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León

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JAVIER ARMESTO | texto Iba a ser el annus horribilis de Aznar, pero acabó siendo el de Zapatero. La crisis del Prestige, el apoyo de España a la guerra de Irak y el avance del PSOE en las encuestas hacían que pintaran bastos para el Partido Popular, pero las cosas cambiaron el 25 de mayo. Las elecciones municipales y autonómicas dieron a los socialistas el primer triunfo desde los tiempos de Felipe González, pero fue un triunfo agridulce: ganaron al PP en número de votos, pero no acabaron de capitalizar el descontento popular que se había manifestado en la calle los meses anteriores. El PP, en el peor escenario, había resistido. Quedaba el consuelo de la Comunidad de Madrid, ganada para la izquierda merced al pacto con IU. Y entonces llegó Tamayo. La traición a Simancas mostró las miserias de la política y el peso de la cartera de urbanismo en cualquier administración pública. Y dejó al descubierto las carencias del PSOE: la endeblez de su aparato, incapaz de controlar a los elementos que integran sus listas y que, en lugar de enterrar la crisis, la gestionó de forma desastrosa, tirando de la manta y aireando sus vergüenzas durante un tórrido verano en la Asamblea; y sus discrepancias internas, con familias, barones y diputados actuando por libre y poniendo en entredicho la capacidad de liderazgo de Rodríguez Zapatero. Frente a él se situó Mariano Rajoy, el secreto mejor guardado de Aznar, que no pudo elegir sucesor en mejor momento. Aznar se despide del gobierno y de la política con los deberes bien hechos en su partido, donde nadie ha osado contradecir su uso y abuso de la mayoría absoluta. Se lleva todas las críticas y deja el camino limpio a su delfín. También se va Jordi Pujol, con el amargo sabor -¿o la satisfacción?- de que después de 23 años de gobierno no ha habido dentro de su formación nadie capaz de continuar su proyecto. Y anuncia su marcha Xabier Arzalluz, el gran páter de los nacionalistas vascos, que sí deja todo bien atado, con un monaguillo dispuesto a hacer tragar a España la mistela del plan Ibarretxe. Tres vacas sagradas cuya desaparición (y tras los relevos de González y Anguita) marca una nueva época en la política nacional.

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