Diario de León

El cielo se rompió sobre Renedo

Una explosión, un terrible estruendo y decenas de ciudadanos boquiabiertos mirando hacia arriba. Pero el rugido apenas dejó pruebas palpables en forma de meteorito. Desde su origen la Tierra ha sido continuamente bombardeada desde el espacio.

RICARDO CHAO

RICARDO CHAO

Publicado por
MARÍA JESÚS MUÑIZ | texto
León

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El fenómeno meteórico que esta semana sacudió la vida de los leoneses tiene visos de convertirse en un entrañable relato de transmisión oral multitudinaria, pero si no cambian las cosas desde luego no pasará a la historia de los fenómenos espaciales. En la tarde del domingo cientos de personas en todo el país, muchas de ellas en León, contemplaron cómo una explosión iluminaba el cielo en pleno día. En un buen número de localidades leonesas incluso escucharon un fuerte estruendo que hizo temblar cristales y puertas. La explicación científica, una vez pasado el susto inicial, apunta a la entrada en la atmósfera de un bólido, una roca procedente del espacio que al contacto con el aire, por el cambio de temperatura y el rozamiento, explosionó, dejando tras de sí unos segundos de luz intensa y largo tiempo de estela azulada. La estela, a ras de tierra, se transformó en un incesante ir y venir de científicos, medios de comunicación, autoridades, vecinos y curiosos en busca de algún resto del fenómeno. Una semana después nada se ha encontrado. Ya que, según los expertos, si no hay restos probadamente extraterrestres no se puede hablar de caída meteorítica, el fenómeno que tuvo como epicentro la localidad de Renedo de Valderaduey se quedará apenas en una anécdota. La resaca navideña se vio alterada en toda la zona norte de la península en la tarde del domingo, cuatro de enero, poco antes de las seis de la tarde. Desde Galicia hasta Levante, con una trayectoria desde el Noroeste al Sureste, cientos de personas en España y Norte de Portugal contemplaron cómo el cielo se iluminaba con una fuerte explosión, a la que seguía una larga y persistente estela de humo blanquecino, que se mantuvo hasta un par de horas después. La impresión era que algo había explotado en el cielo y caía hacia la tierra. Una sensación que se acentuó en el Noreste de la provincia de León, y la parte cercana de Palencia; en una zona acotada poco después entre las localidades de Renedo de Valderaduey y Guardo. En todos los pueblos de la comarca el fenómeno visual se vio acompañado con un potente sonido y un temblor que alarmó a todos los habitantes del lugar, incluso a aquellos que se encontraban jugando la partida en el bar. El estruendo celeste sobrepasó los decibelios del local y sorprendió a los parroquianos. Tras el desconcierto inicial el convencimiento de que un meteorito había caído en la zona fue tomando cuerpo, y la curiosidad se extendió como un reguero de pólvora. El carácter engañoso de la percepción visual de un fenómeno de este tipo hizo creer a casi todos aquellos que contemplaron la explosión en el cielo que fuera cual fuera el cuerpo ardiente sus restos habían caído cerca de donde ellos se encontraban. Desde La Coruña hasta Levante, pasando por Viana do Castelo, Madrid, Albacete, Teruel, Castellón, Valencia o Baleares, entre otras localidades, los testimonios hablaban de la proximidad en que debían encontrarse las señales del incidente. Sin embargo, la búsqueda se centró fundamentalmente, en el caso español, a la zona entre Renedo y Guardo. Con la Guardia Civil como fuerza oficial, todo un ejército de curiosos se adentró en caminos, prados y zonas boscosas buscando... ¿qué? ¿Cómo serían los restos que dejó tras de sí semejante explosión? ¿Qué señales habrían dejado en el suelo al caer? Con más entusiasmo que conocimientos, la búsqueda se inició casi inmediatamente. Con la misma rapidez se abandonó apenas un día después. Descartada la presencia de un meteorito de gran volumen, que hubiera causado un cráter fácilmente visible por el helicóptero que participó en el reconocimiento, era imposible determinar cuál de todos los restos pedregosos que podían encontrarse en el suelo correspondería a la materia extraterrestre. Más allá, enseguida los científicos advirtieron que lo más probable era que ninguno de estos restos hubiera llegado al suelo, más bien se habrían desintegrado en contacto con la atmósfera. En cualquier caso, sería muy complicado identificarlos en un terreno de montaña con bosques y una complicada orografía. Ya tras unos días de reflexión, la teoría más extendida apunta que un meteorito, cuyo peso se calcula entre 50 y 100 toneladas, cruzó en diagonal la península esa tarde. Más que de un meteorito, se habla de un bólido, una denominación más genérica que incluye a todo objeto espacial que «choca» con la atmósfera, así como a los fenómenos asociados que produce. Seguramente el cuerpo estalló a unos cien kilómetros del suelo, y se fue desintegrando de forma que ningún resto de un volumen importante llegó a caer en la corteza terrestre. A falta de mayores comprobaciones, incluso se señala la posibilidad de que la materia inicial se partiera en varias fracciones, que fueron estallando en su caída hacia la tierra, lo que explicaría que las explosiones se vieran con tanta nitidez en varios puntos del país. Una comisión científica, coordinada por el Observatorio Astronómico Nacional y formada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC); el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y varios científicos y museos de ciencias, ha creado un grupo de trabajo para estudiar las peculiaridades de este caso. Un fenómeno frecuente Sin embargo, desde el primer momento los expertos han señalado que la caída de meteoritos a la Tierra es un fenómeno frecuente, aunque por lo general no es visto por tantas personas. La brillante explosión del lunes no es en sí diferente a cualquier estrella fugaz, sólo el volumen del cuerpo que entra en contacto con la atmósfera marca la importancia de la explosión. Pero, de hecho, cientos de toneladas de residuos estelares caen cada día a la Tierra. No son apreciables porque la mayoría de estos restos caen en forma de polvo, y cuando lo hacen como meteoritos tienen un buen número de probabilidades de acabar en el mar o en zonas despobladas. Los meteoritos son fragmentos rocosos que caen a la Tierra, y la mayoría tienen su origen en choques entre asteroides o bien en las partículas que dejan los cometas a su paso. Incluso algunos de los restos que han sido catalogados proceden de la Luna o Marte, y se estudia uno que se cree que procede de Venus. Al entrar en contacto con la atmósferra terrestre se produce un cambio de temperatura y un rozamiento que provoca su explosión. Generalmente se transforman en objetos incandescentes a una altura de cien kilómetros desde la corteza terrestre. Si aproximadamente a 25 kilómetros se volatilizan son meteoros, como es el caso de las estrellas fugaces. Y si alcanzan la superficie terrestre son meteoritos. En el caso de los meteoritos, su composición indica de qué parte de un asteroide proceden: si son rocosos y contienen silicatos y minerales provienen del cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter; si son metálicos, formados por hierro y níquel, proceden del núclo de los asteroides; entre otras variedades. El trazo luminoso visible en el cielo está formado por gas atmosférico calentado y material meteorítico vaporizado. La trayectoria que dibujan una vez dentro de la atmósfera depende de la fuerza de la gravedad y de la fuerza del rozamiento, un movimiento que estudian los científicos para poder determinar cuál será el camino que recorrerá un cuerpo que entre desde el exterior al espacio terrestre y dónde caerá finalmente. Algo realmente difícil de prever. Sin embargo, no siempre este mecanismo de «defensa» de la Tierra funciona. Si el cuerpo es de gran tamaño y llega a gran velocidad, este «sistema de frenado» atmosférico no será suficiente, y el cuerpo impactará sobre la superficie terrestre sin apenas variar su velocidad. En algunos de estos casos en los que, hace millones de años, la vida en la Tierra se vio gravemente alterada, incluso prácticamente desapareció. ¿Podría volver a suceder? Piedras sobre nuestras cabezas Las probabilidades de que un meteorito de dimensiones destacables, caiga sobre la Tierra, en concreto sobre una zona poblada, son escasas, pero existen. Según el registro mundial, los meteoritos han impactado, que se sepa, en 53 casas, ocho coches, siete personas, un depósito de agua, un buzón, un caballo, un perro y una vaca. Escasa «puntería» para un fenómeno que se produce a diario. Un impacto de dimensiones catastróficas no se registra desde hace tiempo, pero los científicos escudriñan la galaxia en busca de cuerpos amenazantes que podrían encontrarse en su movimiento permanente con la órbita de la Tierra. Recientemente se calcularon las consecuencias de un choque con el asteroide 1997 XF 11, un cuerpo celeste de 1,6 kilómetros de diámetro que pasará cerca de la Tierra el 26 de octubre del 2028. Tras unos cálculos iniciales que preveían el paso del cuerpo a una distancia menos de la mitad de la que separa a la Tierra de la Luna, los números se revisaron y se estableció una distancia mucho mayor, que «salvaría» al planeta del choque. Confiemos en que estén en lo cierto: de no ser así, de producirse el choque, se calcula que la fuerza de la explosión sería 33.000 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima, arrasaría todo tipo de objetos en un área superior a los 50.000 kilómetros cuadrados y recubriría la Tierra de nubes de ácido sulfúrico durante cinco años, lo que extinguiría la práctica totalidad de las especies vivas. El último gran asteroide que impactó en la Tierra fue el 30 de junio de 1908 en la región siberiana de Tunguska, donde arrasó una extensión de más de 2.000 kilómetros cuadrados. Su tamaño era la mitad que el 1997 XF 11, pero podría haber hecho desaparecer una ciudad como Madrid si hubiera caído sobre ella. Las probabilidades de que un meteorito de tamaño importante caiga sobre la Tierra son imposibles de determinar. Los científicos sólo han podido catalogar las órbitas de un 20% de los grandes asteroides conocidos, pero se ignoran las del 80% restante. El Universo sigue siendo un gran desconocido, y la Tierra apenas un astro más en su incesante ir y venir. Y chocar.

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