas tenían sangre árabe».

Abderramán III, el primer califa omeya de Córdoba, tenía el pelo rojo, la piel muy blanca y los ojos azules. Lo mismo le pasaba a su hijo Alhakén II, con su cabellera bermeja. Hay constancia de estas características en la decoración de la Alhambra.

Había una explicación. Abderramán era hijo de Mohamed, primogénito de Abdalá, y de Muzna, una concubina cristiana probablemente de origen vascón que pasó a ser una ‘umm walad’ o madre de infante al haber dado un hijo varón a su señor. Y una de sus abuelas, Oneca Fortúnez de Navarra, era hija del rey Fortún Garcés, que la entregó al Califato, uno de los pocos casos conocidos de una princesa cristiana que termina contrayendo matrimonio con un soberano musulmán.

Abderramán III, el primer califa omeya de Córdoba, tenía el pelo rojo, la piel muy blanca y los ojos azules. Hay una explicación: era hijo de una concubina cristiana y su abuela Oneca hija del rey de Navarra, entregada como tributo

Un camino que fue también recorrido a la inversa, aunque no como tributo.

Señala Margarita Torres el caso de Urraca ben Abd Allah, de los Banu Qasi — una importante familia muladí cuyos dominios abarcaban el valle medio del Ebro entre los siglos VIII y X— que se casó con Fruela II, rey de Asturias, subordinado al de León, entre 910 y 924 y rey de León desde 924 hasta su muerte.

O la mora Zaida, la princesa musulmana de al-Ándalus nuera de Muhammad al-Mutamid, que fue primero concubina de Alfonso VI de León y luego una de sus cinco esposas legítimas, con quien tuvo al heredero, el infante  Sancho Alfónsez, muerto siendo apenas un crío en la batalla de Uclés en 1108.

«A través de la familia Banu Qasi entran en León dos nombres que son típicos de nuestra historia leonesa y también de la asturiana: Urraca y Fortún, que deriva luego en Ordoño», enfatiza Margarita Torres.

Jóvenes leonesas que participan como Cantaderas en la representación de la fiesta del Tributo de las Cien Doncellas, una celebración ancestral en León. RAMIRO

La leyenda también abrió una ‘disputa’ histórica sobre cuál fue el primero de los territorios del Reino de León en librarse del tributo.

Se lo atribuye Carrión de los Condes, donde se narra que en 826 —18 años antes de la batalla de Clavijo—,  las cuatro doncellas que tenía que entregar fueron salvadas por unos toros.  

En el arco de la puerta principal de la iglesia de Santa María del Camino de Carrión de los Condes, del siglo XII, están talladas en piedra las doncellas y los toros en recuerdo de ese suceso.

A través de la familia Banu Qasi entran en León dos nombres que son típicos de nuestra historia leonesa y también de la asturiana: Urraca y Fortún, que deriva luego en Ordoño

El Tributo de las Cien Doncellas

Al contrario que Abda y Oneca, la infanta Teresa y la novicia Flora no se rindieron nunca.

Jamás se convirtieron al Islam. Soñaron siempre con volver a León.

Entregadas como esclavas, sometidas al cautiverio de un harén y humilladas en su juventud, fueron repudiadas al final de sus vidas por sus propias familias, que las habían entregado como oferta y no como foro.  

Cuando este domingo se celebre la liberación del Tributo de las Cien Doncellas, una fiesta inmemorial en León de la que ya hay crónica en 1510, su memoria estará allí.

El honor de leonesas aguerridas que nunca bailaron al son del califa musulmán y la Sotadera.

Las auténticas Cantaderas.