La lenta agonía del suelo de León
Normas que reprimen, coeficientes de admisibilidad que convierten los pastos en quimeras, dejación de la administración para revertir la sangría hidráulica... Las praderas de la montaña, el mosaico de un ecosistema gestado durante milenios por la colaboración del hombre y la naturaleza desaparece poco a poco y si no se impide su espacio será gestionado por el fuego
A estas alturas recordar que la madre de Bambi le advertía de que debía tener cuidado en la pradera parece un cliché barato y simplista, tanto como los que consideran que la cultura norteamericana responde a la iconografía pop de Disney y no al agua que fluye lentamente sobre la pradera con la que William Faulkner dibujó un nuevo lenguaje y lo convirtió en el protagonista de sus historias. Pero hay que rememorar la imagen para darse cuenta de que las profecías del premio Nobel también pueden volver para negarse —«Ellos perseveraron»— y que lo inmutable puede volverse líquido. Un nuevo mapa del movimiento Save Soil , respaldado por varias agencias de la ONU, muestra que el 95% de los suelos del mundo podrían estar degradados para 2050. El informe alerta de que esta degradación amenaza con desencadenar una crisis alimentaria mundial y agravar los impactos del cambio climático. Según el informe publicado en la Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación, cada año se pierden 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, una situación agravada por la falta de materia orgánica en el suelo, que disminuye su capacidad para retener agua y aumenta la vulnerabilidad ante eventos climáticos extremos como sequías e incendios forestales. El extremo se convierte en un problema aún más grave al considerar que la población mundial alcanzará los 9.800 millones para ese año, exacerbando la crisis alimentaria mundial.
Pero hay un oxímoron ético en esta iniciativa. Y es que la muerte de los pastizales está provocado por las mismas políticas con la que tratan de mantener el ecosistema. El ejemplo está en León, donde el mantenimiento de la ganadería extensiva y el pastoreo tradicional podrían solventar gran parte de estos problemas manteniendo con ello el mosaico cultural generado por la colaboración milenaria entre el hombre y la naturaleza.
Según los datos del Observatorio Agroalimentario, las hectáreas de pastizales en León se han reducido un 0,5% en el último año y en la actualidad ocupan una extensión de 284.620 hectáreas, una cifra a la que se ha llegado debido al abandono del territorio —la tan traída y llevada España vaciada— y de la economía primaria en nombre de la nueva economía que en la provincia se alimenta sobre todo de los proyectos mal llamados verdes, un nuevo monocultivo energético que va camino de degradar miles de hectáreas en ecosistemas que jamás se recuperarán. Pero no solo.
"En Casares han dejado un valle entero sin agua. Un pasto que no se aprovecha adecuadamente solo deja mala hierba, con lo que las praderas desaparecen"
Arsenio Rodríguez, presidente de los ganaderos de la Montaña de León y uno de los afectados por la violación que Adif perpetró contra la riqueza hidrológica provocada por la Variante de Pajares, destaca que cuando te quitan el agua se acabó todo. «El cambio de los pastos es tan radical... la flora va cambiando y esto afecta, queramos o no, a los pastizales». El ganadero rechaza debatir acerca de quién es el responsable, pero deja claro que debe haber alguien que admita la cuantía de daños y se haga cargo. «Están consiguiendo que la gente lo dé por perdido todo porque está claro que la justicia no es igual para todos», lamenta. Denuncia que antes de que las máquinas horadaran la montaña y secaran todos los acuíferos en la vertiente leonesa se había llevado a cabo una concentración parcelaria que acaba de ponerse en marcha y que no sirve para nada. «¿Dónde está el regadío? ¿De dónde van a sacar agua? Los pastos ya no son lo que eran. La merma es grandísima y el trastorno de los animales, gigantesco. Los abrevaderos y las fuentes se han secado. Hay pastos que se han abandonado. En Casares han dejado un valle entero sin agua. Un pasto que no se aprovecha adecuadamente solo deja mala hierba, con lo que las praderas se mueren».
A todo ello se unen las advertencias de los científicos, que alertan del peligro que para la montaña tiene el abandono de los pastos.
"La riqueza que tiene León en pastos de montaña es incomparable y solo asimilable al de los Alpes"
El profesor titular de Botánica de la Universidad de León, ya jubilado, Emilio Puente, es uno de los referentes en la investigación de la aportación de los pastizales a la biodiversidad. Autor de numerosas investigaciones, sus contribuciones son el pilar de un gran número de iniciativas científicas. Puente destaca que los pastos de alta montaña han decaído por la desaparición de la trashumancia y ahora se ven invadidos por el matorral. «En unos lugares entran las aulagas, en otros la brecina, los piornos, las escobas... y se pierde el pasto como comunidad herbácea abierta consumida por el ganado», evidencia. Explica que para no perder estos pastizales debería volver a dárseles los usos tradicionales. «Yo no digo con esto que los pastores suban y tengan que estar allí todo el verano, pero podría imponerse un nuevo tipo de explotación como la construcción de chozos, pequeñas cabañas en las que pudieran vivir bien y tener dos o tres pastores a cargo de un rebaño, que se fueran turnando y tuvieran sus días libres y sus vacaciones», defiende. El biólogo subraya que la riqueza que tiene León en pastos de montaña es incomparable, solo asimilable al de los Alpes. «Se han hecho estudios del valor de la hierba de esos pastos, del número de cabezas que puede pastar y créame si le digo que es una maravilla».
También hace referencia al hecho de que no hay mejores desbrozadoras para luchar contra los incendios que las ovejas y las cabras. «En zonas en las que perviven no hay incendios y si los hay cuando llegan el fuego a la zona pastada se detiene», revela. Emilio Puente sostiene que la diversidad no consiste en lograr paraísos de bosques y matorrales y defiende la antropía, la acción humana como creadora de comunidades diversas que generan un mosaico que al final aportan riqueza desde el punto de vista de la biodiversidad.
El profesor admite que a pesar de todo, la pérdida de pastizales es un proceso muy difícil de parar debido a la despoblación, al fin de la trashumancia y al hecho de que ya casi no hay rebaños en los pueblos. «¿El vacuno? En muchos sitios, por la inclinación y la altura... A ver, subir acaban subiendo. Depende de la necesidad, pero si los animales tienen dónde comer abajo, lo harán». No obstante, concede que las ayudas de la PAC han llevado a muchos ganaderos con vacas de carne y caballos hispanobretones a llevarles a pastar a la montaña. Incide en que hace años caballos y yeguas subían al monte y ocupaban brañas en las que dominaba un tipo de planta, el cervuno, difícil de comer. «Era muy bueno que los caballos anduvieran por allí porque como tienen los dientes muy fuertes eran capaces de comerlo y ayudaban a que el monte no se embasteciera». Explica que el problema es que ahora los caballos se encuentran a menor altitud y se alimentan de campos de siega, con lo que el monte bajo invade las praderas. «Se está poniendo peligroso. En los últimos 50 años es un hecho constatable y visible en cualquier zona que se visite. Hables con quien hables te explica que el monte está intransitable. Vayas por donde vayas los antiguos pastizales están llenos de piornos o de escoba, con las árgomas que llaman ellos o las aulagas. Y lo malo es que como haya un incendio eso no habrá quien lo pare», lamenta Puente, que explica además que el latifundismo obligado por las políticas europeas ha producido el abandono de los rebaños pequeños, garantes del puzzle de biodiversidad en León. «Los ganaderos de antes sabían muy bien cómo era el territorio y dónde tenían que pastar las ovejas, las cabras o las vacas», dice.
Puente admite que la PAC permite que los ganaderos tengan cien o 200 cabezas de ganado durante los años que dura el contrato, pero se queja de que algunos les prestan poca atención y otros ni siquiera conocen los usos tradicionales del territorio. «No hacen presas para regar los prados, no se preocupan de abonar en los pastos, apenas cuidan nada»...
El final de los pastizales lleva a la extinción de numerosas especies. «Un pastizal atesora sesenta especies distintas fácilmente —asegura— y algunas son muy importantes». Pone como ejemplo la fritillaria legionensis , cuyo único hábitat son los prados y pastizales.
La paradoja pastoral
Emilio Puente subraya que hay una ley —la paradoja pastoral— según la cual las plantas buenas, las preferidas por los animales y las que más consumen se reproducen más y hay más biomasa favorable cuanto más las comen los animales. «Hay una colaboración entre especies que hace que las plantas que son consumidas por los herbívoros se perpetúen porque idean mecanismos muy diversos como la emisión de estolones o la crianza de bulbos para producir más». Es decir, una zona de pastizal cuidada hace que se beneficien las especies mejores, como las plantas forrajeras. Sin embargo, cuando se abandona el pastoreo comienzan a proliferar especies más bastas que perjudican al pastizal. Por esa razón el mantenimiento de las praderas ayuda a mantener la riqueza de los campos para la producción agrícola. La rotación de cultivos que tradicionalmente se hacía era la mejor manera de abonar las tierras para que produjesen lo que interesaba al agricultor. «Unos años sembraban leguminosas, que fijaban nitrógeno atmosférico y enriquecen el suelo, y al año siguiente se sembraba cereal, que consume mucho nitrógeno. Todo ello daba lugar a grandes cosechas. Por eso, un buen pastizal debe tener un equilibrio entre gramíneas, leguminosas y plantas de otras familias, como juncáceas, campanuláceas, malvas», destaca, con lo que si se abandona el pasto, ese equilibrio se revierte. Emilio Puente recuerda la gran importancia que tienen las sebes para mantener la biodiversidad . «Los zarzales o sebes en los límites de los prados y fondos de valle son una maravilla que permite la coexistencia de distintos ecosistemas. «Que en lo alto de las montañas haya piornos y escobas viene muy bien porque fijan nitrógeno atmosférico y dan sombra y cobijo a los animales, pero tiene que haber una coexistencia». Urge por todo ello la puesta en marcha de una política verde razonable y advierte que las hectáreas que hay bajo la instalación de un huerto solar o una megainstalación de aerogeneradores pierden su carácter de pastizal. «Donde vaya cada uno de estos gigantes habrá una superficie que impedirá que crezca nada».
Arsenio Roríguez coincide con Puente y añade que el enemigo de los pastos es la sobreregulación de la administración. «Todo son normas que desincentivan al trabajador. Antes los ganaderos y agricultores cuidaban mucho los pastos porque te iba la vida en ello. Protegían el monte». Pone como ejemplo la burocracia que hay detrás de la simple quema controlada y los desbroces y que, en su opinión, está entre las razones de que los incendios se vuelvan incontrolables. «La puntuación para acceder a los desbroces es ridícula. Llevo cinco años pidiendo permiso para realizar unas quemas controladas y me la han aceptado para noviembre, ironiza y añade que las trabas no acaban ahí. «Se nos ha llegado a prohibir utilizar los pastos dos años y usar fertilizantes durante cinco. Los bosques se queman porque no nos dejan administrarlos. Todo ello conlleva el cambio de pasto, de manejo, el abandono y los incendios brutales», lamenta.
La Consejería defiende el trabajo realizado en el control del ganado que pasta en los montes de utilidad pública, en la reserva de los pastizales de puerto pirenaicos para ovejas, en la dotación en éstos de elementos auxiliares que permitan la práctica de la trashumancia y en las ayudas públicas para establecer elementos de apoyo ganadero en el pastadero y sobre todo para realizar desbroces de matorral que permitan recuperar los pastizales perdidos por el abandono
La Consejería de Medio Ambiente reconoce que en los últimos 40 año ha habido un retroceso en la extensión ocupada por los hábitats de pastizal en la montaña de León y subraya que una de las causas es el cambio en los usos del medio, sobre todo en los ganaderos. «No se trata tanto de que haya globalmente menos ganado que antes sino que el tipo de ese ganado, su distribución sobre el territorio y su forma de manejo ha cambiado sustancialmente». Fuentes del departamento explican que se ha pasado de la coexistencia de diversos tipos de ganado (ovino, caprino, vacuno y caballar) en los diferentes nichos pascícolas a una mucho más heterogénea en la que predomina casi absolutamente en algunas zonas el vacuno, con un incremento destacable de caballar y la práctica desaparición de los ganados menores salvo en determinados puertos de alta montaña que se mantienen con ovino trashumante o transtermitante. «Si a principios de los noventa aún había más de cien puertos de merinas pastados con ovejas durante el verano, hoy depende del año pero apenas queda una decena», concreta. Inciden en que la forma de pastar de vacas y caballos es distinta y sus efectos sobre el pasto también lo son. «Las ovejas se careaban y el pastor las dirigía por toda la superficie del pastadero de forma rotacional, mientras que vacas o caballos pastan donde les apetece, que suelen ser los sitios más llanos, húmedos o aireados o más accesibles al aporte de complementos alimenticios que antes no existían. Además la capacidad de los segundos de contener el avance de los matorrales al consumir brotes leñosos es mucho más bajo en el ganado mayor que en el menor, sobre todo si hablamos de razas no autóctonas y en régimen libre».
A este respecto, argumentan que muchas zonas, al verse infrapastoreadas son colonizadas por matorrales y reducen la superficie de pastizal, mientras que otras se ven sobrepastadas y los pastos se deterioran por nitrificación y pisoteo, perdiendo calidad y biodiversidad. Además, advierten que la biodiversidad también se resiente porque algunas especies se ligan a recursos tróficos dependientes del ganado que va desapareciendo, como pasa con el alimoche y las carroñas de pequeño tamaño de las ovejas.
La Consejería defiende el trabajo realizado en el control del ganado que pasta en los montes de utilidad pública, en la reserva de los pastizales de puerto pirenaicos para ovejas, en la dotación en éstos de elementos auxiliares que permitan la práctica de la trashumancia —refugios, accesos, abrevaderos o apriscos—, en el uso de contratos de aprovechamiento de larga duración que permitan optimizar la actividad o en el desarrollo de planes silvopastorales que puede solicitar el propio ganadero y que reciben ayudas públicas para establecer elementos de apoyo ganadero en el pastadero y sobre todo para realizar desbroces de matorral que permitan recuperar los pastizales perdidos por el abandono.
"Para revertir el proceso hay que acabar con las escombreras, abrir pistas, realizar movimientos de tierra y realizar desbroces manuales"
Sin embargo, los ganaderos consideran que la normativa resulta «extemporánea». Una autónoma lamenta que desde 2012, año en el que puso en marcha su empresa, no ha recibido ningún plan silvopastoral. «Fíjese cómo están las cosas que en 2021 solicité tres planes para hacer desbroces y son insuficientes», dice.
Otro de los problemas a los que se enfrentan los ganaderos y, por lo tanto, los pastizales es la reducción en las zonas de montaña de la superficie de pastos con derecho a cobrar ayudas de la PAC. Y es que si bien es cierto que Agricultura comprometió mantener los coeficientes de admisibilidad, los ganaderos se quejan de que la incertidumbre en la que se mueven al no saber qué se va a cobrar en los años sucesivos hace imposible gestionar las explotaciones de manera viable. «¿Cómo pides un crédito si desconoces totalmente la subvención con la que vas a contar para hacerle frente?» se pregunta. Por ello, la alcaldesa de Murias de Paredes, Carmen Mallo, exige a la Junta una solución a largo plazo que abarque hasta 2027 y la puesta en marcha de inversiones en el mantenimiento de montes y bosques que ayuden a disminuir el coeficiente corrector. «¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de fijar población rural?», se pregunta y avisa del peligro de hablar de desarrollo rural cuando lo que se hace es dar y crear incertidumbres a las personas que se arriesgan. La regidora ofrece a la nueva consejera de Agricultura, María González Corral, un encuentro con los ganaderos implicados para que conozca de primera mano los problemas a los que se enfrentan en Murias de Paredes, uno de los ayuntamientos más perjudicados por el Coeficiente de Admisibilidad de pastos. «La conozco de numerosas reuniones y sé que es una persona que sabe escuchar».
"¿De qué hablamos cuando hablamos de fijar población rural? No se puede hablar de esto cuando lo que se hace es dar y crear incertidumbres a las personas que se arriesgan"
Otro de los ganaderos consultados sostiene que el problema radica en que la Junta no quieren gastar dinero en este tema. «Mire, esta comunidad tiene el problema de que no se permite hacer desbroces y a menos desbroces, menos zonas pastables. Encima te dicen que donde hay bosques no se puede pastar, así que te reducen las hectáreas y te pagan la mitad. ¿Qué seguridad tengo de no arruinarme?», evidencia. Niega que la responsable sea la Agenda 2030 y subraya que este documento hace recomendaciones, no impone restricciones. «Y encima, te obligan a renunciar a tener otros ingresos. Te hacen firmar compromisos y luego te cambian las reglas a mitad del juego. Tanto el Gobierno como Bruselas deberían ser los garantes de nuestros derechos, pero nadie hace nada. Es todo delirante y encima con el rollo de la admisibilidad están subiendo los precios de los pastos hasta límites insostenibles».
Todo ello lleva —y en esto coinciden todos— a la desaparición de la ganadería rural y de los pastos. «El monte crece todos los años y es masa combustible, una locura».
La bióloga leonesa Beatriz Blanco Fontao avisa de que las causas de degradación son el mal llamado abandono rural que en lugar de mantener el grado de pastizal con un input humano, sigue la solución ecológica y es colonizado por los matorrales y alguna especie de árboles como los abedules y las hayas, que finalmente se convierten en bosque. Explica que para revertir el proceso es necesario acabar con las escombreras en las zonas de alto valor, sobre todo las recogidas en la directiva Hábitat, la apertura de pistas, el movimiento de tierra, realizar desbroces manuales y en los sitios en los que la carga ganadera sea muy alta ponerle coto para mantener la diversidad. Y es que, además de la riqueza botánica, las praderas, sobre todo las alpinas —Vega de Liordes, en Picos de Europa o en la Vega de Faro— atesoran especies como el gorrión alpino, el acentor alpino, la rata topera, el gato montés y, por supuesto, todos los ungulados de montaña, como el rebeco. «La mayoría del terreno de la cordillera cantábrica sería bosque a no ser por la intervención humana y son el resultado de los desbroces y quemas históricos para lograr pasto para el ganado, sobre todo los vinculados a la trashumancia», revela.
En 2017 se publicaron los resultados de un plan Interreg que bajo el título SOS Praderas analizó las fortalezas y debilidades de los campos de siega de varias zonas de montaña de Europa. En León el estudio se llevó a cabo en Oseja de Sajambre y constató que el abandono de prados no mecanizables y la intensificación del manejo en aquellos otros había tenido como consecuencia la pérdida de diversidad de especies de flora y de mariposas debido a que el abandono produjo una progresiva colonización de los prados por parte de especies de matorrales y árboles, que fueron ganando terreno, cerrándose progresivamente el medio. El proyecto se llevó a cabo tras documentarse en la parte asturiana del Parque Nacional de los Picos de Europa la desaparición de un 32% de la superficie de prados de siega entre los años 2000 y 2010. La investigación concluyó que los principales obstáculos para conservar los pastizales eran la fragmentación de la propiedad de la tierra —muchas veces, además, las escrituras y catastro no reflejan con toda exactitud la propiedad—, el alto coste por hectárea de las acciones efectuadas, la ausencia de compromiso a largo plazo de los propietarios en el mantenimiento de los prados de siega y la necesidad de apoyo científico para diseñar y evaluar las medidas de seguimiento.