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Nevada en la Aquiana.Augusto Blanco

León

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Cada vez nieva menos en la provincia pero eso no ha reducido el riesgo. «Se siguen produciendo episodios de grandes nevadas con consecuencias como pérdidas personales, muertes de animales, daños en infraestructuras o aislamiento y desabastecimiento de suministros en algunas localidades», señalan Alfonso Pisabarro Pérez, geógrafo y profesor de Geografía de la ULE, y Adrián Melón Nava, investigador predoctoral en formación (FPU) en el Departamento de Geografía y Geología de la Universidad de León.

El peligro más evidente son los aludes. En 2021 provocaron el fallecimiento de dos trabajadores en la vertiente asturiana del puerto de San Isidro y, aunque sin víctimas, afectaron a carreteras en Valdelugueros o el puerto de Panderrueda, o en 2009, cuando un montañero murió arrastrado por un alud en Mampodre.

Pisabarro y Melón recuerdan que durante la ‘nevadona’ de febrero de 2015 hubo que alimentar a los animales con helicópteros y murieron cientos de ellos al no tener qué comer.

«Si retrocedemos en el tiempo son conocidas algunas nevadas importantes en el siglo XX, destacando las que se produjeron durante la década de 1950, con especial intensidad la acontecida entre enero y febrero de 1954 y las posteriores de enero de 1978, cuya descripción aparece en las hemerotecas de los periódicos y en los boletines meteorológicos de la época. De carácter más excepcional y estudiada con interés en Asturias en la tesis doctoral de la doctora Cristina García Hernández fue la nevada de 1888, que en Asturias que se cobró decenas de fallecidos», explican.

Su estudio sobre el impacto de la nieve en la provincia les ha llevado al Período de la Pequeña Edad del Hielo, que ha dejado evidencias como marcas en algunos edificios que hablan de la copiosidad de la Cordillera. Y en 1713 en Camasobres (Palencia) se alcanzaron casi los 10 metros con solo 1200 m de altitud.

«Habitualmente estas nevadas excepcionales se dan en el caso de que las masas de aire frío (de origen polar o ártico marítimo) penetran desde el norte o noroeste con una gran cantidad de humedad. Este tipo de episodios favorecen una gran acumulación de nieve cuando son situaciones persistentes, que en función de la dirección del viento y la diferencia de presión, entre otros factores, pueden llegar a dejar cantidades de nieve destacables incluso en la llanura. En cambio, los episodios en que nuestra provincia se ve

afectada por masas de aire frías del nordeste (polar continental) suelen dar lugar a episodios con temperaturas muy bajas, pero con menor precipitación debido al origen seco de las masas de aire, por lo que las nevadas no son tan extraordinarias en esos casos,

excepto cuando interaccionan con la llegada de precipitación desde otro origen en forma de choque de masas de aire, que pueden llegar a dejar nevadas destacables en cotas bajas», explican.

«Conviene recordar además el riesgo asociado a las lluvias intensas sobre la nieve en algunas zonas, que se producen cuando fuertes lluvias con temperaturas positivas coinciden con una gran acumulación de nieve y saturación de humedad de los suelos, generando fuertes escorrentías. Pueden dar lugar a inundaciones debido a los aumentos de los caudales de los cursos fluviales por la acción conjunta de la lluvia y el deshielo de la nieve», añaden.

Pisabarro y Melón avisan de que «no se descartan episodios extremos de nevadas en el futuro, para los que conviene incidir en la prevención, reduciendo la exposición y la vulnerabilidad de las personas», y advierten de que «la exposición se puede reducir antes de que ocurra, evitando que las construcciones e infraestructuras pasen por lugares peligrosos, o bien, si no es posible cortando el acceso a estos puntos cuando se acerque un fenómeno de este tipo. La vulnerabilidad se puede reducir educando a la población para saber leer estas situaciones de peligro y que se tenga

claro que hacer».

Ambos han abordado también los deslizamientos de tierra o rocas, como el que ha ocurrido en la AP-66. «Comparten con los aludes la necesidad de una serie de elementos desencadenantes. La pendiente de las laderas, la inclinación de las capas rocosas, el tipo de roca, el tipo de vegetación o su ausencia, así como el grado de humedad. Generalmente los puntos peligrosos se pueden saber con

relativa precisión porque se cumplen todas las condiciones anteriores y en ocasiones están advertidos por señalización», apuntan.