Reportaje
La increíble vida de Miñón, el gran editor leonés
Movilizado a la fuerza para luchar en la Guerra de la Independencia, impresor del general Santocildes, perseguido por Napoléon, perdió la mayor parte de los instrumentos de su imprenta en la huida de quienes los llevaban en carros que dejaron tirados en mitad de un camino del Bierzo, dos veces viudo, fue el fundador de una gran saga leonesa de impresores.
A la historia de la imprenta en la ciudad y provincia de León le faltaría todo un capítulo, y largo, si de ella desapareciera el apellido Miñón, presente en varias generaciones de impresores: toda una saga familiar que ocupa entero el siglo XIX y buena parte del XX, desde 1810 a 1932. Y desaparecería también casi la mitad de los libros impresos en León durante el siglo XIX.
Es esta una historia que comienza en Valladolid, donde Pablo Miñón Ontanillas, el patriarca fundador, nació el 25 de enero de 1772. Desde muy joven, años 90 del siglo XVIII, Pablo tuvo allí imprenta propia, allí se casó, allí tuvo tres hijos —Pedro, Ambrosia y Juan— y allí imprimió un buen número de obras, llegando a titularse ‘impresor de la Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes’ de aquella ciudad. Es muy probable, también, que Pablo Miñón allí hubiera continuado y terminado su vida, si las circunstancias hubieran sido las habituales de aquellos tiempos.
Pero no lo fueron.
Llegó la invasión francesa, luego en Madrid el alzamiento popular del 2 de mayo, y toda la vida de Pablo y su familia se trastocó. Movilizado forzoso, tomó parte en junio y julio de aquel 1808 en dos de las primeras batallas que se libraron contra el ejército francés, en Cabezón de Pisuerga y en Medina de Rioseco.
Derrotado en las dos el ejército español, los meses que siguieron fueron turbulentos en una Valladolid ocupada por el ejército francés, como ocupado quedó el resto de Castilla, al igual que buena parte de León, hasta el punto de que la Junta Superior de Gobierno de la Provincia y Reino de León acabó refugiándose en Villafranca del Bierzo.
Allí se dirigió también Miñón en 1810, después de sacar de Valladolid «con gran trabajo una prensa y varias cajas de letra, y demás accesorios» (Bravo Guarida 1902: 620). Necesitada de sus servicios, la Junta lo nombró su impresor, y también lo fue del ejército del general Santocildes. Para una y otro imprimió en Villafranca durante más de dos años circulares, reales órdenes, oficios, pasaportes, cartas de pago y demás.
Con más de un susto e incidente, porque durante la incursión del ejército francés por el Bierzo en 1811, cuenta Bravo Guarida, «perdió la mayor parte de los efectos de la imprenta, por haberse fugado y abandonado los carros en medio del camino los que los conducían, ante la proximidad del enemigo».
El contrato firmado con la Junta le obligaba a cumplir con todo los que esta le encargaba, pero también le permitía dedicar el tiempo libre de la imprenta a sus propios intereses. Algo que Pablo Miñón aprovechó para sacar a la luz en Villafranca, con fecha de 1812, los dos tomos de la obra del abate Augustín Barruel ‘Compendio de las memorias para servir a la historia del Jacobinismo’, que ‘casualmente’ tenía traducidas del francés el abad mitrado de aquella colegiata, Simón de Rentería.
Expulsadas de España las tropas de Napoleón tras la batalla de Vitoria (que Beethoven celebró con su Opus 91), y vueltas las aguas nacionales a cierta normalidad, a finales de 1813 Pablo Miñón no regresó a su Valladolid natal: ese mismo año abrió dos talleres de imprenta, uno en la ciudad de León, donde con esa fecha publicó el semanario ‘Conversaciones del día’ y varios impresos más, y otro en Palencia, donde en enero de 1814 dio a la luz el periódico ‘El Zelo Palentino’.
No obstante, todo indica que Pablo Miñón, que por entonces contaba 42 años, renunció pronto a la empresa palentina, porque en ese mismo 1814 ya hay registro de un buen número de impresos suyos en León. Además, al año siguiente se le dio autorización para imprimir naipes (unas 800 barajas al año, con su nombre estampado en el as de oros), lo que supuso un importante plus de ingresos. Todavía hoy se encuentra alguno de esos naipes perdido entre las páginas de algún libro de aquella época que quizá nadie haya vuelto a hojear.
Así fue como Pablo Miñón acabó estableciéndose definitivamente en León, y ello a pesar de que en la ciudad ya había otras dos imprentas, la de la viuda de Santos Rivero, Josefa Lumeras, que tenía la exclusiva de las impresiones oficiales, y la de Ignacio Turrado y Cebrián.
Y así fue como Miñón se hizo leonés, avecindado inicialmente en el nº 5 de la calle de la Concepción, parroquia de Nuestra Señora del Mercado. Muy pronto ingresó como socio numerario en la Real Sociedad Económica de Amigos del País (en la que ocupó varios cargos, y en la que también fue profesor), quedó viudo, volvió a casarse en 1824 con Petronila Novoa, también viuda, y a partir de esa fecha comenzó a pasarle poco a poco los tórculos a su hijo Pedro, el único que por entonces residía en León, y a él acabó vendiéndole la imprenta en agosto de 1829, por 12.000 reales de vellón, «en moneda metálica y sonante, usual y corriente».
De su actividad laboral de esos años se conservan con su firma más de un centenar de libros y folletos, y varios periódicos: además del ya citado ‘Conversaciones del Día’ (1813), ‘El Pescador de León’ (1814) y ‘El Hurón’, ‘El Amigo del Pueblo’ y ‘El Semanario Patriótico de León’, en 1820 y 1821.
Viudo también de su segunda mujer, Pablo Miñón formalizó testamento a finales del año siguiente, el 22 de diciembre de 1836. Dejaba en él como herederos universales a «mis hijos legítimos», Pedro, Juan (residente en Palencia) y Ambrosia (en Gradefes). Falleció un mes más tarde, el 27 de enero de 1837, recién cumplidos los 65 años. Era entonces feligrés de la parroquia de San Salvador de Palat del Rey.
De la imprenta se siguió ocupando su hijo mayor, Pedro Miñón Gutiérrez, hasta noviembre de 1846. Cuando este murió el establecimiento continuó muchos años, hasta 1863, a nombre de su viuda (Vicenta Quijano) e hijos (Francisco, Pablo, Dionisia y Catalina).
Pasó luego a manos de los hermanos Francisco y Pablo Miñón, y tras ellos a su cuñado, el marido de Catalina, Máximo Alonso de Prado. Siguieron unos años bajo el impersonal pie de imprenta ‘Herederos de Miñón’, a los que finalmente, en 1896, sucedió Maximino Alonso Miñón, alcalde que fue de León y último impresor con la firma familiar, que con él perduró activa hasta los primeros años 30 del siglo XX.