La piedra que fundó Babia
Una cuarcita de 490 millones de años cuenta el nacimiento de Babia y la historia de la formación de la Tierra. Está a simple vista, al pie de un camino que transitan ganado y hombres. Es parte del inmenso patrimonio geológico de la provincia, una joya sin valorar
Antes de que los reyes leoneses decidieran ir allí para estar en Babia, en busca de un remanso de paz, este territorio de agua dulce y verdes praderas, de picos de nieve a 2.000 metros y valles cerrados por una cordillera era una cuenca marina de aguas cálidas, remansadas y poco profundas. Antes de estar aquí, este territorio estaba en el extremo austral de la Tierra, cuando un único continente, Pangea, dominaba el planeta. Antes de que los hispano-bretones, los sucesores de Babieca, el caballo del Cid Campeador, cabalgaran por sus llanuras, otro cabalgamiento decidió la orografía de este lugar. Fue el gran choque entre continentes, una gran y lenta colisión que plegó y rompió la tierra, la comprimió y deformó. En el medio de esa zona de impacto entre Gondwana y Laurasia estaba esta porción de territorio que los mapas colocan ahora en León. Ocurrió hace millones de años.
Fue el nacimiento de Babia. De aquella Cordillera Cantábrica primigenia hablan las piedras a un paso del pueblo de La Riera. Sobre la más antigua de ellas se sube Rodrigo Castaño. Una arenisca de cuarzo, una cuarcita que cuenta la historia de otros tiempos, de cuando todo estaba empezando. Tiene 490 millones de años y está a la orilla de un camino que transitan ganado, hombres y mujeres, visitantes y lugareños, quizá sin sospechar que en su ruta hacia el Prado Chano desde La Riera se recorren, en apenas cuatro kilómetros, varias edades geológicas.
Sobre la roca más antigua de Babia, la ‘piedra fundacional’, Rodrigo Castaño echa un vistazo al entorno y desentraña lo que las piedras pueden contar, relatos de otras eras, cuando estos praderíos de alta montaña y los picos que los envuelven, nevados hasta casi primavera, eran en realidad una cuenca marina de una zona templada y poco profunda poblada por animales invertebrados que flotaban en ese mar tranquilo. Castaño, biólogo, estudioso y divulgador de los tesoros geológicos de la provincia, ahora desde el Igme, el Instituto Geológico y Minero de España, dependiente del Csic, encaja un puzzle con lo que le dicen las rocas. A él y a sus compañeros de investigación en el Valle de Fonfría, los geólogos Ángela Suárez, Augusto Rodríguez, Manuel de Paz, Alba Lozano Letellier y Luis González.
La cuarcita vestigio del Ordovícico ha llegado hasta el borde del camino rodando desde una cresta, azotada por la erosión, desgastada por el paso del tiempo. Una roca antigua en un relieve moderno porque, en otros tiempos, esa cordillera llegó a tener tanta extensión y altura que el Everest quedaría ensombrecido y la cordillera del Himalaya, empequeñecida.
Las piedras y los fósiles hablan el idioma primitivo de la tierra. Esa senda que es ahora un valle fluvial estuvo alguna vez en una cuenca marina. Mar y río en el mismo lugar separados por una inmensidad de años. De mucho antes de que aparecieran sobre la tierra los primeros animales vertebrados, peces cartilaginosos, anfibios y reptiles. Un mundo de algas, esponjas, corales, moluscos bivalvos y artrópodos que se dejaban arrastrar por un suave oleaje. La historia de cuando la vida flotaba en el agua y los trilobites eran los reyes de la antigua era Primaria.
El rastro que dejaron sobre la arena de aquella playa esos seres vive aún en Babia. Y sus huellas, a veces sólo un surco, una señal, una traza, permiten datar la antigüedad de este lugar, este pedazo de tierra desgajado del Pangea, el supercontinente que agrupaba la mayor parte de las tierras emergidas del planeta, que se formó y rompió por la acción del movimiento de las placas tectónicas, el origen de los actuales continentes, un proceso que está activo, vivimos sobre él.
Un pedazo de esa tierra navegó a la deriva hasta llegar a Babia. La playa del Paleozoico se erosionó, comprimió, fracturó, elevó y se colocó en vertical. El litoral marino de hace más de cuatrocientos millones de años son ahora las imponentes cumbres de El Picón, La Crespa, Peña Redonda, el Pico Montihuero, Las Coloradas, La Malvosa, la Peña Valgueira o los Picos Albos. Y las espectaculares praderas de Fonfría y su majada, lo que queda de un circo de un glaciar que cubrió de hielo hasta hace 16.000 años el valle, poblado por aquel entonces por osos de caverna y quizá algún mamut, animales de climas extremadamente fríos y áridos y vegetación esteparia. No hay, que se sepa, rastro de humanos.
Hace frío en la majada de Fonfría pese al sol de primavera y sopla un suave viento del norte, tal vez para que no se olvide que bajo la pradera está ‘enterrado’ un glaciar, yace un helero de la última gran glaciación.
Camina la pista de tierra siguiendo un valle fluvial que estuvo en un mar del Paleozoico, entre una muralla de montes que antes estaban tumbados en una playa, que se alzan dos mil metros buscando un cielo que surcan ahora Chovas piquirrojas, aves que antes fueron dinosaurios, en un territorio en el que hubo volcanes marinos y vida desaparecida. Un camino mágico de cuatro kilómetros.
Babia, el territorio que es también un estado de ánimo, es la patria actual de piedras y rocas que se han dado un paseo geológico. Un viaje en el tiempo. De millones de años.