Los dragones que saquearon el patrimonio leonés
Cientos de tesoros artísticos salieron de León a finales del siglo XIX y principios del XX con el fin de alumbrar museos de todo el mundo. También, españoles. Ahora vuelve a haber voces que reivindican el regreso a la provincia de piezas que nunca debieron llevarse de las iglesias y templos para los que fueron creados
Corría el año 2010 cuando el por entonces abad de San Isidoro, Antonio Viñayo, explicaba que a principios del siglo XIX se habían sucedido los expolios de joyas únicas del templo románico y describía que los tesoros en papel de la piedra fundacional del Reino salieron en carros con la Desamortización y, años más tarde, durante la revolución de La Gloriosa. Los ejemplos del ‘desfalco’ son innumerables, pero hay algunos que, por su importancia y debido a la manera en que fueron desposeídas a sus legítimos propietarios, merecen un enfoque especial. El patrimonio leonés ha sido esquilmado durante siglos y son numerosos los museos y bibliotecas de todo el mundo que custodia sus mejores exponentes bajo siete llaves. Códices, monedas, artesonados, cuadros, incluso féretros fueron robados o vendidos —en muchos casos con el silencio cómplice de las autoridades— y nunca más regresaron a León. La descentralización en unos casos y la descolonización en otras ha sido reivindicada durante el último medio siglo sin que nadie, al menos hasta el momento, haya cogido el guante para restituir parte de lo perdido. Ahora, con la política de descolonización de los Museos anunciada por el Ministerio de Cultura, son varias las comunidades que han vuelto a reivindicar la vuelta de las que consideran sus propiedades históricas. Es el caso del País Vasco con el Guernica o la Comunidad Valenciana con La Dama de Elche. Asimismo, una sentencia de 2021 del Tribunal Supremo que declaró la nulidad de las ventas de objetos artísticos procedentes del Monasterio de Sijena a la Generalitat de Cataluña y al Museu Nacional puede haber abierto la puerta a nuevas soluciones que abran las posibilidades de que algunas de las joyas que abandonaron la provincia puedan regresar.
Tesoros bibliográficos
Los códices, libros y archivos que se quedaron en España habitan hoy los espacios de la Biblioteca Nacional, la de Alcalá de Henares o la Real Academia de Historia. Uno de los ejemplos más importantes de este exilio es el Beato comentario al Apocalipsis, escrito por Facundo en 1047, el único que no se copió para un monasterio entre los siglos X y XI. Fueron los monarcas Fernando I y Sancha quienes encargaron la obra junto con otras muchas, en un mecenazgo cultural que tenía a la vez un interés religioso y político. El códice estuvo en el aula regia hasta 1063, momento en que se trasladaría a la basílica de San Juan Bautista de León, San Isidoro tras la llegada de las reliquias del santo.
El Ministerio ha preferido obviar la consulta de este periódico sobre si la descolonización anunciada por Urtasun llegará a León
Lo mismo ocurre con el Detalle del Fuero Juzgo, que data del siglo XI. El Beato permaneció en la Basílica hasta al menos 1572. Después de eso, comenzó un largo destierro hasta que terminó en manos de Felipe V. Otro de los códices que partió de León fue el Libro-juzgo, escrito en 1058, igual que las Obras de San Isidoro llevadas a Madrid por Felipe II y que nunca fueron devueltas. También desapareció la Biblia segunda del siglo IX en letras visigóticas que contiene los cánones y que pudiera ser la que existe en la Real Academia de la Historia.
Por último cabe destacar la historia del Cid Campeador con el título Incipiunt gesta Roderici atribuida al canónigo don Pedro Fernández de Castro en los albores del siglo XIII y el original del Cronicum Mundi. Ambos fueron llevados a Madrid en 1565. Los Milagros de San Isidoro se conservó en la Colegiata hasta el reinado de Juan II, que se lo llevó para leerlo y que nunca devolvió. Lo heredó su hija, Isabel La Católica y terminó en manos del regente, el Cardenal Cisneros.
El caso del Arqueológico Nacional
El Museo Arqueológico Nacional disfruta de muchas obras sin las que no puede entenderse la monarquía leonesa. Además, durante años su fuga fue decisiva en la creación de un relato histórico que relegó a la irrelevancia la importancia del Viejo Reino en la construcción de España.
Fueron Juan Malibrán y Juan de Dios de la Rada y Delgado quienes recorrieron León para conseguir el mayor número posible de objetos para el Museo madrileño. Sumaron a su botín piezas resultado de donaciones, compras, permutas así como los entregados por los gobernadores en virtud del decreto de incautaciones ordenadas por el Ministerio de Fomento. En los fondos del museo madrileño descansan por ejemplo el Torques de Astorga, la arqueta de ágatas y plata o el crucifijo de los reyes Fernando y Sancha. De hecho, los abades reclamaron al Arqueológico Nacional la devolución de muchas de ellas. «Se firmó el decreto de su devolución —destaca Alejandro Valderas, archivero de la Universidad y una de las personas que más ha investigado la ‘fuga’ de tesoros leoneses en todo el mundo—, pero nunca se hizo efectiva».
Palabra de saqueador: «No me atrevo a comprar algunos monumentos de primera importancia, aunque lo podría hacer»
Hace casi 15 años y con motivo de la celebración del milenario del Reino hubo de nuevo un intento para que las piezas regresaran. Tanto Juan Pedro Aparicio, comisario de la celebración, como la por entonces consejera de Cultura de la Junta de Castilla y León, María José Salgueiro, se conjuraban para reivindicar la devolución. Nunca más se supo y ni siquiera con la remodelación de los espacios para la creación del nuevo museo isidoriano se habló de esta posibilidad.
También el Museo del Prado atesora piezas procedentes de León. Es el caso del artesonado coyantino, decorado con espectaculares dragones, arpías y glifos. En 1876 los vecinos de Valencia de don Juan alertaron del mal estado de la iglesia y casi medio siglo después, el 12 de abril de 1926, se desplomó. Solo se salvaría la cubierta del coro y el artesonado que, una noche y cargado por un chamarilero en un carro de bueyes, ‘emigró’ de León. El historiador José María Luengo asegura que quedó en depósito por cinco mil pesetas y que poco después pasó a manos de un particular. Con el tiempo se supo que había llegado a manos del coleccionista José Luis Várez Fisa, si bien nunca trascendió quién se lo vendió ni por cuanto dinero. También en la colección de este mecenas terminó el retablo de San Juan Bautista
La ley que comienza a proteger el patrimonio se aprueba en 1928. Con Alfonso XIII hubo una propensión de algunas autoridades eclesiásticas a desprenderse del patrimonio. Es ya en la República cuando se declaran monumento nacional decenas de inmuebles con el fin de protegerlos y, si bien las transacciones económicas en relación a la compra fraudulenta se hicieron más difíciles, el mercadeo continuó. Así se entiende la salida de decenas de obras maestras de los templos leoneses. El museo del Prado también muestra una Crucifixión y cinco tablas del maestro de Astorga, así como el retablo de la vida de la Virgen y San Francisco, de Nicolás Francés.
La pregunta que hay que hacerse es por qué estas piezas fueron descolgadas de los templos y terminaron en colecciones y museos de todo el mundo. La rapiña, la avaricia y la necesidad se conjugaron para el desmantelamiento.
Anticuarios y marchantes de arte embaucaron a muchos sacerdotes y, a cambio de cantidades irrisorias, se llevaron tesoros únicos que luego venderían a coleccionistas internacionales. El pelaje de los traficantes fue de toda condición. Es el caso de Arthur Byrne, principal proveedor de tesoros españoles del magnate William Randolph Hearst y uno de los ‘depredadores’ del patrimonio de la provincia, de Ignacio Martínez, un chamarilero de Zamora al que se atribuye la compra en almoneda del claustro de la catedral románica de Salamanca, o de Juan Crisóstomo Torbado. «Sabemos que Juan Crisóstomo Torbado trabajaba en ocasiones a cambio de piezas. A veces las repintaba y en otras también realizaba copias, las duplicaba, con lo que algunas de las que aparecen en el mercado no son auténticas», subrayaba Valderas. En 1947, el Instituto Amatler de Barcelona mostró una serie fotográfica en la que aparecían muchas de las piezas que Torbado había ido atesorando. Algunas de ellas pertenecían al altar primigenio de la Catedral de León.
Entre los años 30 y los 50, los grandes coleccionistas catalanes comienzan a interesarse por el arte gótico leonés y se meten en una carrera por la adquisición de obras en un mercado que, tras la Guerra Civil, como hemos visto, está en almoneda. En 1947 muere Torbado y toda su herencia se tasa para ser vendida en Nueva York. El marchante es precisamente Ignacio Martínez. Su nombre aparece en las facturas de la venta del legado de los Torbado al Museo Nacional de Arte de Cataluña, más concretamente en la que factura un arcón de San Esteban de Nogales.
Hay una historia que muestra hasta qué punto la provincia fue sede elegida para el saqueo. La cuenta Francisco Prado-Vilar. Este profesor de la Universidad de Santiago de Compostela ha descubierto en Harvard fotos y cartas inéditas que desenmascaran una red de marchantes sin escrúpulos y cómo se perpetró el expolio del patrimonio leonés.
La correspondencia revela cómo llegó al Museo Fogg de Cambridge la lauda sepulcral de Alfonso Ansúrez de Sahagún y quiénes estuvieron implicados. La investigación lleva por título Sortes Apostolorum: La Odisea de Las columnas de Antealtares, del encuentro con el Guernica en Harvard a la reconstrucción del altar medieval.
Para muestra de lo que se hacía por entonces, basta leer la correspondencia que Arthur Kingsley Porter escribía a Paul Sachs desde el hotel Savoy de Madrid en 1925. Las cartas están publicadas en el artículo citado y muestran la depredación norteamericana con los tesoros leoneses: «He seguido tu consejo y me he puesto en contacto con Arthur Byne para ver si puede conseguir las columnas de Santiago. También está trabajando en alguna otra cosa que le encargué». . Cuando habla de ‘alguna otra cosa’, Arthur Kingsley Porter se está refiriendo a la lauda sepulcral de Sahagún que había descubierto en uno de sus viajes a la provincia con el fin de estudiar y de paso asolar el románico leonés.
Para sus propósitos contó con la ayuda de eruditos españoles a los que logró engañar haciéndoles creer que su propósito único era el reconocimiento del patrimonio. Uno de ellos fue el propio Manuel Gómez Moreno.
Este peregrinaje le llevó hasta Sahagún, donde encuentra, según sus propias palabras, una obra capital del románico hispano, la lauda sepulcral de Alfonso Ansúrez, el hijo del célebre conde Pedro Ansúrez, alto funcionario de la corte del rey Alfonso VI de León. La halló en estado de semi-abandono en el cementerio municipal. Algunas de las fotografías que tomó fueron publicadas pocos meses después en un artículo del Art Bulletin donde hacía una recensión del Catálogo Monumental de España, Provincia de León, de Manuel Gómez-Moreno, detallando los tesoros que se daban a conocer en él, incluida la lauda.
Sus intenciones quedan claras en la misma carta a Sachs en la que deja claro la estrategia de engaño que tenía a su llegada a España: «Los eruditos de aquí, como sabes, están irritados por la exportación de su arte a América. Han sido tan extraordinariamente bondadosos conmigo que no puedo usar los privilegios que me han otorgado para llevarme sus mejores cosas. Me parece que se enfadarían si compro demasiado. La verdad es que no me atrevo a comprar algunos monumentos de primera importancia, aunque lo podría hacer. Le acabo de escribir un telegrama a Byne diciéndole que compre uno que le indiqué».
Poco después de esto, la lauda estaba ya camino del Museo Fogg de Harvard tras haber sido adquirida por Porter a la familia saguntina que detentaba su propiedad. Lo hizo a través del marchante Arthur Byne, un arquitecto dedicado a desmantelar monumentos españoles. Fue, por ejemplo, el proveedor de Randolph Hearst, magnate de los medios de comunicación que se llevó a California artesonados y hasta un monasterio.
La nueva ubicación de la lauda sepulcral se reveló al mundo dos años más tarde cuando Porter publicó su libro sobre la escultura románica hispana, Spanish Romanesque Sculpture provocando una reacción inmediata de los eruditos españoles que movilizaron a las autoridades y al cuerpo diplomático para reclamar su devolución. Se inició así una negociación liderada por el historiador del arte Ricardo de Orueta, especialista en escultura funeraria y futuro Director General de Bellas Artes en el gobierno de la II República, que culminó en un acuerdo por el Museo Fogg accedía a devolver la lauda para ser depositada en el Museo Arqueológico Nacional a cambio de varias piezas de su colección, incluida una de las columnas románicas de mármol que habían sostenido el primitivo altar del apóstol Santiago, procedente del monasterio compostelano de San Paio de Antealtares.
Archer Huntington pagó 82.000 francos en 1912 por los sepulcros de Suero de Quiñones y su esposa, Elvira de Zuñiga
Huntington sentía fascinación por España y su legado es una de las paradas obligatorias de Manhattan que protege importantes ‘tesoros’ de León, como decenas de joyas numismáticas y códices. En 1912 pagó 82.000 francos por los sepulcros de Suero de Quiñones y su esposa, Elvira de Zuñiga, piezas del siglo XVI esculpidas en mármol blanco, que salieron de León en extrañas circunstancias. Él los compró a un anticuario parisino. Con los tesoros que adquirió en España, como una biblioteca con más de 15.000 libros anteriores al siglo XVIII, fundó la Hispanic Society of America.
Su ‘mano derecha’ fue el agustino omañés David Rubio Calzada. En 1927 se creó la Fundación Hispánica de la Biblioteca del Congreso de Washington, gracias a un generoso donativo del multimillonario de los ferrocarriles. A Rubio se le encomendó la misión de esta sección y que «los libros que han de comprarse deberán tratar únicamente de artes, oficios, literatura e historia de España, Portugal y América del Sur». Rubio viaja a España en varias ocasiones para adquirir libros.
En 1939 la Fundación Hispánica abrió sus puertas al público. El agustino leonés fue su guardián hasta 1943. En ese tiempo reunió en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos más de 150.000 libros y dejaba tras de sí la fundación hispánica más grande y mejor organizada del mundo. Hace cuatro años la mayor colección de monedas hispánicas que existía fuera del país salía a subasta. Lo cierto es que la Hispanic Society de Nueva York, para evitar que se dispersara la colección, intentó vendérsela al Ministerio de Cultura y al Banco de España, que rechazaron la oferta debido a la situación de crisis.
Meses después la casa Sotheby’s de Nueva York colocaba en el mercado casi 40.000 monedas españolas; entre las más valiosas, las procedentes de León, como las de Urraca, la primera reina que ejerció el exclusivo derecho real de acuñación de moneda en los reinos de León y Toledo, o un morabetino del reinado de Fernando II y otro de Alfonso IX.
Hay más exponentes del saqueo. El British de Londres se quedó con parte de los escritos de Santo Martino que hoy pueden consultarse online, el museo Frederic Marés de Barcelona ejerce la posesión de la puerta del monasterio de Carrizo de la Ribera y el Louvre de París conserva el cáliz y la patena del abad Pelayo, popularmente conocidos como el cáliz y la patena de san Genadio.
El Ministerio de Cultura ha preferido obviar la consulta realizada por Diario de León acerca de si la nueva política anunciada por Urtasun sobre la descolonización de los museos, ahora que el País Vasco vuelve a la carga con el traslado del Guernica —un cuadro que nunca estuvo en ninguna de las tres provincias vascas— llegará a León o si, como ha ocurrido durante los últimos doscientos años, León, como otros tantos territorios españoles simplemente sirve para diluirse en el marasmo de lo que decidan convertir a España. «Llegué a pedirlo delante del rey», dijo Viñayo hace veinte años...