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Salgan mozos a bailare

Los bailes tradicionales leoneses esconden bajo su rico colorido una visión concreta del mundo y de la fiesta

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

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Existe en todas las culturas una serie de constantes que se repiten de manera invariable a través de los siglos y las geografías. Una de esas constantes es la antigua y poderosa necesidad que impulsa al hombre a festejar cosas. En sus más íntimos orígenes, la celebración, la fiesta, no hacía otra cosa que conmemorar eventos que estaban (y lo siguen estando, muchas veces) íntimamente conectados con asuntos vitales para nuestra propia supervivencia, tales como el decisivo e ingobernable ciclo de las estaciones, la cosecha y la preparación de alimentos, las relaciones entre hombres y mujeres con vistas a la procreación, el paso de uno a otro estadio en la escala social de una comunidad, el nacimiento, el matrimonio, la muerte¿ Dentro de este curioso y fascinante mundo de la fiesta, el baile en particular ostenta una importancia enorme. Y desde los albores de la civilización y los primeros chispazos de inteligencia (y seguramente ya desde antes), el hombre no ha cesado de danzar como loco, girando sobre sí mismo una y otra vez. En ocasiones era para rendir pleitesía, puede que inconscientemente, a la poderosa Naturaleza que le otorgaba sus favores, otras para celebrar su triunfo sobre algún rival, enemigo o presa y otras, para dar salida a un inexplicable y visceral deseo de exteriorizar sentimientos que sentía desbordarse dentro de sí. Y no hay de qué extrañarse, ya nuestros parientes los animales ejecutan complicadas danzas para comunicarse, establecer vínculos con sus semejantes, mostrar la supremacía de un miembro del clan y sobre todo cortejar a las hembras. El hombre también es depositario de todos esos instintos, pero él los asimiló, modeló y enriqueció para acabar engarzándolos en ese complejo entramado de costumbres, convicciones y estructuras de pensamiento y actuación al que llamamos cultura. La aportación de la música -ese mágico e inaprensible conductor de sentimientos e ideas- resultó fundamental. Y así, desde Laponia al Congo, de Bali a la Patagonia, el hombre baila. Cada pueblo a su manera, de acuerdo con la propia, inimitable concepción que del mundo tiene. Sufriendo evoluciones e influencias, usando unos u otros instrumentos, vistiendo unas u otras indumentarias, más o menos simbólicas, e insertando esas costumbres en ritos, ceremonias y liturgias distintas. En nuestras sociedades modernas el hombre ha hecho del baile popular una manifestación de alegría y puro divertimento, aunque, como observamos cada fin de semana, la mediación del baile en el establecimiento de las relaciones humanas continúa vigente. ¿Y en León? La tipología del baile tradicional en esta tierra nos arroja dos clases; un baile más antiguo, más puramente tradicional, otro mucho más moderno. El antiguo es el baile suelto. Hasta finales del siglo XIX y principios del XX, el hombre apenas tocaba a la mujer. Los bailes eran un sutil juego erótico en el que el varón pugnaba por rozar una hembra que le era esquiva, pero que al mismo tiempo le sugería, por medio del tenue pero manifiesto lenguaje del cuerpo, sus apetencias e inclinaciones. Dentro de este tipo está el llamado baille p'arriba , chano o baile del país , también denominado garrucha , el más arcaico de todos, puesto en práctica sobre todo en Laciana, Babia y Omaña. Los otros son la jota y los titos . Y éstos dos últimos se extienden por toda la provincia, del Bierzo al Cea. Hay teorías que dicen que la jota es el chano evolucionado en el llano tras su descenso desde la montaña; en todo caso su ritmo es el mismo (6/8), aunque el movimiento ceremonioso y ritual del chano, con sus pasos sueltos, su braceo al aire, el engarrucháu o salida, y la maquila ( ¡Viva la mía! , lanzando la pareja a aire) no se parece al festivo juego de baile corrido , picáu o giro y puntos con los pies que componen la jota. Los titos, también denominados en otras regiones baile a lo ligero , son una danza muy viva, rápida y alegre, menuda como el fruto que le da nombre. Otros bailes característicos, pero ya más localizados, son los brincaos del alto Órbigo, a medio camino entre jota y chano, los corridos de Bierzo y Maragatos -baile en corro como los también occidentales bailes de dulzaina (que designa a la chifla de tres agujeros)-, las muiñeiras o moliñeiras y las danzas de palos , muy famosas, de ancestral recuerdo guerrero. El otro gran grupo son los agarraos ; una verdadera conmoción para las poblaciones rurales, furor de la chavalería, que llegaron incluso a estar prohibidos por el clero. Pueblos hubo en León que hasta los años sesenta no conocieron estos bailes revolucionarios en los que por primera vez se podía tocar y estrechar a la pareja, y paisanos mayores que en su vida bailaron un agarráu . Eran los valseaos (vals), el pasodoble y la rumba que ya conocemos. Sonaban en las primeras radios, y en gramófonos y tocadiscos, y las pandereteras, presentes en todas las comarcas de León, los copiaban y reproducían. En esto fueron famosas las de Casares de Arbas. La estructura del baile, lejos de fiestas y días señalados, surgía a menudo sin más en una reunión de vecinos, gente joven, en el corral de una casa. Se hacía filandón, se asaban castañas, y cuando la gente se empezaba a animar las pandereteras comenzaban a arrancar notas de sus panderos redondos, cuadraos , y del banu sin sonajas. Y casi siempre se comenzaba por lo suelto, jotas y titos, y se iba pasando progresivamente a los agarraos . El final era, en cada caso, y como puede suponerse, distinto.