La primera vez que León se tomó la temperatura
¿Dónde se instaló la primera estación meteorológica de León? La pista la dan unas coordenadas: 1º 51’45’’ O de longitud, 42º 36’ N de latitud y 833 m. de altitud. En una torreta del vetusto edificio escolar en el desamortizado convento de Escolapios, cerca de la Iglesia de Santa Marina. Era 1888
El Instituto de Segunda Enseñanza de León estuvo instalado —a falta de un edificio propio— en el convento de San Marcos, entre 1848 y 1855. Detrás de la inigualable fachada plateresca se escondían serios inconvenientes: la distancia a la ciudad amurallada, el pésimo estado del pavimento de Renueva y la proximidad al cauce del Bernesga. Una carretera llena de baches y lodazales y unos muros conventuales que no resistían las continuas inundaciones de invierno.
Padres, alumnos y autoridades insistieron entonces en un traslado al corazón de la ciudad, adquiriendo el desamortizado convento de Escolapios, cerca de la Iglesia de Santa Marina, por entonces en manos del ayuntamiento.
El inmueble era un horror: «Edificio ya viejo, incómodo, falto de luz, de aire, de ventilación, sin condiciones higiénicas, ni siquiera de habitabilidad decorosa, sin espacio suficiente, en una calle estrecha y fría, un barrio descuidado… lo peor que se pudo encontrar». Por caprichos del destino —y de las autoridades— allí se instaló el primer observatorio meteorológico de León. Ocurrió en el curso 1861-62 y su coste dejó en los huesos el ejercicio económico anual. El instituto, no obstante, se sentía muy orgulloso de ser pionero de aquella modernidad: «Sólo importa tener en cuenta las noticias que del establecimiento del observatorio se dan, para anotarlas en la sección de sus gabinetes y dependencias»».
El Estado liberal se fue dotando de servicios e instituciones que con anterioridad apenas habían sido experimentados por los ilustrados del s. XVIIII. Una Real Orden de 1850 establecía la creación de los observatorios meteorológicos en todas las provincias. La mayoría se ubicó en los institutos de segunda enseñanza y se encargó su custodia y vigilancia a los profesores de Física. Así fue cómo llegó a León aquel adelanto técnico, capaz de medir el tiempo atmosférico.
Las primeras observaciones de las que tenemos constancia escrita datan de 1888, cuyas coordinadas resaltaban la exactitud geográfica: 1º 5’ 45’’ O de longitud, 42º 36’ N de latitud y 833 m. de altitud. ¿Dónde se instaló esa estación? En una torreta del vetusto edificio escolar, que ofrecía muy poca seguridad por su ««especial construcción»», además del peso enorme de la techumbre que la cubría.
Para 1890, los datos eran ya muy exactos. El 6 de agosto fue el día de más calor. Los leoneses soportaron 33,7 ºC. El 28 de noviembre de ese año hizo tanto frío que el termómetro marcó -3,2ºC bajo cero. El 7 de mayo fue el día que más llovió. Hizo sol 129 días, 37 con niebla, 4 con rocío, 75 con escarcha, 28 con nieve, 7 con granizo y 10 tempestuosos. Esta es la historia de la afición leonesa por la meteorología
Era una ubicación colindante con la torre de campanas de la Iglesia de Santa Marina. Las quejas por aquellas instalaciones fueron constantes, por lo que, en 1898, el arquitecto de la Diputación tuvo que intervenir ante el peligro de derrumbe, teniendo que desmantelar el tejadillo y parte de la torre, y sustituirla por una cubierta nueva sobre cuya base descansaban sus balconcillos.No se nos ofrecen más datos de la reforma, pero podemos imaginarnos el exiguo decoro de aquellas instalaciones, por encima del tejado del edificio conventual, en una de sus esquinas traseras.
La dotación de instrumentos corría a cargo de la Comisión Central de Estadística y, por lo general, se hacían dos registros diarios, a las 9 de la mañana y a las 15.00 horas. El encargado de la estación leonesa fue el catedrático de Física y Química, Valentín Acevedo Calleja, ayudado por un auxiliar y el propio conserje. El servicio contaba con aparatos de medida muy precisos:
—Un barómetro, que recogía medidas, máximas, mínimas y oscilaciones diarias. Se trataba de un aparato de cubeta fija y escala métrico-decimal movible, del constructor Winkelmann. Los primeros registros que han llegado hasta nosotros, de 1888, obtuvieron una subida del mercurio de 689,79 mm. de media anual.
—Dos termómetros con escala centígrada, modelo Fastré, de mercurio y vidrio, que se combinaban en forma de psicómetro para determinar la temperatura y el estado higrométrico del aire. Recogían así la humedad relativa. En las anotaciones se combinaba la lectura de los dos termómetros, uno expuesto a la temperatura ambiente y otro permanentemente húmedo.
— Dos termómetros, modelo Inglés Casilla, uno de máximas temperaturas (sistema del Dr. Phillips) y otro de mínimas, de alcohol, ambos a la sombra y consagrados a determinar la temperatura externa.
— Un anemómetro o veleta, que registraba dirección y velocidad del viento, los días de calma, de brisa, de viento, de vendaval, etc.
— Un pluviómetro que recogía las precipitaciones. El modelo era de vaso evaporatorio. El año 1888 debió ser especialmente húmedo, pues precipitaron 380,9 mm. a lo largo de 172 días. El día más lluvioso fue el 1 de octubre, con 27,4 mm.
— Un atmómetro provisto de probetas que registraba medias, máximas y mínimas de evaporación ambiental (en mm.)
Eso no fue todo. También se hacían registros del estado general de la atmósfera y se calificaba el día de despejado, cubierto, lluvioso, ventoso, con niebla, etc. El Instituto Central de Meteorología se había creado en 1887 y formaba parte de las iniciativas gubernamentales para organizar la observación atmosférica, todas ellas incipientes y descoordinadas, de hecho el Instituto de León siguió con su cometido pese a los cambios oficiales. Los colaboradores y la red se fueron expandiendo a lo largo del siglo XX, llegando a tener en los años setenta 5.500 estaciones diseminadas por el territorio nacional. Todos colaboraban transmitiendo sus datos de observatorio.
DUrante la Guerra Civil se extinguió en dos partes, uno por cada bando en conflicto. Durante los 38 años siguientes, el servicio formó parte del Ministerio del Aire, del que también dependía la aviación civil y se instaló en la Base aérea
En 1921, el antecedente de la actual Aemet se denominaba Servicio Meteorológico Español, haciéndose cargo de observatorios ya existentes e instalando otros propios. Su desarrollo experimentó una trayectoria ascendente hasta la Guerra Civil, momento en que se extinguió en dos partes (uno por cada bando en conflicto). Durante los 38 años siguientes, el servicio formó parte del Ministerio del Aire, del que también dependía, por ejemplo, la aviación civil. Eso explica que el 11 de octubre de 1937 se instalara una estación en el Edificio de Transmisiones del aeródromo de la Virgen del Camino, que ha funcionado de manera ininterrumpida hasta hoy.
En la Revista Anales del Instituto de León se recogen datos de 1919 y 1920. Aquellos años fueron los de mejor dotación y dependencias nuevas, formando parte de un edificio que se estrenó en 1917 —tercera sede del Instituto— situada en la calle Ramón y Cajal, cuya fachada, hoy desaparecida, es muy recordada en León por su vistosidad: abierta a la plaza de Santo Domingo y dotada de un imponente eclecticismo historicista.
La estación meteorológica del nuevo edificio resultaba espectacular, un tótem vertical irguiéndose hacia el cielo de la ciudad. Su construcción estuvo asentada sobre un prisma regular levantado junto al muro exterior del patio, a base de sillares rectangulares, con una altura de varios metros por encima del tejado del edificio. Apoyado sobre ménsulas, se abrían varios vanos con balconcillos, a dos alturas y provistos de balaustres. Adosado al mismo, ascendía una torre circular con una escalera interior en forma de caracol, dando acceso a vanos exteriores. En la azotea del prisma se levantó un pequeño templete circular rematado en cúpula con un tambor de molduras decorativas y sostenido por columnas de sabor clásico. En ese espacio, manteniendo las mejores condiciones ambientales, se cobijaban los instrumentos de medición.
En León nunca se extinguió la tradición y el gusto por estudiar la atmósfera y el firmamento. en 1968 se levantó un observatorio astronómico en el centro del gran patio del Padre Isla, en la avenida de la Facultad, convirtiéndose en todo un icono
Los registros no nos han llegado en serie, pero eso no impide concluir que aquellos fueron tiempos climáticos más fríos y lluviosos. Un ejemplo del conjunto de datos registrado es el año 1890: temperatura máxima, 33,7 ºC (6 de agosto), temperatura mínima -13,2ºC (28 de noviembre), total de precipitaciones 228,9 mm, día más lluvioso 22,2 mm. (7 de mayo). Otros datos: 129 días despejados, 157 nubosos y 79 cubiertos. En detalle: 84 lluviosos, 37 con niebla, 4 con rocío, 75 con escarcha, 28 con nieve, 7 con granizo y 10 calificados de tempestuosos.
¿Cuándo desaparece la estación meteorológica del Instituto leonés? La aberración urbanística de demoler aquel flamante edificio en 1966 —por quedarse pequeño frente a una matrícula desorbitada— fue la sentencia de muerte del observatorio. Es probable que tras la Guerra Civil cayera en desuso, pues no constan registros de esa etapa y ya funcionaba el de la Virgen del Camino.
Lo más llamativo y trascendente fue que no se rompió la tradición y el gusto por estudiar la atmósfera y el firmamento en aquel centro educativo. El último cambio de sede del ahora denominado Instituto Padre Isla, un edificio de estilo racionalista y funcional, se produce en 1966 y dos años más tarde se levantó un observatorio astronómico en el centro de su gran patio, en la avenida de la Facultad, convirtiéndose en todo un icono. El alma y motor del templete circular, con cúpula semiesférica giratoria y telescopio reflector, fue el catedrático de Matemáticas José Mª. Pérez Gómez de Tejada, amante de la Astronomía. Muchos leoneses —había visitas libres— avistaron el firmamento desde su mirador, convirtiéndose en el observatorio de la ciudad.
Algunos instrumentos de la vieja estación meteorológica lucen hoy en las vitrinas del Padre Isla.
A nivel académico, la materia de Astronomía se impartió en dicho centro, primero en BUP y luego en ESO, hasta los primeros años del siglo XXI, cuando una nueva ley educativa prohibió este tipo de materias optativas. Parece esta una buena ocasión para despreciar ciertas decisiones alicortas del Ministerio de Educación cuando hoy los jóvenes astronautas Sara García y Pablo Álvarez, ambos leoneses, tienen fe ciega en que el espacio dé soluciones al cáncer o a la escasez de recursos. Los males de un planeta sobreexplotado pueden tener respuestas en el universo.