INMIGRACIÓN
El pueblo que creció desde fuera
El municipio parecía encaminado a una muerte lenta. Su futuro estaba escrito: sería un pueblo fantasma en cosa de unos años, pero la inmigración lo cambió todo y le devolvió el pulso
Al sur de León, casi pegado a la frontera con Zamora, se sitúa el municipio de Algadefe. Se trata de un pueblo pequeño que perdió un tercio de sus habitantes entre 2000 y 2016, pasando de 371 a 279 vecinos en ese periodo.
Se trataba entonces, a priori, de un pueblo abocado a una muerte lenta que llegará con el inevitable paso del tiempo y la falta de un relevo generacional que lo terminará dejando como tantos municipios de la España vaciada, un mero recuerdo caduco de un tiempo pasado, del que se ven carteles pero por el que nunca se pasa, pero resulta que el destino le trajo una solución: la inmigración.
La llegada de trabajadores extranjeros en edad de formar familias ha traído una nueva vida al pueblo, que ha podido mantener su escuela abierta gracias a la llegada de nuevos alumnos extranjeros. La teniente de alcalde, Pilar González Barrio, apunta que representan la mitad de los alumnos de la escuela y que sin ellos, el pueblo estaría perdido pues habrían cerrado la escuela. «Y si se va la escuela, se van todos los servicios», añade.
La población del municipio ha crecido a 315 habitantes en 2024, veinticinco más que hace tan solo un año, de los cuales un 30% son extranjeros. El exalcalde y actual concejal del Ayuntamiento, Ubaldo Freire, asegura además que la única razón por la que ese número no es mayor es la falta de oferta en cuanto a vivienda, que obliga a muchos trabajadores del pueblo a vivir en el pueblo vecino, Toral de los Guzmanes, o a desplazarse diariamente desde León, pero indica que no tienen poder para hacer nada al respecto y asegura: «Hacemos todo lo posible por ayudarles y que puedan vivir en buenas condiciones».
Tanto el exalcalde y actual concejal, Ubaldo Freire, como el actual alcalde, Juan Manuel Martínez, coinciden en que nunca han tenido ningún problema de integración desde la llegada de los primeros migrantes, en su mayoría marroquíes, hace ya diez años.
EN BUSCA DE UNA VIDA MEJOR
Rachid Elarboi lleva más de 15 años en España. Llegó en patera, a su tercer intento después de sobrevivir a un primer intento en el que la embarcación no llegó a su destino y otro en el que fue devuelto a Marruecos en caliente. Ha tenido que ver auténticas atrocidades de camino a España. Convivió con la muerte en tres ocasiones a cambio de tener un atisbo de esperanza en su vida.
El drama no termina en las dificultades de su camino a España, sino que, como tantos otros, tuvo que dejar atrás a su mujer y su hijo de camino a su El Dorado particular, al que se dirigía para mejorar no sólo su vida, sino la de toda su familia y tuvo que enfrentarse solo a todos los problemas que un inmigrante puede encontrarse para abrir paso a su familia y que pudiesen llegar sin tener las dificultades a las que tuvo que hacer frente.
Rachid tuvo la suerte de poder regularizar su situación tras dos años trabajando sin papeles en Andalucía y lleva ahora cinco años con Algadefe. Ha podido reunirse con su familia y, desde entonces, el núcleo familiar ha crecido. Hoy, es un hombre sonriente, perfectamente integrado en España y asegura que «volvería a Marruecos, pero sólo de vacaciones para ver a la familia». Ha echado raíces en España y asegura estar muy contento aquí.
Abderrahim Ammar llegó a España en 2005 hace 19 años. Lo hizo con visado para trabajar aunque tuvo que dejar su familia atrás. Pasó diez años en Aragón, en los que consiguió reagrupar su familia antes de llegar a Algadefe. De carácter reservado pero visiblemente sonriente, asegura, al igual que Rachid, que su vida está ahora en España y que su vuelta a Marruecos sólo es posible «si es de vacaciones».
Saïd Dahbi lleva siete años en España. Llegó como turista después de pasar dos semanas en Italia visitando familia que ya se había establecido en Europa y terminó quedándose al ver que España le ofrecía unas posibilidades a futuro «que en Marruecos no eran posibles para mi o mi familia». Se quedó en España él solo para abrir el camino a su mujer e hija, con las que pudo reunirse unos meses después de su llegada.
Preguntado sobre si volvería a vivir a Marruecos en un futuro, sea este cercano o lejano, la efusividad de su gesto no hace necesaria una traducción del árabe que le salió del interior. Está contento en Algadefe y estima que sus perspectivas y las de su familia son mucho mejores aquí que al otro lado del Mediterráneo.
Hassan Nbigua llegó a España con visado para trabajar, igual que Abderrahim. Lo hizo hace ya 14 años y se movió por todo el territorio nacional, yendo de trabajo en trabajo, reuniéndose con su mujer siete meses después de llegar a España, cuando residía en Zamora. Pasó por Andalucía, Murcia, Barcelona y «muchos más sitios» hasta su llegada a Algadefe, donde está muy feliz de poder ver sus hijos crecer en un ambiente mixto en el que se mezclan su herencia marroquí gracias a la comunidad que han podido formar entre los migrantes y la cultura española.
Todos ellos, Rachid, Abderrahim, Saïd y Hassan, son originarios de la misma ciudad marroquí, Beni Melal, lo que resulta bastante curioso ya que ninguno de ellos tuvo nada que ver con la llegada de los demás a Algadefe.
MEDIDAS PARA LA INTEGRACIÓN
Hablar el idioma del territorio al que uno acaba de llegar es clave para facilitar la integración de aquellos que llegan de fuera. Para esto, el Ayuntamiento de Algadefe trabaja con la asociación Valponasca para ofrecer una hora de clases de español a la semana, especialmente para las mujeres, que suelen llegar a España sin alfabetizar y sin ningún conocimiento del idioma español.
Todo el mundo está contento con la medida, el único problema que ven los marroquíes es que estiman, con razón, que una hora a la semana es muy poco como para poder aprender el idioma y que sus mujeres, que están integradas en el mundo laboral algadefudo, en su mayoría como empleadas del hogar, no terminan de poder integrarse socialmente, lo que les apena.
Desde el Ayuntamiento aseguran que están de acuerdo en que una hora es muy poco, pero es todo lo que pueden subvencionar. La teniente de alcalde, Pilar González Barrio, dice que «el programa que está subvencionado es así, si queremos más horas habría que pagarlas. Entonces habría que ver si pone el Ayuntamiento una parte o las familias y ya se podrían contratar más» y recuerda que Algadefe, por sus dimensiones, no cuenta con un gran presupuesto. «Somos un Ayuntamiento pequeño con necesidades muy grandes y queremos atender a todo, pero el presupuesto se nos queda muy corto», explica.
Los marroquíes piden además que se enseñe árabe como lengua extranjera en la escuela. «Cuando volvemos a Marruecos de vacaciones con los niños, ellos no son capaces de hablar con sus abuelos, sus tíos, sus primos... y es un problema para todos nosotros», dice Rachid Elarboi. «Nosotros intentamos enseñarles en casa, pero no se aprende igual que con un profesor habilitado que ha estudiado el idioma y sabe todas sus normas», añade.
González Barrio señala aquí la buena voluntad del pueblo con sus ciudadanos, pero indica que no tienen competencias para implementar clases de árabe, sino que depende de Educación que eso sea posible.
A 10.000 KM DE CASA
Diego Castelli llegó a España desde su Argentina natal hace cuatro meses tras pasas seis cubriendo los interminables trámites para venir. Llegó directamente a Algadefe y lo hizo gracias a un anuncio de trabajo encontrado en Facebook. Sonriente en todo momento, cercano y muy abierto, admite que en un primer momento tuvo miedo de lanzarse al vacío y emigrar a España. «Lo único que teníamos era la palabra de la empresa y una foto del pueblo. Tuvimos que buscar la ubicación del pueblo en internet, asegurarnos de que la empresa existía de verdad y no era una estafa de internet y llegamos con un poco de incertidumbre, pero todo salió muy bien» dice.
Diego vive con su mujer y su hijo Valentino, de seis años, lo que les obliga a conciliar sus horarios de trabajo para que siempre haya alguien en casa. «Entro a trabajar a las 5 de la mañana hasta las nueve. Entonces entra mi mujer hasta mediodía. A la una de la tarde vuelvo a trabajar hasta las cinco y media. Cuando regreso, ella va a trabajar hasta las ocho y media de la tarde», explica. Unas jornadas maratonianas que vive con naturalidad. «Abandoné Argentina porque estaba pasando por un muy mal momento económico y personal y aquí estamos a gusto. Tenemos aire acondicionado, internet, Netflix, calefacción para el invierno. No falta nada más que espacio», asegura.
Diego vive en una pequeña casa prefabricada pero, si todo sale bien, confía en pasar a un hogar más grande para poder reunir toda la familia, pues dejó atrás una hija y un hijo de 16 y 17 años.
Gregorio Correa llegó a España en el mismo proceso de selección que Diego y lo hizo desde Formosa, también en Argentina. Lo hizo porque su sueldo anterior «no daba para más que sobrevivir y había que luchar cada fin de mes». Añade que vio «algo distinto aquí» desde su llegada y que ahora puede vivir tranquilo. Para él, volver a Argentina sólo puede ser un plan vacacional, ya que se siente genial en España.
Elmer Camarena llegó desde Perú dejando atrás tres hijos, una niña y dos chicos. Vino a España con visado y trabaja de maquinista en obras. Pasó por Valencia del Cid, Palencia, Santovenia de la Valdoncina antes de llegar, hace menos de un año, a Algadefe. Confía en poder reunir su familia, pero apunta: «Necesito estar establecido en un lugar antes, no quiero que tengan que mudarse cada poco tiempo, espero que pueda ser aquí».
Algadefe les dio una nueva oportunidad. Y ellos al pueblo.