Diario de León

León se embarca rumbo a Egipto

El Nilo es la autopista fluvial que conduce a las joyas de Egipto en los modernos circuitos turísticos a los que León se asoma con intensidad este otoño a través de los viajes del Club de los 60 y los dos vuelos que se han fletado este verano desde el aeropuerto de La Virgen. Los operadores abren  paso a esta cuna de la civilización con nuevos servicios.

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Una bandera de León se pasea por el templo de Karnak. Es el símbolo que una guía de turismo usa para aglutinar al grupo que ha llegado en el primer vuelo de León a Egipto de la historia. El grupo leonés se cruza, a 45ºC de temperatura en el mes de junio, con la comitiva capitaneada por la comitiva de la Asociación de Periodistas Latinoamericanos de Turismo, Visión, en una de las joyas del Nilo.

Luxor es uno de los destinos de los vuelos charter que se fletan desde Madrid, Brasil y León (Club de los 60 a partir de septiembre) con un programa turístico que arranca en la antigua Tebas y discurre por las joyas del Nilo hasta Asuán para desembocar en Abu Simbel por tierra y saltar, de nuevo en avión, a El Cairo desde el aeropuerto de Asuán. Según el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto, se espera un crecimiento aproximado de un 30% de turistas durante el año 2023. La agencia Dunas Travel, que ha abierto sede en Alicante, es una de las artífices de la expansión turística que vive Egipto con la vista puesta en España y Latioamérica.

Los carneros eran una figura protectora en el antiguo Egipto. Algunos se hacían con cuerpo de león

El agua de Jamaica —infusión de hibisco que se sirve fría— es la carta de presentación a la llegada nocturna a uno de los cruceros que parten de Luxor rumbo a Asuán. La explosión de colores, sabores y olores de la comida oriental son el primer contacto con una cultura que está en la raíz de la que bebe el Mediterráneo a través de Roma y Egipto.

El Nilo es el vestigio del Sáhara verde y la cuna de una de las civilizaciones más poderosas y misteriosas. Los científicos creen que hace unos 11.000 años esta zona del norte oriental de África se transformó debido a un radical cambio climático que provocó una migración sin precedentes.

El desierto empezó a avanzar y solo quedó la franja al que es el segundo río más largo del mundo. En su cauce confluyen historias bíblicas y de faraones, obras de magnitudes colosales de piedra y agua y palpita la vida de un país en el que la brecha de la desigualdad se palpa en la  capital de manera descarnada.

El primer amanecer en Egipto, en Luxor, en el gran moisés del crucero,  regala el reflejo sobre el gran espejo del Nilo. Solo los pájaros, las lanchas y las voces de los hombres que han madrugado para cazar a los primeros turistas con su oferta de pañuelos, manteles y otras fruslerías.  Es parte del descenso a miles de años de historia que se cruza con la necesidad de la población en el presente. 

No hay tiempo que perder. Para llegar a las primeras joyas que verán de Egipto hay que alejarse poco a poco del Nilo, con sus palmeras y cultivos ordenados con acequias, y sumergirse en el desierto del no tan lejano Valle de los Reyes y las Reinas. Las tumbas son una explosión de belleza jeroglífica indescifrable.

Los faraones comparten sus claustros inexpugnables con la mirada embelesada de miles de turistas que más tarde se pasearán entre centenares de esfinges con cabeza de carnero y cuerpo de León en el templo de Karnak, dedicado a Amon, el dios del sol. Esta ruta arqueológica, conocida como el Camino de los Corderos y con casi tres kilómetros de longitud, se reabrió en 2020. La forman 1.059 esculturas, la primera de las cuales fue descubierta en 1949. 

En el Antiguo Egipto se construían estas representaciones de carneros frente a los templos para protegerlos de los espíritus malignos. Las había de dos formas: una de un carnero completo y otra con  la cabeza de ese animal y el cuerpo de un león. El culto al león en el Antiguo Egipto es casi una novedad. Aunque los griegos bautizaron como Leontópolis a una ciudad del Bajo Egipto, el estudio del esqueleto de un león hallado en el valle de Saqqara, en la tumba de la nodriza de Tutankamon, descubre que eran momificados antes de su inhumación como se conoce de sobra que se hacía con los cocodrilos del Nilo. 

El río se ha convertido en el siglo XXI en la autopista fluvial por la que discurre el turismo. En una semana es posible sumergirse en los miles de años de historia y acercarse a un patrimonio magnífico con los paquetes que, con máximas garantías de seguridad, organizan los operadores turísticos. Apenas ocho días para tocar las fibras de un país habitado por 125 millones de habitantes, de los cuales el 90% residen en la estrecha franja verde del Nilo y más de 25 millones en El Cairo. 

Aguas abajo de Luxor está la ciudad de Edfu, cuyo templo es el segundo más grande después de Karkak. Guarecido por una muralla de adobes, estuvo enterrado hasta 12 metros de profundidad bajo las aguas del Nilo y sus sedimentos. Un ejemplo de lo que las crecidas de este río majestuosos pero fiero ocasionaban a los egipcios. Para saber cuándo se produciría la gran avenida idearon los nilómetros, como el que se encuentra en el templo de Kom Ombo. Un gran pozo en el que el nivel del agua marca inundaciones o sequías como un termómetro las temperaturas.

 Desde el crucero, la vista de Kom Ombo es espectacular. Lo que sorprende es que la fábrica de azúcar que hay situada a poca distancia aguas arriba se hizo con piedras de este conjunto ubicado en la orilla oriental del Nilo a tan solo 40 kilómetros de Asuán y 165 de Luxor. El templo de Kom Ombo está dedicado a Horus y Sobek, el dios de las aguas y creador del río Nilo según la mitología. Además del nilómetro,  muestra los avances de la medicina egipcia con la representación de material quirúrgico. 

El nombre del faraón Ramsés II es uno de los que más se escuchará y más familiar para el público español. El tercer faraón de la dinastía XIX (reinó de 1.279 a 1.213 a C.)  fue un personaje tan popular en los años 60 que hasta una famosa discoteca de La Bañeza, la capital carnavalera de León, tomó su nombre. 

Las grandes obras faraónicas como el complejo de Keops, Kefrén y Mikerinos, en el Alto Egipto, o Saqqara se hacían en las épocas en que el Nilo devoraba las tierras de cultivo. Medio año para construir las casas eternas de los faraones (para ellos no tenían el sentido de tumba, sino de casa en la que despertarían a la vida y por eso se rodeaban de riquezas y símbolos como la llave Anj) y otro medio para cultivar y cosechar los frutos. 

La idea de domesticar las aguas de este gran río llegó con la primera presa de Asuán, a principios del siglo XX. En los años 60, la faraónica obra del Lago Náser privó de las tierras negras, el kemet, a los cultivos. Ahora hay que extraerla periódicamente de su lecho. Al pasó del crucero se contemplan entre las palmeras, campos de girasoles y hay una importante producción azucarera. Las huertas llaman la atención en Menfis. 

Ramsés II  gobernó Egipto durante 66 años y dejó huella de sus triunfos bélicos en numerosos monumentos. Karnak, Tebas, Avidos, Abu Simbel, Menfis, Hermópolis y toda Nubia. Su fama  se prodigó en los tiempos de la guerra fría por una de las gestas memorables de la historia del patrimonio mundial.

Ramsés II, además de rey guerrero, arrastra tras de sí una fama de mujeriego y se le atribuye la paternidad de decenas de hijos e hijas, aunque la favorita fue Nefertari, a quien erigió uno de los templos de Abu Simbel. 

Antes que Ramsés II gobernó Egipto una mujer que se autoproclamó faraón y dio un giro a la política bélica de su padre.  Hatshepsut (1508 - 1458 a. C.), fue la quinta gobernante de la dinastía XVII. Hija de Tumotsis I y reina esposa de Tumotsis II, su hermanastro, gobernó Egipto durante 21 años primero como regente de su hijastro, Tumotsis III, que fue proclamado heredero a la muerte de su esposo, y luego como reina-faraón.

La estatua de la reina faraón Hatshepsut del Museo de Egipto en El Cairo está incompleta pero es evidente que su piel tiene el color tostado que se usaba para los hombres. A las mujeres se las representaba con piel blanca. La esfinge que se conserva en Menfis atribuida a esta reina, que gobernó entre los años 1.513 y 1.490 a. C., tiene rostro humano y cuerpo de león.

La faraona, excluida del trono por ser mujer, se hizo con el mando de la vasta civilización egipcia durante 21 años de reinado, pero su huella quedó prácticamente borrada hasta que en 1903 se descubre su tumba en el templo de Djeser-Djeseru en Deir-El-Bahari (el convento del norte) en la parte occidental del Nilo frente a Luxor (antigua Tebas) y cerca del valle de los Reyes.

Hatshepsut, relegada de la sucesión por ser mujer, se divinizó con la construcción del templo de Djeser-Djeseru en Deir-El-Bahari (el convento del norte) en la parte occidental del Nilo frente a Luxor (antigua Tebas) y cerca del valle de los Reyes. El templo ‘sublime entre los sublimes’, según la traducción textual, está dedicado a Amon-Ra, el dios del sol, del que se proclamó descendiente para legitimarse como faraón. Del reinado de Hatshepsut quedan también dos imponentes obeliscos en Karnak, uno de ellos, el segundo más largo de los 27 que se conocen, no se llegó a erigir.

Estas grandes obras tienen su origen en la política de alianzas comerciales que llevó a cabo con los pueblos del sur y que dieron a Egipto una de las épocas de mayor prosperidad de su historia. Una expedición comercial a la legendaria tierra de Punt, a lo largo de la orilla sur del mar Rojo, donde ningún egipcio había estado durante 500 años, quedó representada en las paredes del templo mortuorio de Hatshepsut. La expedición regresó con las arcas cargadas de oro, marfil, árboles de mirra vivos y una colección de animales exóticos, plumas de avestruz, panteras y jirafas, lo que aumentó su reputación y popularidad.

La reina que se autoproclamó faraón tras ser excluida de la sucesión dio una era de paz y prosperidad a Egipto haciendo gala de una forma de gobernar alejada del belicismo que caracterizó a sus antepasados y que encumbraría a faraones como Ramsés II. Su legado ha permanecido oculto. La figura de Hatshepsut fue literalmente borrada por su hijastro tras su muerte. Los monumentos fueron desfigurados y se borró su nombre de la lista de faraones.  A principios del siglo XVIII se tienen las primeras noticias del yacimiento, a principios del XIX se empiezan a descifrar los jeroglíficos encontrados y es en 1903, hace 120 años, cuando se descubre la tumba de la reina y se empieza a restaurar su legado. 

Desde los años 60, con la colaboración de la Universidad de Varsovia, se intensifica su rehabilitación, pero es muy reciente su apertura al público. Las mujeres son poco visibles en el circuito turístico como profesionales. Se ven algunas guías mayores, alguna policía en los controles y llama la atención que las labores de restauración del templo de Karnak las realizan solo mujeres. En los vuelos hay sobre todo azafatos, pero también se ven mujeres con y sin pañuelo. Egipto es un país árabe con una minoría cristiana ortodoxa y aún viven a orillas del Nilo pueblos nubios que muestran sus casas y comunidades al turismo creciente. Los jóvenes, casi niños, exhiben sus habilidades con el tuk tuk, el vehículo que ha revolucionado la movilidad en este país, para llevar a los turistas a contemplar la mejor vista del Nilo y el desierto en Asuán.

Cuando en 1970 cuatro presidentes apretaron juntos el botón para poner en marcha la presa alta de Asuán, los templos de Abu Simbel y otros veinte más, habrían sucumbido en el fondo del Lago Náser, la masa de agua artificial más grande del mundo. Una mujer, a la que se podría representar como un león, como se hizo esculpir la faraona egipcia Hatchepsut, lo impidió.  

Los templos de Abu Simbel se construyeron en la frontera con el actual Sudán, tierra nubia por excelencia, como símbolo del triunfo de los egipcios sobre su ‘enemigos’ nubios. Ramsés II  se elevó a sí mismo a la categoría de divinidad con esta obra excavada en la piedra (espeos) en el año 1.245 a. C. y regaló otro templo, más pequeño, pero no menos espectacular, a su esposa Nefertari. 

La egiptóloga francesa Christiane Desroches-Noblecourt, fue la artífice de la idea de desmontar estas descomunales esculturas y recomponerlas para evitar su desaparición. La  Unesco, ayudada por cuatro países, entre ellos España, fue la encargada de ejecutarlo en los años 60 del siglo XX. El templo de Debod que se deteriora sin mucho interés de las autoridades españolas en el parque del Oeste de Madrid fue el regalo que Egipto hizo a España por esta contribución. También fue rescatado de las aguas del Nilo expandido artificialmente sobre el desierto del Sáhara.

Las joyas de Abu Simbel se mantienen a flote y como uno de los reclamos turísticos más valiosos de Egipto a unos 200 metros de distancia y a una altura de 60 metros más respecto a su emplazamiento original como  piezas esenciales del Museo al Aire Libre de Nubia y Asuán. Los nuevos templos excavados en otra montaña similar a la original son el bocado exquisito del turista al final del recorrido que los cruceros hacen por el Nilo.

Hay que recorrer 280 kilómetros por una carretera que surca el desierto desde Asuán hasta casi el límite con Sudán. Christiane Desroches-Noblecourt era arqueóloga y desde niña sintió una fascinación especial por Egipto. Cuentan que contemplaba los jeroglíficos tallados en el obelisco de Ramsés II que se erige en la plaza de la Concorde de París. 

Es el gemelo del que se puede ver en la fachada del templo de Luxor. Mohamed Ali ofreció la joya a Francia en 1830. En señal de agradecimiento, el gobierno de Champollion regaló al gobernador de Egipto un reloj que se instaló en la mezquita de alabastro de El Cairo. No funciona desde el primer día. Como dicen los guías, Francia envió el reloj pero se olvidó de mandar al relojero.  Egipto es un puzle de la historia y el libro de piedra de Abu Simbel una síntesis que abarca desde la antigüedad hasta ahora. Azal Eternidad es el nombre del hotel que se abrirá pronto en Abu Simbel.

El turismo crece y Egipto es un zoco permanente, más allá de los límites de Jan-El-Jalili en El Cairo. No en vano el nombre de la ciudad de Asuán, con un mercado local muy concurrido los jueves por la noche, proviene del término ‘soun’ que significaba zoco o comercio. Y una de las escenas más insólitas del viaje es el zoco fluvial. Desde pequeñas barcas que se atan a los cruceros, los vendedores arrojan las prendas a los turistas, ajustan los precios con señas y son pagados con el dinero a buen recaudo en una bolsita de plástico. 

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