Presidentes en el punto de mira
Los dos intentos de asesinato fallidos contra Trump reflejan un patrón mortal en la historia de Estados Unidos, donde cuatro mandatarios fueron asesinados
Fueron apenas unos centímetros los que separaron a Donald Trump de la muerte el 13 de julio ya que las balas que tenían como objetivo acabar con su vida sólo alcanzaron su oreja. También sufrió un segundo intento tras ser disparado a una distancia de 300 metros mientras jugaba al golf en su residencia de Florida. Ser presidente de Estados Unidos acarrea un poder inmenso, pero al mismo tiempo, implica estar en el ojo del huracán.
Los intentos de asesinato tanto de mandatarios como de candidatos a la Casa Blanca se han sucedido, instaurándose como una tradición endémica dentro de una sociedad, la norteamericana, a la que Ronald Reagan calificó de «enferma» después de que trataran de matarlo en 1981. Como él y Trump, George W. Bush, Gerald Ford, Bill Clinton, Theodore y Franklin Roosevelt son ejemplos de una larga lista de líderes que se libraron de la muerte. Hubo otros que no corrieron la misma suerte: cuatro presidentes fueron asesinados.
—Abraham Lincoln (1864). La tragicomedia de Lincoln El teatro Ford, ubicado en Washington D.C, se convirtió en la sede del primer magnicidio de la historia de los presidentes estadounidenses, en una época en la que el país aún se sacudía de la Guerra Civil. Abraham Lincoln acudió junto a su esposa a una obra de teatro llamada ‘Nuestro primo americano’, una comedia ligera que, ironías del destino, terminaría siendo el trágico acto final de la vida de uno de los mandatarios más trascendentales del país.
John Wilkes Booth, actor de 26 años y simpatizante de la causa confederada, no se hacía a la idea de que los unionistas hubiesen ganado la guerra. Logró colarse en el palco presidencial del teatro, y deslizándose entre las sombras, disparó su arma contra la nuca del presidente, que se desplomó en su asiento. El tirador, aprovechando la confusión de la sala, saltó al escenario al grito de «Sic semper tyrannis» (Así siempre a los tiranos), una expresión atribuida a Marco Bruto, asesino de Julio César. El intérprete fue ejecutado doce días después. Lincoln se convirtió en un mártir nacional y su legado perdura hasta el presente.
—James A. Garfield (1881). Por un puesto diplomático James A. Garfield se había convertido en presidente tan solo 120 días antes del evento que desencadenaría en su muerte. Un día rutinario de verano se encontraba en la estación de ferrocarriles de Baltimore para irse de vacaciones a Nueva Jersey. De repente, el sonido de dos disparos provocó el caos. El primero fue una bala perdida, pero el segundo impactó en la espalda del presidente, atravesando su abdomen. El autor fue un abogado de 40 años, Charles J. Guiteau, enfurecido porque había sido ignorado varias veces por el Gobierno. Estaba convencido de merecer un puesto diplomático. Fue detenido sin oponer resistencia, proclamando que lo había hecho «por el bien del país».
Garfield no murió en el acto. Fue inmediatamente trasladado a la Casa Blanca. Sin embargo, la medicina de la época no estaba tan desarrollada y las técnicas utilizadas para extraer la bala no hicieron más que empeorar la infección. La suya fue una muerte lenta y agónica.
— William McKinley (1901). La llegada de una nueva era Estados Unidos entró al siglo XX bajo el mandato presidencial de William McKinley y con el éxito militar en Cuba bajo el brazo, lo que había significado el fin del Imperio Español en 1898. Tres años más tarde, la Exposición Panamericana en Búfalo, Nueva York, se convirtió en el escenario de su muerte. Un anarquista llamado Leon Czolgosz, al enterarse de que el mandatario acudiría a la feria, compró un arma y un billete de tren.
Al asesino le repugnaba la forma de Gobierno que a su parecer enriquecía a los ricos y empobrecía a los pobres. Fue por eso que sacó su revólver y disparó por partida doble al presidente en el abdomen. Un hombre le redujo de inmediato y posteriormente fue detenido por la Policía. Ejecutado siete semanas después, su acto significaría el inicio y el final de una época, con la llegada de Theodore Roosevelt a la Casa Blanca como el primer mandatario en adoptar una política claramente progresista.
— John F. Kennedy (1963). Tres disparos y un legado Si se menciona la palabra ‘magnicidio’, lo que a muchos se les vendrá a la cabeza es el nombre de John Fitzgerald Kennedy. Uno de los presidentes más carismáticos de la historia estadounidense, ‘JFK’, se encontraba en Dallas de gira electoral. Rodeado por una masa de 150.000 personas, se subió junto a su esposa y la comitiva presidencial en una limusina descapotable para saludar a la gente. El baño de masas se convirtió en un día negro de la historia estadounidense después de los tres disparos que acabaron con su vida. El primero impactó en la acera, pero los otros dos lo hicieron sobre su cuello y su cabeza. Fue trasladado al hospital, pero falleció media hora más tarde.
Lee Harvey Oswald, según la versión oficial, abrió fuego desde la sexta planta del Almacén de Libros de Texto de Texas. Fue asesinado dos días después en el cuartel de la Policía por Jack Ruby, propietario de un club nocturno. La muerte de ‘JFK’ alteró profundamente el curso de la historia. El shock nacional e internacional fue tremendo ya que, además, lo ocurrido fue retransmitido por televisión. A día de hoy, sigue siendo objeto de estudio y debate, ya que hay muchos que no se creen la teoría de que Harvey Oswald lo hiciese solo.
— Reagan, Carter... Desde entonces, han sido varios los intentos de asesinato perpetrados que no tuvieron éxito. Uno de los más sonados fue el de Reagan, que fue alcanzado por una bala que le perforó el pulmón en 1981. El hombre que le disparó, John Hinckley Jr, también estuvo a punto de disparar a Jimmy Carter un año antes, aunque no lo hizo. Quería matar a un presidente por un motivo surrealista: impresionar a Jodie Foster, actriz con la que se había obsesionado después de su papel en ‘Taxi Driver’.