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La palabra enferma, o los nuevos tiempos de la lengua

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León

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El mercado acoge cada año cientos de libros de poesía, y no todos ellos con la calidad deseable. Una conclusión unánime del Congreso de la Lengua «Poesía necesaria», en el que coincidieron tanto los autores como los editores. Éstos últimos apostaron por primar la excelencia a las tendencias y modas a la hora de publicar un poemario, si bien se reconoció que comercialmente la poesía vende poco. Apuntaron también el papel de las instituciones, convertidas en los últimos tiempos en reducto de publicación de las obras minoritarias. Sin embargo, los editores apuntaron que no debería existir queja por parte de los autores, ya que al año se publican miles de libros de poesía. Una barbaridad, ellos mismos lo reconocen, porque no se puede leer todo eso. Y porque, evidentemente, la selección a través de la calidad no es la máxima que se sigue en esta dinámica. Lo bueno y lo menos bueno En ello coincide el catedrático de la Universidad de León José Enrique Martínez: «Hay alrededor de 300 poetas que publican cada año, salen más de mil libros diferentes, una cifra excesiva que impide incluso que los críticos puedan valorar lo que hay de bueno en ese aluvión de publicaciones». Martínez advierte además que «la poesía por menos de nada te da gato por liebre», y que aunque es difícil que los libros buenos pasen desapercibidos, siempre puede haber obras que parezcan más de lo que son. Eso sí, la máxima de que el tiempo pone a cada uno en su lugar siempre funciona. Difícil selección para los críticos, y también para los editores, que pretenden acertar en tres frentes: mantener las publicaciones de los mejores en la actualidad, apostar por los nuevos nombres y rescatar a quienes viven un inmerecido olvido. Ambicioso proyecto. En la parte de la popularidad, como el antes mencionado libro de Joaquín Sabina, algunos editores lo tienen claro, como Adolfo García Ortega: «Todo editor debe atender a su catálogo de publicaciones y a su negocio. No es un desdoro incluir en el catálogo a un poeta que tiene muchos lectores, no es intrusismo, es una buena opción editorial con fines económicos». Pero no todo es optimismo en el mundo poético actual. En el congreso se habló de la palabra como eje central de la poesía, y no pocos concluyeron que la palabra está enferma. Entre ellos el autor aragonés Ángel Guinda, para quien la palabra «es un ser vivo que hoy está enfermo y manipulado tanto por el poder como por la baja calidad que ofrece la literatura y los medios de comunicación». Apuesta por «reflexionar para ser más vivos desde una palabra salvajemente libre». Un planteamiento que también defendió Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de la Lengua, cuando al inaugurar el congreso asignó a la poesía un papel minoritario en la lucha contra la uniformidad social imperante y la petrificación de un lenguaje asoladop or la pubilcidad. «Los versos son necesarios para combatir la globalización actual, que nos hace clónicos de una civilización», defendió. Críticos Uno de los participantes en el congreso más duros en este sentido fue el catedrático y crítico Ricardo Senabre, para quien los poetas que en la actualidad son más premiados y más laureados no son los mejores. «La publicidad se ha convertido en un elemento perturbador de la edición poética», manifestó, al tiempo que se mostró convencido de que a muchos de los nuevos autores les falta un importante bagaje de formación. «El poeta se hace en la lectura, declaró, no se puede ser un gran poeta sin ser lector de poemas. Hoy en día se escribe sin un caudal de lecturas previas, con un déficit importante». Para el profesor salmantino, «la crítica en España es tan defectuosa y mediocre como la creación», ya que en su opinión «si se hiciese caso de la publicidad que habla de que al año se publican veinte o treinta novelas que son irrenunciables, y quince o veinte poemas que no se pueden dejar de leer, creeríamos que estamos en un siglo de oro». Parece que no es así.