Diario de León

ANTROPOLOGÍA DEL LENGUAJE

Los nombres que nos cuentan

La toponimia es una de las expresiones más universales de la marca humana. Su estudio nos permite conocer nuestro pasado histórico, las características geográficas, el desarrollo lingüístico y la idiosincracia cultural. Somos lo que hablamos y hablamos lo que nos han legado cuantos nos precedieron. Sin memoria, sin topónimos, no hay historia. Por eso en Macondo, el mundo era tan reciente.

Imagen de un mapa con la toponimia de Villager de Laciana. CLUB XEITU

Imagen de un mapa con la toponimia de Villager de Laciana. CLUB XEITU

León

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Decía Miguel de Unamuno en El poder de las palabras que estas llevan la esencia humana de las cosas y añadía que en ocasiones los topónimos bastan para «adivinar lo que pueda ser la tierra que recibió aquel nombre».

El francés Albert Dauzat, uno de los estudiosos de la toponimia en el país vecino, hacía hincapié en la importancia que en nombrar ríos, montañas, pueblos, riscos, valles...tiene la psicología y la sociología, amén de la lingüística, la geografía y la historia.

Y es los topónimos son un medio epistemológico único para abordar el conocimiento de todo un territorio, del pueblo que lo habita, de cómo la naturaleza, el clima, la historia y la necesidad han conformado la comunión en una entidad propia y, al tiempo, con culturas y sociedades geográficamente alejadas y que, sin embargo, coinciden en la forma de moldear su toponimia.  Es el caso de Los Urbayos, en Cistierna, que podría tener su raíz en la etimología vasca. Uribai: población y río, Urbait: agua menuda, y Urbaia, ‘agua, criba, la’, es decir, ‘la criba del agua’.

Fotografía con topónimos de Robles. CLUB XEITU

Fotografía con topónimos de Robles. CLUB XEITU

Manifiesta Víctor del Reguero, secretario del club Xeitu, que la recogida de toponimia puede considerarse en Laciana una labor apremiante. Lamenta que la inexorable desaparición de la generación de naturales que participaron de las formas de uso del territorio tradicionales hace imperativo salvar este patrimonio inmaterial. Y es que, según recuerda, «la minuciosidad con que se nombraban los lugares de un paisaje caracterizado por su diversidad —pagos de cultivo, veredas para el ganado, presas, cumbres, etcétera— pierde poco a poco su sentido». Además, añade que a esta dinámica de pérdida instalada en el medio rural se suma la caída en desuso progresivo del patsuezu y la consecuente castellanización de los topónimos.

«La minuciosidad con la que los antiguos nombraban los lugares de un paisaje caracterizado por su diversidad pierde poco a poco su sentido. de ahí la necesidad de recogerlo»

En León, el asturleonés —la lengua que une a ambas zonas de la Cordillera Cantábrica— convierte los topónimos en una de las pruebas de que la raíz cultural leonesa dista de la de Castilla.

El catedrático José Ramón Morala considera que los topónimos son uno de los elementos de lengua más refractarios al cambio lingüístico, a la evolución. «Son muy conservadores y revelan situaciones lingüísticas que en la lengua actual están muy diluidas y, sin embargo, se ven muy bien en los topónimos».

Explica que hay que diferenciar entre toponimia mayor y toponimia menor. La primera hace referencia a los nombres de los pueblos, las comarcas, los nombres más generales que pueden aparecer en un mapa, mientras que la menor son todos los pagos. «En cualquier pueblo puede haber fácilmente 150 topónimos de los praos, de las tierras, de un camino o reguero», explica y añade que la razón es que la toponimia menor, suele estar mucho más cercana a los orígenes.

«En León hay un proceso de castellanización evidente y se refleja mejor en la toponimia mayor»

En el caso de León hay un proceso de castellanización evidente y se refleja mejor en la toponimia mayor. «Es un proceso muy largo, de ocho siglos, que no tiene que ver con lo que ha pasado en los últimos años y que, además muestra diferencias entre la lengua hablada y la escrita», explica.

Morala recuerda que en el caso de León la toponimia refleja las circunstancias históricas por las que ha pasado  y hay muchas palabras asturleonesas, se conserve o no en la lengua general. «La f se pierde en castellano pero se conserva en los topónimos. Ya no decimos forno pero en los nombres se conserva esa forma en palabras como fornillos, por ejemplo, como registro histórico.

Asimismo incide en que la toponimia incluso conserva reliquias de lenguas prerromanas. Hay palabra que resistieron a la romanización y se quedaron en el terreno afectivo. «Ni siquiera necesitan ser palabras usadas sino que pasan a ser nombres propios que reconocen un lugar aunque no sepamos lo que significan». León puede ser utilizado para explicar este caso. En su manera antigua se usaba con ‘ll’. Se decía Llión pero la l se perdió.

«La toponimia conserva reliquias de la época previa a la romanización y han quedado en el terreno afectivo»

Sin embargo, hay topónimos que al no tener correspondencia en castellano han conservado la letra. Es el caso de  todos los Llamas que hay en León. Su correspondiente castellano es lama y corresponde a un terreno encharcado, muy húmedo, que sirve para pastos. Otro ejemplo es La Lomba, llomba o llombera, que en castellano es loma. Otro ejemplo que llama la atención es el pueblo de Montejos. Tiene un reguero que baja de la zona alta y se denomina Reguero monteo. «Históricamente cuando aparece Montejos aparece como Monteyo, en su versión leonesa. Esa y se perdió en la toponimia mayor y se castellanizó, pero no en la menor, que continúa en la forma leonesa y hoy parecen dos palabras distintas». 

Al revés también ocurre. En la distribución del Obispado de León, que pervivió durante miles de años, y llegaba a Saldaña, Mayorga y Valderas, que eran arziprestazgos. «En los documentos aparecen muchas formas en leonés y también hay formas en asturleonés en el occidente de Cantabria».

José Ramón Morala. RAMIRO

José Ramón Morala. RAMIRO

En todos los territorios que fueron Reino de León hay palabras leonesas en la lengua general desde Asturias hasta Huelva. El diminutivo en Extremadura también es ina o ino. Las palabras que tienen que ver con cultura agrícola es muy frecuente que se conserven. En Salamanca hay multitud de palabras que vienen de Llama: llamargos, llamacinas...

La toponimia refleja el modo de vida de la gente. «Una zona de monte que no se cultiva se zanja con dos o tres topónimos, pero lugares minifundistas tendría muchos más topónimos. El proceso de ganar para el cultivo tierras que no lo eran, que en el caso de León eran comunales se resuelven en la toponimia. Ahí están palabras como Suertes, Quiñones, que tienen que ver con los concejos y el reparto de tierra. 

En la toponimia mayor hay una gran número de nombres que tienen que ver con los procesos migratorios y la Reconquista, con desplazamientos importante. Los Bercianos, Gallegos que hay fuera del Bierzo tienen que ver con esto, igual que los Asturianos que hay en Zamora. Y de sur a norte, también. Toldanos en León, por ejemplo, se refiere a los toledanos que llegaron de Al Andaluz, mozárabes que en el año 1.000 se marchaban de zona árabe y venían a León, Cembranos, por ejemplo, es zamoranos.

Y sí, claro la toponimia refleja los hechos históricos por los que ha pasado un pueblo desde todos los puntos de vista. geográfico, social, agrícola. Al lado del pueblo estaban los linares, donde se separaba el lino.  

«Los topónimos son uno de los elementos de la lengua más refractarios a la evolución», destaca el catedrático José Ramón Morala

Muchos de los topónimos de picos, de ríos, tienen nombres de origen prerromano y adoptan los hispanorromanos, las incrustan en el latín y ahí siguen. No se sabe de dónde vienen Órbigo o Esla así como pueblos de la montaña que no conocemos. Se hace por comparación. Los que están en un pico podrían ser lo que se denominaba montaña. Una ciudad como Lancia, por ejemplo. La toponimia es un campo abonado para teorías sin fundamento. No es fácil manejar herramientas filológicas.

Ahora hay menos gente interesada en la toponimia que antes porque todo se enfoca hacia el mundo urbano. Los últimos estudios son de los años noventa del siglo pasado. «Hay más interés en zonas en las que el choque entre la lengua popular y la general es más grande. Es el caso de Laciana, donde hay una asociación que todos los años promueve un concurso de toponimia».

Precisamente, el secretario del club Xeitu, asociación que desarrolla la citada iniciativa, destaca que se realiza desde 2012 y durante todos esos años han sido publicados trece libros, todos los premiados, así como algunos que se consideraron de interés, abarcando toda la montaña: Laciana, Babia, Omaña y Alto Sil.

Víctor del Reguero. JESÚS F. SALVADORES

Víctor del Reguero. JESÚS F. SALVADORES

 

«Lo que se descubre es una riqueza de sabiduría popular, de cultura general, de conocimiento y valoración del medio, por parte de la sociedad, que se está perdiendo con el abandono de los usos tradicionales del territorio como la ganadería o la agricultura, a mayores de la despoblación del mundo rural», añade. 

Del Reguero considera que esa desconexión generacional tiene en estos años el último eslabón de la cadena y que esa es la razón por la cual la recogida de la toponimia como patrimonio cultural inmaterial es tan urgente. «En la medida de lo posible, desde el Club lo hemos convertido en un objetivo. Con los modestos medios que tenemos, somos la zona de la provincia donde más topónimos se han recogido, hay otras iniciativas puntuales como la nuestra en Omaña o en La Cabrera, pero sería conveniente un impulso mayor a nivel institucional, que no termina de llegar».

Club Xeitu adaptó modelos de trabajo que existían en otras partes, como Asturias, para tratar de implicar a la población local en esta tarea. El secretario del club incide en el hecho de que el concurso no es más que un pretexto para que se hagan los trabajos, para que la gente o los pueblos se ilusionen, para estimular la participación. «No se trata de una cuestión competitiva. Con él se puede decir que se ha popularizado la recogida de la toponimia, demostrando a la gente que puede hacerlo de manera más que honrosa y demostrando también que se puede acometer esta tarea con medios limitados, que son los que tenemos», asegura.

La toponimia en Literatura

Los topónimos han servido además en muchas ocasiones para dar color a los universos literarios. Natalia Álvarez Méndez, profesora titular de Teoría de la Literatura de la Universidad de León,  explica que en el contexto de la riqueza léxica de la obra de Luis Mateo Díez son muy destacados los nombres propios de los personajes, pero no se debe olvidar la relevancia de los topónimos, los nombres de lugares. «Díez demuestra que los espacios de la memoria pueden ser espacios imaginarios de hondo calado, territorios míticos, paisajes del alma y del misterio. Por ello, sus ficciones se encuadran en geografías con contornos definidos, que podemos representar en un mapa, como demuestra el mapa que aparece en el apéndice de El reino de Celama», manifiesta. 

Natalia Álvarez Méndez. DL

Natalia Álvarez Méndez. DL

La también profesora de Literatura Comparada subraya que precisamente en ese territorio del Páramo, el marco físico, la materia geológica y las gentes que conforman el espacio son fundamentales, pero no lo es menos la toponimia elegida para denominarlo, que no oculta el interés de Luis Mateo Díez por la textualidad lingüística. «Sus personajes provincianos se asientan en topónimos de raigambre antigua, cuya etimología atrae al escritor, muchos de los cuales remiten a los lugares que habitó o conoció», añade.

Álvarez Méndez incide en el hecho de que el  territorio leonés se perfila con fuerza desde sus primeras obras, por ejemplo, en La fuente de la edad,  novela en la que, a su entender, mitifica el espacio de su infancia, el Valle de Laciana, así como el de León. «En sus páginas, el registro culto se entremezcla con lo popular, propio de su querencia por la magia del relato oral, y se recupera la memoria a través de topónimos, de nombres de lugares asociados a la provincia, pero que se llenan de un alcance simbólico que se acompasa con los fundamentos de su poética narrativa». 

Asimismo, traslada el estudio que hace la profesora Nieves Mendizábal acerca de la existencia de los hidrónimos, los topónimos relacionados con el agua, y documenta, a su vez, topónimos de referencia espacial exterior rural como alfoz, braña, calicata, calvero, campas, campar, caño, centenal, choperas, coronas, coto boyal, cuerno, cuesta, cueto, desmonte, devesa, ejido, erial, hontanar, lombas, majada, meandro, las Médulas, Monte Vindio, otero, páramo, piornales, predios, recuesto, reguero, robledo, soto, tentados, tesoros, trochas, veneros y veredas. «Enumera también la existencia de leonesismos y da testimonio de la presencia en sus páginas de topónimos que se convierten en nombres y apellidos de los personajes, muchos de León, como Benuza, Sariegos, Orallo, Otero, Rabanal, Robla, Iruela, Llombera, Lumajo, y algunos topónimos de Asturias como Bodes, Sama y Melendres.

Todos ellos, junto a topónimos ficticios como la Omañona, que remite a las comarcas leonesas de Babia y Omaña, y otros que participan también de ese carácter apócrifo como el río Bongo, el valle Manjarino o la mina La Furada, contribuyen en la novela a la recuperación del sustrato popular de su memoria en el inconfundible espacio mítico que protagoniza su obra».

El proceso se repite en el resto de su producción, sin olvidar las Ciudades de Sombra, que se perfilan como metonimias espaciales de la circunstancia vital de sus personajes extraviados. Natalia Álvarez Méndez explica cómo la provincia innominada del noroeste peninsular acoge una singular toponimia imaginaria que le ofrece al lector el mapa de los mundos autónomos de Celama, Doza, Armenta, Oceda, Borela, o Balma. «En La soledad de los perdidos se traza un magnífico exponente de una geografía dañada por la Contienda. En esta novela, la cartografía urbana de Balma, que ahonda en la fragilidad del ser humano en la desolación de la posguerra, encuentra sus topónimos en simbólicos nombres como los de los distritos de la Condonación, del Temblor y la Simiente, así como en voces léxicas como las Colominas, el Ejido y la Manchuria, entre muchas otras que retratan y consolidan el universo narrativo de Luis Mateo Díez»..

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