EL FINAL DE UN IMPERIO
El caballo de Troya que arruinó Elosúa
Han pasado treinta años, pero el nombre de Elosúa sigue indefectiblemente unido al de León. Incluso los más jóvenes conocen el holding empresarial que convirtió la provincia en una de las capitales de la agroalimentación de Europa. Ahora, su último presidente desvela la traición que despedazó la hazaña del patriarca del clan
Hoy, Marce Luis Elosúa de Juan, estás de enhorabuena. Al fin has conseguido lo que querías, aquello por lo que tanto has luchado: el poder, la ambición, el ser más que nadie»... Era el principio de una carta al director de DIARIO DE LEÓN firmada por María Rosa Elosúa Rojo, hija de Marcelino Elosúa y tía de Marcelino Luis Elosúa de Juan, protagonista del libro que su tío, Andrés Elosúa Rojo, acaba de presentar y en el que explica cómo se fraguó la traición —según él mismo explica— por la que León perdería una de las empresas más importantes que ha tenido España. De hecho, el holding, que llegó a aglutinar 26 industrias, y se situó en lo más alto con la compra de Carbonell, se convirtió en uno de los mayores grupos de alimentación europeos. El principio de su desaparición tuvo lugar el 21 de julio de 1989, pero todo había comenzado varios meses antes, en un proceso por el que de manera soterrada el Estado adquirió a través de Mercasa casi una cuarta parte de los tres millones de acciones de la compañía.
La carta de María Rosa Elosúa Rojo a su sobrino terminaba, en la mejor línea que en los años 80 desarrollaron las series como Dallas o Falcon Crest: «Judas se quedó corto a tu lado. Por un puñado de dinero, por un puñado de poder, has puesto la empresa en manos extrañas y has quitado a tu tío del lugar que sólo a ellos pertenece».
Dos años antes, Mario Conde había puesto al por entonces presidente de la empresa, Andrés Elosúa, sobre una pista que por entonces no se tuvo en cuenta pero que fue la demostración de que la sociedad tenía un caballo de Troya en su interior que acabaría con ella:
«Andrés —le dijo Mario Conde— te quería decir que hace unos días vino a hablar conmigo un inspector de Hacienda que hablaba en nombre de tu sobrino para ofrecer un paquete de acciones de Elosúa S.A. Aprovechó para ponerte a caldo y quería saber si a mí me podría interesar entrar en una operación para participar en la gestión. Yo le dije que no, aunque no le aclaré las razones, ya que no sabía que te conocía».
Unos meses antes, Mario Conde, firmaba la operación empresarial más importante realizada en España hasta el momento con la venta de Antibióticos S.A a la multinacional italiana Montedison por 58.000 millones de pesetas, más de 348 millones de euros. Años después, la aceitera leonesa pasaría a las mismas manos. Un destino común escrito con los renglones torcidos del capitalismo...
—Por qué ahora, Andrés? ¿Por qué después de tantos años?
—Te voy a contestar haciendo uso de un refrán que conocerás, el de que agua pasada no mueve molino. Han pasado 33 años y ya no tiene vuelta atrás todo lo sucedido, pero ese refrán tiene una segunda parte: Ayuda a saciar la sed del peregrino. No se puede dejar que ese agua se vaya al océano sin haber saciado la sed de muchas personas, empezando por la familia que sabe lo que pasó pero no cómo. Lo mismo ocurre con antiguos empleados de la empresa y muchos ciudadanos de León, de Córdoba y de tantas ciudades y pueblos de España donde Elosúa tenía factorías o sucursales. Todos ellos necesitan saciar la sed de saber lo que en Elosúa ocurrió y quiénes fueron los responsables. La gravedad de lo sucedido lo justifica. Por eso lo publico ahora.
Andrés Elosúa Rojo acaba de poner negro sobre blanco la intrahistoria de la operación que le desalojó a él y a su familia de la empresa creada por su padre. Lo ha hecho en el libro Conspiración contra Elosúa, presentado esta misma semana en la Casa de León en Madrid en un acto en el que estuvo acompañado del que fuera comisionado del Gobierno para la marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, el catedrático Ángel José Rojo y la presidenta de la institución, Belén Molleda.
En él cuenta todo lo que pasó antes de que Elosúa se vendiera a la multinacional francoitaliana Ferruzzi, que la fusionó con su filial en España, el grupo Koipe, para controlar una tercera parte del mercado de aceite de oliva español.
Explica que el Ministerio de Agricultura de entonces con su ministro Carlos Romero al frente enarbolaron la bandera de la españolidad del aceite de oliva y sus empresas, considerándolas patrimonio nacional, por lo que no era admisible que cayera en manos extranjeras «y menos italianas».
«Alguien le calienta la cabeza de que Elosúa y Carbonell van a caer en manos italianas y deciden entrar en el capital de Elosúa utilizando los más escandalosos medios de los tiburones financieros de Wall Street. Esto ocurre en 1989. En 1991, dos años después, el Gobierno da un giro de 180 grados en su discurso y piensa que la empresa Ferruzzi aporta muchas sinergias positivas y que hay que darle entrada en el consejo», explica. Es entonces cuando, dos años después, el último miembro de la familia en la empresa, Luis Marcelino Elosúa de Juan, que previamente habría ejecutado la partida para quedarse como consejero delegado, es destituido. Fue el 14 de noviembre de 1991. Pedro Solbes, ministro de Economía, dijo días después en la Comisión de Economía del Congreso, que el cese se producía «por la clara falta de entendimiento entre el accionista público y él».
—¿Cómo se sintieron en la familia cuando su sobrino les traicionó?
—A mí en particular me afectó especialmente. La relación que con mi hermano Marcelino siempre había tenido... era como si fuese mi padre, y para mí, sus hijos eran como hermanos. De verdad que no podía creer que su hijo, al que yo había propuesto a mi hermano para incorporarse a la empresa, pudiese maquinar una operación de tal calibre, simplemente por una codicia de poder. En el resto de la familia mi sobrino ha quedado estigmatizado para siempre.
Andrés Elosúa defiende que la venta de la industria a Mercasa —la empresa estatal de Mercados— partió de su sobrino desde el principio y lo atribuye al «resentimiento» que tenía contra él y el resto de los miembros de la Comisión Delegada debido a su destitución como consejero delegado en 1987. Según este dato, Marcelino Luis Elosúa pasaría los siguientes dos años tramando la estrategia para hacerse con el poder. «Fue destituido por el clamor de la mayoría de directores de Elosúa en contra de sus métodos dictatoriales de gestión y su engolamiento y soberbia permanente», precisa Andrés Elosúa. Uno de los motivos argüidos por el Gobierno para intervenir la empresa fue la posible intención de la familia por vender sus acciones a una empresa italiana, extremo rechazado por el que fuera último presidente antes de la toma por parte de Mercasa. «Es falso de toda falsedad. El gobierno, a través de Mercasa, y ésta a través de ocho empresas pantalla o testaferros, para no dar la cara, comenzó a comprar acciones de Elosúa en Bolsa en los primeros días de 1989. Nadie de mi familia vendió ni pensaba vender a ninguna empresa ni italiana ni de ningún tipo. Estoy convencido de que fue mi sobrino el que vendió al Gobierno la falacia de que estábamos con esa idea, y el gobierno sin verificar la verdad de tal insinuación tomo la decisión de unirse a él». Añade, además, que la única razón de toda la operación fue desplazar al equipo gestor de Elosúa, integrado por él mismo, su hermano Jose Manuel y el secretario general, Juventino Pertejo.
El resultado fue un fiasco. Hasta el punto de que el grupo de empresas Elosúa, que siempre había ganado dinero y que en 1988 tuvo un resultado positivo de 1.700 millones de pesetas, perdió 1.500 millones en 1991. Asimismo, y según explica el autor del libro, «el cambio se produjo gracias al pago de voluntades con dinero negro». Revela además que fue el propio Berlini, administrador general de Ferruzzi, quien así lo atestiguó en sede judicial, en Italia. «Sin embargo, el Gobierno de Felipe González no le denunció por estas manifestaciones. ¿Por qué?», se pregunta. Defiende asimismo que la razón no es otra que la intención del Gobierno español de desprenderse de su participación en Elosúa y recuerda que en 1994 vendió por 11.000 pesetas la acción lo que había adquirido a 650. «Bonito negocio para el gobierno, bonito desastre para la empresa Elosúa y todos sus centros de trabajo y empleados», se lamenta.
—En el libro habla, un poco a la manera de ‘La Hoguera de las Vanidades’ de lo que ocurrió la noche en la que acudía a ver a Pavarotti en Barcelona y cómo fue allí donde comenzó a darse cuenta de lo que pasaba.
—Cuando acudí al Liceo de Barcelona al concierto de Pavarotti ya tenía la evidencia de que mi sobrino estaba en la operación de acoso y derribo. Había sido dos o tres días antes cuando un accionista importante me quitó la venda de los ojos. Me había llamado a mí para darme la representación para la próxima junta. Al no estar, le pasaron con mi sobrino, y este le dijo que le mandase a él la representación. Pero le dijo más: que estaba pensando en vender sus acciones y las de su familia, y que si él quería venderlas, le podía indicar quién se las podía comprar. Cuando este accionista me reveló la conversación comprendí claramente que estaba mintiendo descaradamente a los accionistas para animarles a vender sus acciones al tiburón que todavía en ese momento no había dado la cara. Comprenderás que por mucho Pavarotti que estuviera escuchando mi cabeza no estaba para eso, mi cabeza estaba a punto de reventar.
—¿Qué papel jugó el Banco del Pastor?
—El Banco para mí fue una mera comparsa de la operación a la sombra del poder, a pesar de que su director general, Vicente Arias, presumía de haber sido él el cerebro de la operación. No me lo he creído nunca.
Andrés Elosúa describe el minuto a minuto de la operación que hizo que León perdiera la que fue la primera empresa de alimentación de España, un emporio con el que la realidad económica de la provincia —gracias a la logística y la agroalimentación— sería hoy muy diferente.
Andrés Elosúa subraya que a raíz de la destitución de su sobrino en 1987 como consejero delegado y una vez que la empresa comenzó a cotizar en Bolsa el 28 de diciembre, Luis Marcelino Elosúa de Juan empezó a buscar alianzas con distintas empresas para montar una operación, como la que puso en marcha con el gobierno a finales de 1988. «Cuando Mercasa dio la cara, pocos días antes de la junta ya habían conseguido la mayoría accionarial y ya no había posibilidad de hacer nada», lamenta al tiempo que asegura que las organizaciones empresariales, en especial la Ceoe con su presidente, José María Cuevas, al frente pusieron el grito en el cielo por lo que acababa de hacer el Gobierno entrando en una empresa privada «para poner y quitar rey».
De hecho, enfatiza que la operación fue dictaminada como ilegal por el Tribunal de Cuentas en su informe de 1989, por lo que la lógica legal haría pensar que obtener una sentencia favorable para ellos estaba dentro de la más pura lógica legal. Pero ¿Era practico iniciar un proceso judicial que podría durar años, y además en contra del Gobierno? inquiere para responder con que ya se había producido un proceso de cambios accionariales imposible de retrotraer a los meses anteriores. «Optamos por vender nuestras acciones, y al no comprárnoslas el Gobierno tuvimos que buscar comprador. Afortunadamente lo encontramos», dice.