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A la brigada' la sebe

Es el paisaje más característico de las riberas y la montaña de León; una intrincada y verde cartografía de setos vivos que recibe el nombre de «sebes» o «cierros» y que esconden una muy particular manera de ver el mundo

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

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Cosas que en apariencia pueden parecernos simples y cotidianas, por completo desprovistas de secretos y de magia, como una sencilla sebe de ésas que entreveran y urden todas nuestras riberas, ocultan bajo su verde y espinosa apariencia muchas más cosas de las que nos muestra a primera vista. En realidad constituyen uno de los más particulares, bellos, útiles y característicos productos de la economía tradicional leonesa, fruto de la visión que nuestra sociedad, quizás la más fuertemente rural de toda la Península, tiene del mundo y la Naturaleza. Pero antes de nada, ¿qué es una sebe? Una sebe, o un cierro , que de las dos maneras se denomina en León, es un seto, habitualmente vivo, aunque no siempre, formado por una trabazón de ramas, varas flexibles, palos y zarzas, apoyado en árboles de gran porte, que se ha venido empleando en todas las comarcas del viejo Reino para cerrar huertos, campos y sobre todo, prados. Sebe es su nombre tradicional leonés, así se le conoce en toda la montaña, en las riberas del este de la provincia, y también en el Bierzo. En el Páramo y tierras del Órbigo prefieren la denominación cierro . En esencia, para hacer una sebe sólo se necesita tener la necesidad de delimitar y cercar un prao y contar con materiales vegetales suficientes, como estacas, ramas de negrillo/negriellu (olmo) y de salguera/salgueira/sabugu (sauce), palos y ramaje de muy diverso tipo. Así, por ejemplo, según la costumbre de la montaña del Porma, lo primero que se hacía era hincar en el suelo una serie de estacas de madera, a unos 20 centímetros unas de otras, que demarcasen toda la extensión de la tierra que se desease cerrar. Sobre estas estacas verticales se fijaban, de manera horizontal, largas ramas de negrillo, un tipo de madera muy apreciada por su resistencia y plasticidad. La unión entre estas ramas con las estacas verticales se hacía mediante varas de salguera, que ataban a manera de nudos los dos elementos y que actuaban tal y como si se tratase de resistentes sogas. Para conseguir esa flexibilidad extrema, las salgueras debían retorcerse con las manos una y otra vez ( arregucir ), un movimiento automático y continuado que se hacía en casa, o sentado en medio del campo, y que transformaba en resistentes y dúctiles cuerdas tanto las varas como su propia corteza. Así, se conseguía armar un bastidor al que llaman cincho . Los huecos vacíos de esa especie de valla básica se rellenaban con una gran variedad de materiales, y también se disponía de fórmulas distintas para ello. Se podían completar entretejiendo vilortas hasta formar una tupida malla, o trabando palos, ramajes y listones para conseguir un apretado y compacto seto. Esto, si se quería hacer un cierro seco, y, mucho más comúnmente, si éste ha de ser vivo, entonces se procedía a cavar una pequeña zanja al pie de las estacas verticales. En ellas se plantaban unos tallos de zarza, de espino o de cualquier otro arbusto espinoso, que prendían rápidamente introduciéndose por entre los huecos de las estacas y las ramas y que terminaban por cegarlos. También es normal combinar las dos técnicas, y sobre todo, que de trecho en trecho el conjunto se vaya sustentando en árboles, normalmente chopos, nogales, negrillos, salgueras, y en El Bierzo, castaños, pues en esta comarca también se emplea la sebe para cercar los tan característicos sotos. Con el fin de permitir el paso de personas o animales al prado o al huerto se dejaba un espacio que se cerraba con una rústica puerta de maderos o troncos claveteados llamada cancilla , canciella , cancela o portillera . La sebe se consideraba más resistente aún que la tapia de adobe techada de barda, y sólo requería que, más o menos cada dos años, se procediese a su limpieza y cuidado, podando los zarzales o reemplazando algún elemento deteriorado. El resultado es el paisaje más característico y emblemático de las riberas de León, una intrincada cartografía de prados, campas y praillonas que forman un tapiz verde y palpitante de vida, con cien callejas, caleyos y caminines serpenteando entre ellos y surcados por una intrincada red de regatos y madrices que los mojan con el agua de las presas y pontonas . La utilidad de las sebes, para cuya creación, como se ha visto, no se necesita ni un clavo ni una cuerda ni una herramienta sino sólo especies vegetales y las manos del hombre, no acaba en la mera demarcación de un terreno. Los árboles (nogales, castañales) nos ofrecen sus frutos y su leña, las hojas del chopo se atropan para alimentar a los conejos y a otros animales domésticos, los arbustos aportan sabrosas moras y garametos o plátanos , y en los prados, aparte de la hierba para el ganado vacuno, se esconden las ricas acederas y corre fresca el agua de la madriz . Todas estas utilidades casan perfectamente con la mentalidad tradicional de los habitantes de la aldea leonesa, espacio donde, al no existir especialización agraria alguna, las actividades se diversificaban al máximo, siendo bien recibidos y aprovechados todos y cada uno de los bienes que aporta la naturaleza, por pequeños y casi insignificantes que sean. Esas virtudes de la sebe, de las que se han beneficiado durante siglos nuestras comunidades, son precisamente las que han acabado por condenarla a muerte en nuestros días. La mecanización del campo y la necesidad de una especialización agraria para la subsistencia de los pueblos en un mercado globalizado, de una implacable optimización de los recursos, ha acabado con el férreo minifundismo, fruto de mil particiones y herencias a veces extremadamente troceadas (en León no existen los mayorazgos y la repartición se hacía más o menos a todos los hijos por igual), que han caracterizado a esta tierra durante gran parte de su historia. La encarnación de esa modernización es la concentración parcelaria, que ha acabado con la hermosa fronda verde de miles de hectáreas de sebes y ha uniformizado el campo. Aparte, la sebe es un formidable hervidero de vida vegetal y animal. Además de los árboles y arbustos que fijan el terreno y la tierra fértil evitando la erosión, en sus copas y ramas encuentran cobijo decenas de especies de pájaros, de la pega al pardal , a sus pies fabrican sus madrigueras los mamíferos y en sus presas y regatos medran las ranas y muchos otros seres, quizá entre ellos también los geniecillos leoneses, el reñubero , el trasgo , la culuebra o la jana , que ahora cada vez tienen menos sitios adónde ir. Pasear entre ellas, sentir la luz del sol filtrarse entre sus ramas u observar de qué manera responden al paso de las estaciones es toda una delicia, así como ver reflejado en este preciado ecosistema las formas de vida, los hábitos sociales y las bellezas naturales que nos son más propias. Se trata de un paisaje cultural y ecológico; y verdadera seña de identidad para el territorio de León. Y todos los días caen a golpe de sierras mecánicas y palas excavadoras.