LA CIUDAD A LA QUE NO LE FALTABA DE NADA
León: retrato de una ciudad bien abastecida
Qué se comía en León durante el siglo XVI, cómo se vestía, cómo se hablaba, cómo eran los mesones y posadas, qué se pescaba en el Bernesga... todo está en unas ordenanzas que el Ayuntamiento encargó al editor Valdivieso. A la ciudad no le faltaba de nada
A comienzos de 1668 el impresor vallisoletano Agustín Ruiz de Valdivielso abrió nueva imprenta en León, que carecía de ella desde hacía noventa años. El Ayuntamiento le concedió «dos mil reales de ayuda de costa para traer su casa y moldes a esta ciudad», porque quería que León contara con «un ympresor de el qual se necesitaba para muchos negocios que se ofrecen» (que tampoco podían ser muchos, porque por aquellas fechas contaba la ciudad con poco más de 6.000 habitantes).
Establecido ya en León, el primer encargo que el Ayuntamiento hizo a Valdivielso fue el de una edición de las Ordenanzas por las que se regía la ciudad, y ello porque «no ay más de un libro de ellas el qual ordinaria mente está en el archivo y no se tiene de ellas las noticias que combiene».
Así que se acordó que «se ympriman para que a cada cauallero regidor se le dé un cuerpo [ejemplar] y las tenga en su poder».
La edición estaba ya adelantada en septiembre y octubre de 1668, cuando el Ayuntamiento libró a Valdivielso primero 500 reales, luego otros 1.000, «para yr pagando Oficiales por estar ya muy adelante». Quedó terminada a comienzos de 1669 y salió de imprenta con el título de ‘Ordenanzas para el gobierno desta muy noble y muy mas leal ciudad de León, su tierra y jurisdicció. Y con un pie de imprenta nada frecuente, por lo que puntualizaba: «Impresso en Leon de España» (frente a las ediciones de Lyon, entonces tan frecuentes con el pie «en León [de Francia]»).
Costó a las arcas públicas 4.417 reales y contiene una recopilación de ordenanzas de la ciudad de León de muy distintos años: 1 del siglo XIV, 2 del siglo XV y 22 del siglo XVI, por lo que es de este último siglo del que mayoritariamente trata el volumen.
Salmón, congrio, lamprea, truchas, bacalao, anguilas y sardinas frescas eran de consumo diario
Formalmente fue una buena edición para la época: un tomo de 217 hojas en tamaño folio, más otras 25 hojas de índices, hermosas letras capitales con motivos vegetales, márgenes generosos, varios escudos y adornos xilografiados, etc.
Esa fue la cara, porque el libro tenía también su cruz: Valdivielso contó al menos con dos oficiales para la composición del libro, pero no parece que contara con un corrector, porque en el texto abundan en exceso las erratas: pdna (pena), leñores (señores), pagnen (paguen), estoya (estopa), ciudrd (ciudad), gurden (guarden), visiete (visite), mandaron que de aqui ade aqui adelante, etc.
No hay literatura en este libro, solo vida a pie de calle, y en el lenguaje de la época: quien quiera conocer qué se comía en León durante el siglo XVI, cómo se vestía, cómo se hablaba, cómo eran los mesones y posadas, qué se pescaba en el Bernesga… no acuda a las páginas de una historia local: lea estas Ordenanzas. Resultan más interesantes e instructivas, y dibujan un retrato de la ciudad de León bastante más fiel, directo y realista de lo que pudiera hacer un historiador.
Un retrato con continuos detalles que no dejan de sorprender, como cuando una ordenanza manda «que ninguna persona sea osada de echar agua limpia por las ventanas sin decir primero tres vezes agua va» (eso el agua limpia: la sucia no se menciona…, pero ¿por qué tirar el agua limpia por la ventana?); o cuando otra ordenanza dispone, con amable eufemismo, que los mesoneros «no acojan en su casa, ni den possada à mujeres de seguida, que por otro nombre se llaman enamoradas…»
Hoy no entenderíamos muchas de las palabras usadas a diario por los vecinos de aquel León, palabras de las que ni siquiera, en muchos casos, tiene constancia la Academia. Me gustaría saber cuántos lectores de hoy conocen el significado, por ejemplo, de cuatro palabras leonesas de entonces que sí están en el diccionario (lancurdia, rátigo, forzal y añafil) y de otras cuatro que no lo están (relde, bedul, avanco y berriendo).
No había escasez, todo lo contrario, de huevos, leche, queso, manteca y mantequilla porque así se hace constar, «en esta ciudad se gasta más, por haber más abundancia de ello que en otras partes, pues aquí concurren de todas las montañas, donde hace gran copia de queso y manteca»
Todo parece indicar, si al texto nos atenemos, que aquel León era una ciudad bien abastecida. Los pescados que se citan como de consumo diario son el salmón, el congrio, la lamprea, truchas, bacalao, anguilas y sardinas frescas. Y en cuanto a carnes, la sola relación nada tiene que envidiar a la que hoy puede hacerse, porque el mercado local ofrecía perdices y codornices, palomas, gallinas y patos, liebres y conejos, gansos, cercetas, ansarones, cerdos, cabritos, corderos, casquería de vaca y carnero, etc.
No había escasez, todo lo contrario, de huevos, leche, queso, manteca y mantequilla, porque (así se hace constar) «en esta ciudad se gasta más, por haber más abundancia de ello que en otras partes, pues aquí concurren de todas las montañas, donde hace gran copia de queso, y manteca».
A pesar de la importancia de esta edición de 1669, a finales del siglo XIX y principios del XX quedaban de ella muy pocos ejemplares, algunos ya en malas condiciones. En 1902 Clemente Bravo anotaba: «El ejemplar que hemos visto, que existe en nuestra Biblioteca provincial, está muy incompleto…» Así las cosas, en 1996 la Universidad de León y la Cátedra San Isidoro, de la Real Colegiata de León, hicieron de esta obra una edición facsímil con presentación de Antonio Viñayo y amplia introducción del catedrático Laureano M. Rubio.
Quien tenga ocasión repase despacio sus páginas y verá desfilar ante sí toda una retrospectiva, increíblemente fiel, de la vida en nuestra ciudad hace ya cinco siglos. Bien merece la pena.