Diario de León

ENTREVISTA

«León ha quedado arrumbado como un trasto viejo en la península»

Juan Pedro Aparicio reedita casi medio siglo después la obra ‘Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del Viejo Reino’

El escritor Juan Pedro Aparicio en el Congreso. RAQUEL P. VIECO

El escritor Juan Pedro Aparicio en el Congreso. RAQUEL P. VIECO

León

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Cuarenta años después, la editorial Lobo Sapiens reedita la obra de Juan Pedro Aparicio Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del Viejo Reino , que supuso el despertar del sentimiento leonés en medio de una Transición que, aunque modélica, significó el borrado de la historia y la identidad política de la provincia. El autor de las ilustraciones es de nuevo Antón Díez, que actualiza las que ya creó para la primera edición con maestría. La misma con la que el autor advertía hace años que la manipulación del pasado tiene por objeto construir sobre ella el presente, pero un presente al servicio de muy concretos intereses... Pero ¿Son ahora los mismos de entonces?

—Han pasado más de cuarenta años entre la primera edición y la tercera. Entre ambas España entera ha cambiado. También León lo ha hecho, aunque sea para desaparecer.  Dice que fuimos una anomalía en la Transición. ¿Seremos ahora una anomalía, de nuevo, en esta nueva España a la que llegamos?

—El libro nació con la pretensión de dar a conocer a los leoneses que les sobraban razones, históricas, geográficas, antropológicas, económicas y políticas, para tener una autonomía dentro de la España de las autonomías. No fue así y eso constituyó una anomalía. Y, como sigue siendo así, la anomalía continúa, una anomalía democrática que pone una mancha no menor en la política española.

—Defiende en el ensayo que Europa fue la gran aniquiladora de España. ¿Hasta qué punto considera que León lo ha sido de los valores europeos que ahora conocemos y que nada tienen que ver con los de entonces?

—Quien eso afirma es Torrente Ballester, en frase recogida por Sánchez Dragó en su Gargoris y Habidis. Yo la cito con otras muchas, pero dicha así, fuera de contexto, resulta simplista. Conviene leer el libro para entenderla. Y no resulta fácil por esa inercia cultural que nos domina. A este respecto habría que revisar el siglo XII para entenderlo, un siglo crucial, cuando España se ve obligada, y León era entonces el reino dominante, a cambiar su política de una cierta convivencia entre religiones por la intransigencia exterminadora de la Cruzada impuesta por el papado y por esa Francia feudal, la del derecho de pernada, que, a partir de Alfonso VI, llena nuestra península de obispos y monjes franceses.

—¿Qué le pareció el uso que la presidenta del Congreso dio de las Cortes cuando es su propio partido el que niega nuestra existencia?

—Estuvo bien, me gustó, por muy oportunista que fuera. Lo que ya me pareció inapropiado fue la alusión a John Keane, prueba evidente de nuestro papanatismo. Keane sería desconocido en España de no haberlo traído yo a León durante la conmemoración del 1100 Aniversario, a sabiendas de que el papanatismo tradicional español se dejaría seducir por las palabras de un anglosajón, ignorando las más antiguas, reposadas y mejor documentadas de historiadores españoles muy anteriores, como es el caso del gran Julio González González o de Sánchez Albornoz.

—¿Cree que con la tesitura actual que vivimos en España, la frase de Unamuno  (...) «Y si nunca la tuvimos, crearla» puede hacer que León logre lo que no consiguió con la democracia?

—Bueno, es una frase bonita, muy propia de Unamuno. Pero lo nuestro, el problema de León, es de pura práctica política, hemos quedado arrumbados como un trasto viejo en este rincón de la península. Somos fuente de riqueza para otras comunidades autónomas y muy poco de esa riqueza revierte aquí. ¿Qué hace por ejemplo Iberdrola que ha destruido nuestros mejores valles, cuyos ingresos han crecido enormemente con lo que de aquí obtiene, sin ir más lejos el agua de Riaño o el agua de Ricobayo? ¿No sería de justicia que invirtiera parte de sus beneficios en León o en Zamora, compensándolas así de sus enormes sacrificios? Ahí está Riaño, por ejemplo, una pérdida irreparable que afecta incluso a nuestra propia personalidad, porque Riaño era mucho más que un valle, era un forma de ser leonesa muy especifica y singular.

— A todas las comunidades les interesa acabar con León, borrarle. Asturias, Galicia y Castilla alimentan esa conquista camuflada de nuestro territorio y riquezas sin que nadie en León nos defienda. ¿Qué más tiene que pasar?

—Yo creo que el verdadero problema es el malgobierno que se hace desde Valladolid. No solo León se queja, aunque es verdad que es la que más razones tiene para hacerlo. Nuestro problema es que, a lo que parece, para que Valladolid crezca, León ha de decrecer. Y se está produciendo algo impensable hasta ahora: ese ir desplazando nuestra situación geoestratégica como núcleo de comunicaciones del noroeste peninsular hacia Valladolid, por eso ocurre lo de Torneros, que no se hace, por eso lo del Corredor Atlántico que no se hace, y no se hará mientras sigamos en esta autonomía.

—¿Qué ha quedado del espíritu leonés en los intangibles españoles que sólo los que tenemos conciencia de León vemos?

—El leonés es un ciudadano español cabal y siempre ha sido así. Viviendo en León es difícil percibir la invisibilidad que nuestra tierra padece en España. Pero ahora con tantos leoneses que han tenido que irse fuera son ellos los que lo perciben muy claramente y claro no les gusta, no lo entienden. Basta recordar como se dice la meteorología eso de las dos Castillas. ¿Las dos Castillas?

— ¿Cuál es la ideología de León que nos separa de castispaña?

—Creo que hablar de ideología de León es inapropiado. En cambio sí que hay una ideología que yo llamo castispañola que ha inspirado e impregnado nuestra historiografía más tradicional hasta nuestros días con nombres muy señeros e influyentes, creadores de escuelas, maestros de gran erudición, sí, pero muy tocados de una nacionalismo tan particularista casi como el que tanto reprochamos y con razón en Sabino Arana, el fundador del nacionalismo vasco.

—¿Quién sería hoy la reina Toda de Navarra? ¿Quién Fernán González?  ¿A quién le damos el papel de la infanta doña Sancha?

—Querida Cristina me veo incapaz de jugar a ese juego. Hoy hay unos partidos políticos con listas cerradas y férrea disciplina de voto. Eso no favorece a León. Puesto que la carrera política de nuestros sedicentes representantes depende del líder, votarán siempre lo que el líder diga, sin importarles las consecuencias desastrosas que su voto traiga para sus electores.

—A veces, los símbolos son la palanca que se requiere para un cambio. ¿Habría que sacar a Fernando del Panteón Real?

—¿Te refieres al navarro Fernando I? Aquel del que decía Anselmo Carretero que se había leonesizado cuando lo que hizo fue navarrizar el reino de León hasta donde le fue posible. Un Carretero, segoviano por cierto, que llegó a inspirar a buena parte de nuestro leonesismo político con unas teorías fantasiosas sobre Castilla y en buena medida absurdas sobre León. Si se trata de Fernando III, el santo, el hijo de Alfonso IX, el por tres veces excomulgado, último y mejor rey de León, es preferible dejarlo enterrado en la catedral de Sevilla donde está. Yo no veo bien esto de mover a los muertos.

—¿Qué quería decir Costa cuando hablaba de sellar el sepulcro del Cid?

—La verdad es que no lo sé. Y en todo caso yo sugeriría que sería bueno hacerlo, porque el Cid, el Cid legendario, contiene muchas de las mentiras sobre las que se ha sustentado nuestra historiografía más tradicional. Ya Ambrosio de Morales en el siglo XVI consideraba una paparrucha la afirmación de su castellanidad y su filiación como hijo de un molinero de Vivar, una aldea de Burgos. El Cid era un noble, un aristócrata, con toda probabilidad leonés, criado al lado de los infantes leoneses y casado con doña Jimena, prima de los mismos reyes de León.

—Del siglo XIII al XVII, mientras León languidecía, Valladolid es la capital política del Estado, de letrados, de funcionarios agrupados en torno al Tribunal de Justicia, la Chancillería, Burgos es la capital mercantil y  Segovia, la industrial ¿Dónde está León aquí? ¿Dónde estará todo el oeste de España si León, como parece, desaparece?

—Son preguntas que no soy capaz de contestar. Es más fácil estudiar el pasado que entender el futuro. A mi juicio en el voto está la posibilidad de corregir nuestros males. El coronel de Sosa cuando arengó a los ciudadanos para levantarse contra Napoleón les dijo, leoneses vuestra lealtad os ha perdido. ¿Qué quería decir? Que esa cabal inercia de integración en la vida española, de respeto a los dirigentes, les había impedido ver la traición que permitió a los napoleónicos invadir la península. El ciudadano leonés vota según el espectro ideológico nacional, vota derecha o vota izquierda, vota en español. Pero hoy las reglas del juego han cambiado. Los secesionistas, por culpa de la ley electoral, deciden los gobiernos y lo, que es peor, deciden las políticas de los gobiernos. Y ellos, los secesionistas, solo aspiran a su propio beneficio, lo que supone el perjuicio de los demás. Y ahí los leoneses, sufridores además del centralismo absurdo de Valladolid, llevan la peor parte. Con León se practica esa artimaña colonial del divide et impera, fomentando la insolidaridad política entre El Bierzo y León. En Madrid ya se ha creado una Casa del Bierzo desgajada del tronco común leonés. Pero esto, insisto, —en democracia, aunque sea una democracia tan imperfecta como la nuestra—, solo se arregla votando. A mi no me pareció mala solución lo de Teruel Existe. Claro que en nuestro caso, si seguimos así, habría que decir León No Existe. Porque a eso vamos.

—¿Y posibilidad de generar una plataforma decididamente política desde la que actuar¿ ¿O sólo nos queda diluirnos en el magma de esta gran Castilla que quedará dentro de cuatro años?

—No todo ha de ser pesimismo. Quizá la política no vaya bien. Pero en el aspecto cultural las cosas han ido mejorando mucho. Una parte, la más dinámica de la sociedad leonesa, ha reaccionado ante el atropello autonómico y ha generado un impulso cultural muy fuerte. Eso es muy esperanzador. Hay asociaciones de todo tipo empeñadas en conocer y resaltar los valores leoneses, siempre de un modo templado, razonable, ajeno a absurdos nacionalismos. También por otro lado la historiografía moderna, nacional e internacional, está desmotando toda esa historia nacionalista de España basada en una concepción castispañola de la vida nacional tan perjudicial para la convivencia. Esa historiografía tiene, sino los días contados, digamos que tiene los años contados. Cuando llegue ese momento, cuando las sombras que ocultan la buena historia leonesa desaparezcan, empezarán nuestras instituciones a valorarse en su justa medida. Me refiero a nuestros concejos abiertos, a nuestros fueros, a los Decreta de 1188, que el gran historiador don Julio González llamó siempre Constitución, una constitución que podría servir, en lo que tiene de reconocimiento de derechos fundamentales, todavía para nuestros días.

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