Diario de León

Las galochas a la puerta

La madreña es el calzado más típico del Viejo Reino, justo lo que se necesita para pisar calles embarradas y suelos mojados

JESÚS

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Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

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Hay imágenes que surgen de cuando en cuando en la memoria de nuestros mayores (y no tan mayores) asaltando su nostalgia y trayéndoles el recuerdo cálido de un pasado marcado por la convivencia comunitaria en un medio frío y hostil como es el leonés. Por ejemplo, una de ellas es el cuadro -que inevitablemente transmite al paisano de nuestras comarcas una ancestral sensación de seguridad, de unido clan- en el que el atrio de la iglesia aparecía por completo cubierto de madreñas, dejadas por los feligreses antes de entrar al templo y recuperadas una vez finalizados los oficios sin confusión alguna por parte de sus dueños: cada uno las suyas. También el hecho de que a la puerta de una casa se vieran varios pares de estos rústicos calzados de madera quería decir que en esa casa había ambiente de tertulia, merienda o filandón; cuantas más madreñas, más ambiente. Otros recuerdos nos trasladan al tan familiar clop-clop que anunciaba sin palabras el paso de algún vecino por la calle o a aquellas nevadonas montañesas tan grandes que desde la ventana, casi totalmente cubierta por la nieve, se veían los pies calzados con madreñas de la gente que iban de un lado para otro. Como puede verse, todos estos recuerdos están protagonizados por un elemento característicamente leonés, familiar, humilde y entrañable: la madreña. Imprescindibles durante la mayor parte del año para salir a las calles embarradas, los prados mojados o los chaguazos medio congelados. Este calzado evita resbalones y fríos, ofrece una cálida, confortable y segura plataforma para desplazarse y, es además, una seña de identidad muy propia de toda la provincia, desde la montaña hasta las más llanas riberas. El nombre específico leonés para este tipo de calzado parece ser el de galocha . Así se le denomina desde el río Órbigo hasta los extremos occidentales del Bierzo; en la parte oriental de León, del Esla a los Picos de Europa, prefieren la denominación madreña , nombre que corre por toda la cordillera en dirección oeste hasta que en el alto Sil se mezcla con galocha, empleándose ambas indistintamente. Otra zona de fusión parece ser el Páramo, donde ambas palabras también coexisten. Casi nada más pasar la provincia por el sureste en dirección a Palencia, Zamora o Valladolid tanto el nombre como el objeto que identifica son prácticamente desconocidos. En Cantabria las llaman albarcas , en Asturias, madreñas o almadreñas , y en Galicia también hay variedad de nombres, aunque en pocos sitios se siguen empleando de forma tan asidua como en León, prácticamente en todas las casas del medio rural hay unas, aunque sean viejas y no se utilicen o se calcen sólo para trabajar en el huerto y no para salir a la calle. Como no podía ser de otra manera, junto a este elemento nos encontramos, aparejada, con la figura del madreñero , madreñeru , galochero o galocheiru , o paisano curiosín del pueblo que hacía las madreñas. En general, podemos decir que en León estos zuecos los labran los montañeses (En Crémenes y en La Puerta hubo dos fábricas de madreñas) y luego los llevan a vender a las ferias de las riberas, cambiándolas a veces por trigo y vino (recordemos la feria de Mansilla de las Mulas). Los riberanos, por su parte, se dedicaban a embellecerlas y cambiarles de cuando en cuando los tarucos de madera y fierro que últimamente ya son de goma. Neófito Pérez Pellitero, valdeonés afincado en Liegos, Valdeburón, nos cuenta cómo antiguamente casi todos los vecinos, algunos mejor, otros peor, hacían madreñas para el gasto de casa . Otros, como él, que aprendió de pequeño con los célebres tarnines , las hacían con más arte -podía fabricar dos o tres pares al día- y vendían algunas a sus paisanos. Y pese a que Néofito estuvo en Arizona trabajando de pastor durante dos décadas junto con muchos otros valdeoneses, no olvidó su oficio y hoy, a sus 68 años, sigue haciéndolas en la portalada de su casa, donde tiene, como él dice, su tallerín . Nos cuenta que lo primero que hay que hacer es cortar un tronco de haya, faya , (aunque también puede ser de abedul, avidul , y siempre en menguante, por supuesto) y sacar los pedazos que se va preparando en casa poco a poco con la azuela, «abriendo lo que es la boca ». Después le toca el turno a la gubia, cuya misión es vaciar casi toda la boca, dibujándola bien sobre la madera. Después la pieza se mete en el potro, sujetándola con unas cuñas, y se barrena a conciencia con ayuda de una vara de medir y una zapatilla, que ayudan a guardar y respetar las proporciones. La legra sirve para limpiar bien todo el interior y el rasco , para rebajar por fuera todo lo que sobra. Los tarucos de piorno se clavetean o, más modernamente, se pegan con colas, luego con el cepillo se pule bien, más tarde se tallan motivos geométricos o florales, se barniza y se limpia. Por último, algunos preferían afumarla (ahumarla) con humo de escoba verde o abedul para darle un característico color negro. También nos informa este madreñero de Picos de Europa que había dos tipos de galochas, las de zapatilla y las de escarpín ; prácticamente todas las que vemos hoy pertenecen al primer grupo, las segundas tenían la boca más pequeña para ser calzadas con el escarpín, especie de calcetín de fieltro o lana. Luego estaban las de los niños, más pequeñas (que solían romper o rajar de tanto usarlas, y se ataban con una alambre llamada latía , gata o cerco ), o las que se hacían para una moza, entonces el madreñero se esmeraba, «para que la chica estuviera bien guapa». Es prenda, pero también símbolo de una cultura rural que hasta hace nada fue, y sigue siendo, la nuestra. Tenerlas a la puerta es signo de que la casa, de que nuestra tierra, sigue habitada.

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