Diario de León

El lugar donde la vida con cáncer es más vida

Cada año, la doctora Ana López González recibe en su consulta del Hospital de León alrededor de 300 nuevos casos de cáncer de mama, una enfermedad que cada vez ataca más a mujeres jóvenes y que, en muchos casos, se enfrentan a varios años de tratamiento. La oncóloga asegura que la supervivencia es cada día mayor y que lo que antes llegaba como una sentencia de muerte se ha convertido hoy gracias a los tratamientos de última generación en una enfermedad con grandes dosis de supervivencia

Imagen del acuario del servicio de Oncología del Hospital de León

Imagen del acuario del servicio de Oncología del Hospital de LeónFernando Otero Perandones

Publicado por
Cristina Fanjul
León

Creado:

Actualizado:

No me va a pasar. Es un mantra que se repiten todos los que ven la enfermedad y el dolor desde la barrera. «No nos va a pasar, hasta que nos pasa», dice Ana López González, oncóloga de la unidad de mama del Caule, que desdramatiza el cáncer y subraya la importancia que los últimos avances científicos han tenido en la supervivencia de sus pacientes. La doctora y su enfermera, Susana Abella, comienzan cada mañana una jornada en la que verán de media a una treintena de pacientes. Todas ellas llegan con su circunstancia médica pero, también, con los miedos, esperanzas, emociones y problemas que genera la vida, en suma, con la pequeña historia de su día que Susana grapa a las fichas médicas con el fin de ponérselo todo más fácil. «Susana es la referencia de las pacientes», dice Ana con agradecimiento, que sabe que luchar contra la enfermedad también es explicar, conducir, acompañar a todas las mujeres que se enfrentan al cáncer de mama. Porque la enfermedad no es un lapso de tiempo en la vida de quien lo sufre y en esa radicalidad Susana cumple un papel fundamental. El tándem está en marcha desde 2011, casi catorce años durante los cuales se ha puesto y ha salido el sol para centenares de mujeres —alrededor de 300 reciben un diagnóstico de oncología al año—. «Susana es mis manos, mis piernas y mi cabeza. Hace poco en Navidad recayó una paciente joven a la que habíamos dado el alta. La mandaron a urgencias un 22 de diciembre. Cuando volvió aquí y le diagnosticamos la recidiva me dijo que se alegraba de volver a verme pero que no fue hasta ver a Susana cuando se le habían quitado todos los nervios. Mira, hoy tengo 34 pacientes citados y llega una y le dice a Susana que no se encuentra bien... Ella es capaz de darles una respuesta. Tiene mucha inteligencia emocional».

"Mi padre me decía: Nunca tengas prisa cuando hables con un paciente, me decía. Y yo, cuando voy con prisa le oigo a él en mi cabeza. Me dice: más despacio, más despacio, déjale hablar, resuelve sus dudas...»Ana López González

Ana López González y la enfermera Susana Abella en la consulta del Caule

Ana López González y la enfermera Susana Abella en la consulta del CauleFernando Otero Perandones

Susana sonríe y llora. En la consulta de la doctora López a las lágrimas las atropellan las sonrisas. «Lo que pasa es que nos conocemos muy bien», dice para quitar importancia al trabajo que realiza para hacerlo todo más fácil. Día tras día, antes de comenzar las consultas, Susana ya ha hablado con las pacientes y ha reunido todas sus peticiones junto a cada uno de los historiales. 

«Trato de aprovechar los momentos en los que me encuentro bien porque a lo mejor al día siguiente o esa misma tarde me tiro cinco días seguidos en la cama. Así que si puedo subir una montaña, la subo porque el bajón es horrible.Marta, paciente de cáncer metastásico

Reportaje sobre el cáncer. F. Otero Perandones.

Marta es una de las pacientes de la doctora López.Fernando Otero Perandones

—¿Y a qué hora termináis?

—Cuando terminamos. 

Ana López González recibía en octubre el premio Mujer Leonesa que concede Onda Cero. En su intervención, recordó a su padre, médico como ella: «Nunca tengas prisa cuando hables con un paciente, me decía. Y yo, cuando voy con prisa le oigo a él en mi cabeza. Me dice: más despacio, más despacio, déjale hablar, resuelve sus dudas...»

Es el caso de Ana que con 40 años escuchó las palabras que lo cambiaron todo: Tienes cáncer.

«Tenía una masa muy grande que ocupaba casi toda la mama y muchos ganglios afectados: la axila, sobre la clavícula... Nosotros lo llamamos casos localmente avanzado. No tenía metástasis en ningún órgano pero había mucha enfermedad en la mama y alrededores», recuerda la oncóloga. 

La paciente habla desde el otro lado del espejo: «Recuerdo que me hicieron la biopsia y me dijeron que tenía un 95% de posibilidades de que el tumor fuera malo. Me acercaron hasta el despacho de Ana, que me recibió con un abrazo y llorando. Ahí es cuando le das las manos a Ana, cierras los ojos y vas donde te diga ella y su equipo». 

«¿Que qué pensé cuando conocí a Ana? Pues que se había escapado de la facultad. Confío en ella al mil por cien, con los ojos cerrados, porque acertó en uno de los momentos más delicados de mi enfermedad»Pilar, paciente del Servicio de Oncología el Caule

Reportaje sobre el cáncer. F. Otero Perandones.

Pilar, paciente de cáncer de mama.Fernando Otero Perandones

Ana ingresó un 7 de febrero de 2024 y del despacho de la doctora López pasó al resto de consultas: escáner, PET, TAC... «Todo eso te da seguridad porque sabes que la hoja de ruta ya está marcada para ayudarte». 

Durante los últimos años, el número de casos de cáncer de mama ha aumentado de manera gradual si bien la cifra de muertes se ha ido estabilizando y las tasas de supervivencia han subido gracias a la detección precoz y a la mejora en los tratamientos. De hecho, la cifra de mortalidad por cáncer de mama en España es de las más bajas del mundo y la supervivencia global a los cinco años del diagnóstico de este tumor es del 82,8%.

Pilar lleva 19 años con cáncer. Entonces, le descubrieron el primario, del que se repuso. Pero en 2012 tuvo una recaída y ahí fue donde conoció a la oncóloga. «Yo he estado curada por dos veces». La primera recidiva la tuvo por una microlesión en el esternón. 

—¿Y ahora?

«Yo he recibido una ola tremenda de cariño, de solidaridad de personas que no esperaba y ahora soy más feliz. Conozco el valor de cada segundo y deseo que llegue un día nuevo para estrujarlo»Ana, paciente de cáncer de mama

Reportaje sobre el cáncer. F. Otero Perandones.

Ana, otra de las pacientes de la doctora.Fernando Otero Perandones

«Ahora hay un pequeño problemilla», dice y confiesa que, aunque esté muerta de miedo, confía tanto en la doctora López que solo pide que no «la deje de la mano». Pilar está a punto de ingresar en un ensayo clínico para un tipo de tumor llamado HER2, una proteína que fomenta el crecimiento rápido de las células cancerosas del seno. «Hay un fármaco aprobado en líneas sucesivas que ha demostrado provocar un aumento en supervivencia muy importante, cuando lo ponemos en segunda línea». A Pilar se lo suministrarán en primera línea para ver si funciona. «Yo ya conozco el fármaco. Conocemos los efectos secundarios y la posología, con lo cual si funciona podría ser un gran avance para los enfermos», destaca la doctora López.

Cuando el cáncer llegó a mi vida

*Por Mercedes García
Sólo un instante, una pequeña décima de segundo, dista para que una única palabra te empuje al abismo, para que la existencia en la que hasta entonces estabas instalada se diluya como un azucarillo en el café, para que tu vida cambie para siempre, para que el precipicio se asome amenazante, para que por vez primera el presagio de la muerte llame al miedo más inquietante… Un miedo atenazante, que te envuelve hasta que te paraliza. Una aterradora sensación indescriptible que jamás te hubieras imaginado. Es el instante en que un doctor te comunica en Urgencias, con la cara desencajada, que las pruebas han hallado una masa en tu cuerpo. Se resiste a pronunciar la palabra cáncer, pero nada puede ocultar ni amortiguar la evidencia de un diagnóstico donde no cabe duda. Todo se derrumba y las lágrimas comienzan a brotar, la incredulidad, la incertidumbre y el miedo; siempre el miedo…
¿Cómo es posible? Tres horas antes trabajaba como cualquier otro día, planificaba ya el verano que estaba a punto de asomarse con sus días azules, pensaba en llegar a casa para cenar y ver el siguiente episodio de la serie del momento, las fiestas de San Juan y su alborozo se avecinaban…; y, de repente, no sales del Hospital de León. Todo funde a negro y empieza otra vida, una vida que derriba a la anterior, aniquila tu perspectiva de la existencia conocida hasta aquel momento y muta hacia un mundo desconocido, a otra realidad.
Arrecian como un tsunami el shock, el desconsuelo, las largas noches de insomnio y mañanas de lágrimas, la zozobra y el terror. Una marea de cariño te conmueve y estremece. Tu familia, tus amigos, todos tus compañeros de vida que te rodean y te quieren sufren contigo y tampoco pueden disimular su impacto y preocupación. Viajes para más pruebas, búsquedas de una segunda opinión y mil temores a decisiones apremiantes.
Tras algo menos de un mes, el primer encuentro con el oncólogo, previo paso por el quirófano para que los médicos conozcan de primera mano el alcance de esa masa tumoral que te invade. Hasta entonces hilvanas en tu cabeza como puedes diagnósticos, consultas y resultados de infinidad de parámetros. Ese día, el espejo de tu enfermedad al que el oncólogo te enfrenta hace que tomes profunda y brutal conciencia de qué es el cáncer y cómo campa sobre tu cuerpo. Mil preguntas, respuestas, abanico de tratamientos, historias de otros pacientes, el miedo alcanza niveles insostenibles y la idea de la muerte se instala con tesón y sin respiro. Nada aún de posibles cirugías, la quimioterapia será la clave.
El shock no se aleja, continúa marcando el paso, aunque pronto tomaré conciencia de mi enfermedad. Semanas después algo cambia y llega el momento de la aceptación. Tal vez fueron la dureza de aquellas primeras sesiones de quimio --con ocho horas enganchada a una máquina que pita con sus distintas bolsas de medicaciones-- y el contacto con otros pacientes oncólogicos y sus dramáticos y también esperanzadores testimonios los que me hicieron despertar a la realidad. El hospital se convierte en tu hábitat y por vez primera conozco las costuras internas de un sistema público de salud que impresiona en su respuesta, atención y medios.
Con la quimioterapia la oscuridad de ese pozo en el que por ahora te encuentras baja nuevos peldaños, los del abismo. Vuelves a casa con los efectos secundarios tras cada sesión. Durante varias jornadas, la vida se apaga y comienza una lucha titánica contra ti misma para superar cada día todo ese sufrimiento: náuseas, temblores, abatimiento absoluto, dolor, lágrimas, negros pensamientos, miedo; otra vez el miedo… Nada ni nadie pueden evitar tu soledad y angustia; con frecuencia también la rabia y el desconsuelo ante la incertidumbre te invaden y mutas en un ser insoportable y hostil hacia todo lo que te rodea.
Perder el pelo, hasta quedarte completamente calva a las tres semanas de la primera sesión de quimio, marca uno de los episodios más devastadores de la enfermedad. Otro baño de realidad que visibiliza el cáncer por todos tus poros, un sufrimiento que hace de nuevo retumbar todo tu cuerpo con un enorme dolor. Nadie quiere ser un enfermo, llevar un símbolo, como un pañuelo o un gorro en la cabeza, que grite a los cuatro vientos que eres un paciente oncológico. La alternativa, la peluca, ayuda, pero me resistí porque pretendía dar normalidad a una enfermedad que no debemos estigmatizar, ni ocultar. Hablar sin cortapisas de ella me ayudó de forma determinante en esta fase para sanar mi interior y reconciliarme conmigo misma y mi dolor.
Aprendes a navegar en esas aguas tempestuosas, a conocer que siempre vuelve a amainar, a escuchar a tu cuerpo, a gestionar y dosificar preguntas e incertidumbre, aunque no puedes evitar sentir pánico y miedo ante las revisiones y consultas periódicas con tu oncólogo. La vida siempre regresa tras esos oscuros días posteriores a la quimio y, como un pequeño pajarito, comienzas de nuevo tu vuelo. Así, una y otra vez cada 21 días durante el primer medio año tras el diagnóstico.
También llegan las buenas noticias, el tratamiento cumple su misión y los niveles tumorales bajan muy significativamente. La cirugía comienza a vislumbrarse y con ella la puerta a la supervivencia a uno de los cánceres más agresivos que se conocen. La obsesión por ser candidata a esa operación y cumplir todos los requisitos para conseguir la intervención, fuera de la provincia en un hospital de referencia, inunda todas las horas del día. Hasta que por fin una doctora te da la noticia de que serás operada por uno de los mejores equipos de cirujanos del país. No puedo describir la emoción de ese momento, mi gratitud, mis lágrimas y mi esperanza en ese nuevo paso en la lucha contra esta enfermedad.
Una enfermedad llamada cáncer que me enseña cada día las lecciones más importantes de mi existencia, sobre todo, a amar a la vida sin condiciones, a dar las gracias por la oportunidad de poder enfrentarme a ella con una fuerza casi sobrenatural que nunca había conocido; a mostrar mi gratitud infinita a la medicina, la ciencia, la investigación y a Dios; a disfrutar y exprimir cada instante y a querer con toda mi alma a mi familia, mis amigos y a tantas personas que siempre están cerca. Me dan la mano en los momentos más oscuros y celebran conmigo cada triunfo, entre ellos mi querido oncólogo y todo el equipo de enfermería que vela por mí. Me conmueve el cariño, entrega y entusiasmo de cada uno de ellos ante cada paso hacia delante que doy. Sin ellos todo sería imposible. También mi sufrimiento llega con su dolor ante mi enfermedad, los desvelos y la preocupación que invaden a los que más te quieren por este cruel cáncer que en realidad marca todas nuestras vidas.
La cirugía trajo nuevos miedos, el temor al quirófano, a una operación de ocho horas, a un rescate extremo, como lo denominan en el argot médico, a una estancia larga en otro hospital lejos de León, a la vuelta a casa… Recuerdo aquellos días como en una nebulosa con la sedación, las cicatrices, las visitas médicas, los cuidados, los primeros pasos por los largos pasillos y los mimos de familia y amigos.
Y con la pandemia a la vuelta de la esquina, la amenaza del covid dio un nuevo giro a mi incertidumbre y miedo con un salto al vacío ante un virus del que nadie atisbaba a conocer su alcance, aunque las advertencias de que podía matarme ante mi débil sistema inmunitario llegaron rápido. El largo confinamiento en pleno postoperatorio sólo dejó en el hilo telefónico mi comunicación con cirujano y oncólogo. Meses sin pruebas que me llenaron de zozobra y angustia ante la falta de noticias sobre mi evolución. La voz y las palabras de mis doctores me reconfortaron y lograron tranquilizarme. Mi recuperación alcanzó pronto velocidad de crucero y con ella casi un año después de la cirugía pude volver a trabajar. Sólo fueron ocho meses, pero la sensación de recuperar mi vida y que el pulso de la normalidad regresaba me invadió de bienestar y felicidad. La pandemia me obligó a trabajar desde casa. Nunca volvería ya a mi empresa.
Medio año después las pruebas evidenciaron mi primera recaída, llegarían otras, y todo vuelve a empezar. Mazazos difíciles de digerir, justo cuando todo transcurre en calma, con mi vida palpitando como nunca antes. Regreso a la quimio y de nuevo baja laboral, hasta el temido y demoledor momento de tener que abandonar tu trabajo para siempre por prescripción médica y legal.
Han pasado ya algo más de cinco años desde que me diagnosticaron cáncer, una gran cirugía, una pandemia y casi treinta sesiones de quimioterapia en distintos momentos y la capacidad de superación del ser humano no deja de sorprenderme en cada envite de la enfermedad: caerse y levantarse para tratar de seguir y seguir. Cada día cuenta y no valen lamentos, ni quejas porque la vida es algo tan extraordinario y bello que no podemos, no debemos perder; no ahora; no tan pronto; no sin luchar hasta nuestro último aliento. En este largo camino, amigos queridos han muerto por esta cruenta enfermedad, no hay día que no les recuerde. Llevo grabadas a fuego sus enseñanzas, sus valiosas palabras, su impactante esfuerzo por aferrarse a este mundo y todos los momentos de esperanza y amor por la vida que atesoramos juntos.
****A todos los enfermos de cáncer por su arrojo y valentía ante la enfermedad, su ejemplo diario de superación, denodada lucha por la supervivencia y amor sin límites por la vida. Aferrémonos a la esperanza. Cada día cuenta.

Diecinueve años son muchos pero cuando Pilar ha entrado en la consulta su rostro se ha transformado. «¿Que qué pensé cuando conocí a Ana? Pues que se había escapado de la facultad. Confío en ella al mil por cien, con los ojos cerrados, porque acertó en uno de los momentos más delicados de mi enfermedad». 

Y es que una de las cosas en las que coinciden todas las pacientes es en la estrecha relación que tienen con Ana y Susana. «La psicóloga de Pilar son las manualidades», comenta la médico, que tiene en el despacho muchos de los regalos que, año tras año y por lo general en carnaval, Pilar les acerca al hospital. «Estoy con ellas a muerte», dice con rotundidad al tiempo que explica que antes de caer en sus manos ya le habían dicho que el equipo de Oncología del Caule era el mejor. «Pese a todo y aunque está saturado de pacientes, yo no salgo del Hospital de León», añade. 

Pilar era cartera y durante los primeros siete años no dejó el trabajo. «Me encantaba y pude seguir con él porque por entonces no me ponían quimioterapia sino inmunoterapia. Fue así hasta que apareció la microlesión en el sacro, inicié el tratamiento con la vinorelbina y me dieron la baja médica. Llevo 85 radiaciones. Si me acercas a una bombilla doy luz», comenta con humor. «Es una superviviente», apostilla la doctora. Cuando un paciente entra en un ensayo clínico debe someterse a varias pruebas en unas ventanas de tiempo. Por esa razón, últimamente Pilar ha tenido que madrugar para llegar hasta León —ella vive en Astorga— y realizar todos los controles de manera muy concentrada. «Hoy tienes una mamografía, una analítica y un escáner cerebral. También nos piden una consulta oftalmológica y el otro día se hizo una biopsia porque hay que asegurar que esto es una recidiva del cáncer de mama. Tiene la lesión en un lugar difícil pero consiguieron hacer la punción y salió bien», explica Ana López.

La doctora es miembro del Comité Ético de Investigación de la Universidad de León, colaboradora en la docencia del Máster Universitario en Innovación en Ciencias Biomédicas y de la Salud de la Universidad de León y tutora de oncólogos residentes en el Caule. Tiene una carrera cargada de proyectos cumplidos con los que ha ayudado a las enfermas a mejorar su calidad de vida, amén de su fortaleza y temperamento, actitudes importantes para la curación. A ella se debe, por ejemplo, la instalación de un gran acuario en el hospital de día del Caule que aumenta el bienestar de los pacientes así como la celebración de un taller sobre sexualidad y cáncer.

«Las palabras curan», confiesa Ana que cuando le contó a su hijo que tenía cáncer le aseguró que se curaría. «Pero de repente me puse a llorar. El niño se acercó y me preguntó por qué lo hacía. Me acabas de decir que te vas a curar», le susurró con perplejidad. Porque el cáncer también son fases. Fases en las que hay un momento para llorar, para tener miedo, para contárselo a tu familia y amigos y, también, para llenarte de fuerza y emprender la lucha. La misma que demuestra Marta, cuatro años con cáncer metastásico. «Tienes 41 años y dos niños pequeños y no eres capaz de procesar que tienes metástasis y que al día siguiente del diagnóstico empezarás la quimioterapia. Recuerdo que nada más iniciar el tratamiento me puse a llorar. ¡Si yo hace tres días estaba bien! ¿Qué iba a ser de mi vida?» Ahora, Marta acude cada tres semanas a ponerse el tratamiento y confiesa que ese día se siente reconfortada. A pesar de que sabe que luego se encontrará mal, acude tranquila porque, piensa, «me van a poner algo que me va a mejorar y es un día para mi». Con ese fin acaba de iniciar una nueva quimioterapia. «Te dejas guiar por Ana porque ahora mi vida es lo que venga. Me mantienen con vida, que es lo importante, y mientras, espero a que aparezca algo que cronifique la enfermedad. Se trata de ganar tiempo y llevarlo de la mejor manera posible porque lo mío no tiene cura».

Marta tiene ahora la lesión en el cerebro y la doctora López la transmite confianza y explica que, como le ocurre a Pilar, con Marta exploran la posibilidad de que viaje fuera de León para someterse a un ensayo clínico. 

—¿Y el día a día?

—Cada día es diferente porque tu fuerza y tu estado anímico son muy volubles. 

Marta subraya que hay días en los que apetece hacer muchas cosas y otros en los que es incapaz de moverte. «Por eso trato de aprovechar los momentos en los que me encuentro bien porque a lo mejor al día siguiente o esa misma tarde me tiro cinco días seguidos en la cama. Así que si puedo subir una montaña, la subo porque el bajón es horrible.

Otra de las consecuencias de la enfermedad son los desencuentros. «Hay ocasiones en las que a tu familia le cuesta entender. Es normal pero cuando tienes un día bueno te vas a cenar con tus amigos, o proyectas un viaje... Haces todo lo que no podrás hacer en el futuro»... La culpa también ronda en ocasiones a las víctimas del cáncer. Y muchas veces es la propia sociedad la que provoca este sentimiento en ellas. Ocurre cuando las juzgan porque los tribunales populares surgen en el momento en el que menos nos lo podemos esperar. «Te dicen que te ha pasado porque no te has revisado cuando debías o porque comías mal o porque no te cuidas lo suficiente. La sociedad puede ser cruel». Esta tendencia es, además de hiriente, innecesaria porque las pacientes ya se hacen todas esas preguntas sin necesidad de que nadie se las recuerde. ¿Por qué no fui al médico antes? ¿Por qué si no me encontraba bien lo dejé? Mis hijos no tienen la culpa de tener una madre enferma... una retahíla que la doctora López González y la enfermera Abella tratan de borrar de la mente de sus pacientes. 

Un denominador común en todas ellas es la fortaleza moral, un ánimo que las lleva a mirar el mundo con piedad. «Aprendes a empatizar más, a pensar que todo el mundo tiene problemas. Yo ya no me estreso porque doy importancia a lo que lo tiene. ¿Es tan importante? pregunto cuando me cuentan problemas que tienen solución. Me he vuelto más calmada porque lo único que quiero es vivir y tengo que aprovechar el tiempo como pueda», reflexiona Marta. 

«También hay ángeles que te ayudan con la mirada, sin decir nada. Voy por la calle y alguien me mira y me sonríe. Sé que me está dando fuerza, que me dice, tranquila, te vas a recuperar». Ana cuenta que hace unos días una desconocida la paró y le dio un abrazo. «Yo he recibido una ola tremenda de cariño, de solidaridad de personas que no esperaba y ahora soy más feliz porque me doy cuenta de que la vida te sorprende, te pone trampas para que encuentres caminos en los que nunca pensaste y que todo pasa por algo. Conozco el valor de cada segundo y deseo que llegue un día nuevo para estrujarlo», dice entre sollozos. También piensa en el valor de todas las mujeres que tuvieron cáncer en un momento en el que no había los recursos ni los adelantos científicos que existen hoy. Ana confiesa que tiene miedo, que el sentimiento existe y que va a seguir ahí. «Pero me siento muy afortunada y esto no lo puede decir todo el mundo».

Marta confiesa que la enfermedad la está destrozando. «Te vas acercando a la barrera de los cinco años y te da miedo, aunque pienses que hay gente que la supera y que esto, al final, es ganarle tiempo a este tipo de cáncer». Mientras Marta habla, el tándem formado por la oncóloga y la enfermera asienten y Ana López asegura que en su consulta nunca habla de barreras ni de años de supervivencia. «Yo tengo pacientes de cáncer metastásico que llevan mucho más de cinco años —lapso que se usa para medir la longevidad— y se encuentran bien», asegura. La doctora añade que intenta explicar muy bien a las pacientes qué es lo que les pasa. «Se quedan mucho más tranquilas porque cuando entiendes cómo opera la enfermedad te sientes más tranquila», asegura . De hecho, la experiencia ya la permite saber si las pacientes entienden lo que les explica. «Sé cuando los datos saturan y tengo que parar. Siempre les digo que trato de ponerme en sus zapatos, aunque eso es imposible. Pero ¿Cómo no lo vas a entender? Marta y yo tenemos la misma edad y también tengo dos hijas pequeñas».

La capacidad de Ana López no se acaba en la escucha, el acompañamiento, en su indiscutible talento médico ni en su humanidad. Ella misma dice que hacen «encaje de bolillos» para lograr que la vida de las pacientes se resienta lo menos posible. Para eso, no duda en ponerse en contacto con colegas de otros hospitales, incluso de otros países, para que ellas cumplan sus sueños. «Ahora tengo una paciente metastásica en México. Se ha ido allí con sus pastillas, se ha hecho análisis en una clínica de México y me los ha enviado por fax. A través del correo electrónico le hemos dicho que está perfecto y que siga tomando las pastillas». Porque cada vez hay más mujeres muy jóvenes que viven muchos años metastásicas y que quieren disfrutar. «Los ciclos se adaptan porque es muy importante que todas ellas sepan que pueden seguir con su vida dentro de un orden».

El aspecto social es muy importante en la consulta de Ana López. Por eso hacen preguntas que, en principio, podrían parecer impertinentes. ¿Qué por qué preguntamos que tal lo llevan sus parejas? Pues porque en algunas ocasiones, las abandonan y entonces nos encontramos con una mujer en medio de una quimio y con un niño pequeño en casa. Hay otras sin familia y tenemos que buscar personas que se turnen para cuidarla».

—¿Sois capaces de conocer a todas vuestras pacientes?

—Prácticamente, dice Susana. «Dése cuenta de que las metastásicas, por ejemplo, vienen cada tres semanas a darse la quimioterapia».

Ana y Susana aseguran que tienen suerte con su profesión. «Cada día te llevas una lección de vida a casa», afirma Susana, que califica su trabajo de «precioso». «Esto es durísimo pero tenemos grandes alegrías. He tenido pacientes que se han quedado embarazadas tras el tratamiento», recuerda la doctora, que precisa que «escurren» cada consulta para aprender de sus pacientes, de todo lo que les dicen. «La oncología es luz y vida, y es aprender a vivirla porque la de todos tiene fecha de caducidad y por eso debemos preguntarnos qué queremos hacer con ella. A veces, cuando acabamos el tratamiento y las pacientes me preguntan qué tienen que hacer a partir de ese momento, siempre les digo lo mismo: vivir».

tracking